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Geraldo Alckmin, el adversario de centroderecha y aliado de Lula para derrotar a Bolsonaro

El candidato a vicepresidente es un veterano del PSDB reclutado para atraer al poder económico y a la clase media que apostó por Bolsonaro

Naiara Galarraga Gortázar
Geraldo Alckmin
El candidato a la vicepresidencia de Brasil y compañero de fórmula de Lula da Silva, Geraldo Alckmin, durante un acto de campaña, en São Paulo, el 26 de septiembre de 2022.NELSON ALMEIDA (AFP)

El candidato a vicepresidente que acompaña a Luiz Inácio Lula da Silva en su intento de regresar al poder en Brasil es otro veterano que, como él, lleva varias décadas en política. Fue gobernador de São Paulo, el Estado más rico y motor económico de la potencia latinoamericana. Lo llamativo es que Geraldo Alckmin, de 70 años, y Lula fueron hasta hace unos meses dos adversarios que se han sacudido duro a lo largo de los años y han dicho cosas horribles el uno sobre el otro. Por eso muchos de sus compatriotas se quedaron boquiabiertos.

¿Iba a confiar el izquierdista en uno de los grandes símbolos del centroderecha clásico, un hombre que apoyó el impeachment contra Dilma Rousseff? ¿El mismo que en la anterior campaña presidencial era candidato y dijo en un mitin que “después de arruinar el país, Lula quiere volver al poder, a la escena del crimen”? La respuesta es sí. Lleva de número dos al hombre con amplia experiencia al que —vueltas que da la vida— derrotó en los comicios de 2006.

El antiguo adversario es ahora “el compañero Alckmin”, como Lula acostumbra a presentarlo en los mítines. Juntos se presentan como la mejor fórmula para derrotar al presidente Jair Bolsonaro en las urnas el domingo 2 y salvaguardar, o rescatar, una de las mayores democracias del mundo. Si es necesaria una segunda votación, será el día 30. Al expresidente le gusta recordar que pese a los golpes bajos de las refriegas electorales, Alckmin y él siempre se han tratado con respeto, como adversarios. A diferencia de Bolsonaro, para el que discrepar es sinónimo de enemigo.

Nacido en una ciudad de nombre impronunciable (Pindamonhangaba, São Paulo), Alckmin aporta a este matrimonio de conveniencia varias cosas importantes para Lula: cercanía con el poder económico, con el que Alckmin tuvo una relación muy estrecha durante sus muchos años en la cúpula del Gobierno paulista (2001-2018) y una imagen de moderación útil para atraer a esa clase media blanca urbana que en 2018 se echó en brazos de Bolsonaro por el ansia de cambio, el odio a Lula y los suyos, sus recetas liberales en economía y promesas contra la corrupción.

E, importante, Alckmin era una especie de cadáver político cuando Lula tocó a su puerta. En los comicios de hace cuatro años su propuesta de derecha clásica moderada fue arrasada por el extremismo del candidato Bolsonaro: el político cayó en primera vuelta con menos del 5%. Su sigla de toda la vida, el PSDB (el Partido Socialdemócrata Brasileño), la formación que desde la redemocratización y hasta la destitución de Rousseff se alternó en el poder con el Partido de los Trabajadores (PT), está en declive y tampoco contaba con él para estas elecciones.

Y de repente, Lula se presenta con la oportunidad de tocar el sueño, no como presidente de la república, sino como vicepresidente. Aceptó. Alckmin abandonó su partido y se afilió a una sigla más a la izquierda.

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Este hombre conservador, católico, cercano al Opus Dei y soso, se embarcó en la campaña con Lula y empezó a hacer bromas sobre su carácter y su apodo, picolé de chuchu (polo de chayote, una insípida hortaliza). Incluso en su grisura se complementa con el carismático optimismo de Lula.

En las ocasiones en las que Lula ha comparecido en televisión durante esta campaña electoral, cuando mira directamente a los ojos de los telespectadores —y del pueblo—, Alckmin, a secas, es una de sus bazas importantes. Es la carta de la moderación, el aliado para tranquilizar a los temerosos, a aquellos que lo consideran demasiado de izquierdas, demasiado radical e incluso peligroso. Apela a la enorme experiencia de gobierno que acumulan juntos frente a un Bolsonaro que ataca las instituciones y gestionó la pandemia con negligencia o mala fe.

El ala dura de la izquierda brasileña y los movimientos sociales de su órbita aceptaron el pacto con el derechista sin demasiado ruido. Los activistas negros y muchos votantes de tez oscura también apretarán los dientes. Votarán por el dúo, aunque le reprochan a Alckmin el gatillo fácil de la policía en São Paulo mientras estuvo en el Gobierno. Todo sea por defender la democracia y echar a Bolsonaro.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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