Lula da Silva: “Me intentaron enterrar vivo y aquí estoy”
El ganador de las elecciones promete combatir el hambre como prioridad “número uno” y devolver a Brasil al centro del tablero mundial
Luiz Inácio Lula da Silva está de vuelta. El expresidente brasileño, que estaba en prisión hace apenas tres años, ha hablado en la noche de este domingo como un resucitado. “Me considero un ciudadano que ha vivido un proceso de resurrección. Me intentaron enterrar vivo y aquí estoy”, ha declarado, ante una sala de prensa abarrotada en un hotel del centro de São Paulo. En su discurso, el nuevo mandatario ha prometido que combatirá el hambre como “prioridad número uno” y que devolverá a Brasil al corazón de la diplomacia mundial. El mensaje central ha sido, sin embargo, el de una vuelta a la normalidad democrática, tras los exabruptos del presidente Jair Bolsonaro.
“Voy a parecer un intelectual”, ha bromeado el antiguo sindicalista, al ponerse las gafas para leer mejor sus notas. Primero, ha tendido la mano al 49,1% que votó a Bolsonaro, felicitándolos por haber participado en los comicios. Lo ha hecho sin mencionar al adversario por nombre. Todas las referencias han sido de pasada. “Enfrentamos la máquina del Estado, colocada al servicio del candidato para evitar que ganásemos”, ha dicho, sobre los apoyos sociales que el Gobierno anunció recientemente para tratar de remontar en las encuestas.
El discurso ha dejado entrever un futuro Gobierno muy orientado a la economía. “El pueblo brasileño quiere vivir bien, comer bien. Quiere un buen empleo, un salario ajustado por encima de la inflación, quiere salud y educación pública de calidad”, ha dicho. El combate al hambre, que está en niveles similares a los de los años 90, será su asunto más urgente a partir del 1 de enero.
Más allá de las prioridades internas, Lula también ha aprovechado para lanzar un mensaje al mundo: “Brasil está de vuelta”. La política exterior ha sido siempre uno de sus grandes intereses y ha recordado cómo durante su Gobierno (2003-2010) el país se codeaba con los grandes. “El mundo siente nostalgia de Brasil, ese país soberano que hablaba de igual a igual con los países más ricos y poderosos, que trabajó por la integración de América Latina (...) y ayudó a crear el G20″, ha señalado.
A ritmo de funk y entre aplausos de los presentes, el presidente se ha subido a la palestra con algunas figuras instrumentales para la victoria. Entre ellas, Simone Tebet, tercera candidata más votada en la primera vuelta, que ha participado activamente en la recta final para atraer el voto del centro. Ha sido la primera persona a quien Lula ha dado las gracias. También estaba, muy formal en camisa blanca, Geraldo Alckmin, exgobernador del centro derecha y próximo vicepresidente, y a su lado la expresidenta Dilma Rousseff. Y, cómo no, su esposa Janja da Silva. Ella le pasaba las páginas del discurso y, hacia el final, luchaba por contener las lágrimas.
Fuera del hotel, un puñado de seguidores y curiosos seguía el recuento con atención. De vez en cuando, un coche pasaba por delante para gritar “¡Lula, ladrón!”, pero el optimismo era alto. Cada vez que el candidato recortaba algunas décimas de punto, se oían silbidos y gritos de emoción. Después de adelantar a Bolsonaro, la alegría ya era canto: “Olé, olé, olé, olá, Lula…”. Para cuando varios medios de comunicación lo han declarado vencedor sobre las 20.00, ya se había destapado el champán. “¡Se acabó la pesadilla, gente!”, se ha escuchado.
Marina y Marta Marcondes, de 62 y 26 años respectivamente, viven en un edificio cercano al hotel. Al ver tanto revuelo desde la ventana, han decidido acercarse. “¿Tú qué has votado, mamá?”, le preguntaba Marta, para asegurarse. Marina, pedagoga y votante del centro derecha de siempre, no se acordaba de la última vez que votó por el Partido de los Trabajadores. Tal vez 1994. Pero esta elección era distinta, y ella tenía razones de peso. “Primero, porque perdí a mi hermano en la pandemia. Si el presidente hubiese escuchado antes el saber científico, quizás no habría ocurrido”, contaba.
“Yo solo voy a irme de aquí con la victoria”, afirmaba, a su vez, Isabela Athayde, administrativa de 23 años. Era muy joven durante los años de Lula en el poder, pero asegura que entonces se vivía mejor. “En esa época, tenía muchísimos juguetes y ahora ni siquiera puedo comprarle uno a mi sobrina”, dice. Tras los años “terribles” de Bolsonaro, Athayde espera que el nuevo presidente reduzca el hambre y luche por los derechos de las mujeres, aunque dice que en su voto por el izquierdista había mucho más que eso: “Apoyar a Lula es apoyar la democracia”.
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