La jungla de asfalto
Los lectores escriben sobre las dificultades de los peatones para pasear por las ciudades, la necesaria planificación del ocio y los dirigentes que reforman los textos constitucionales para perpetuarse en el poder
Las ciudades se están convirtiendo en junglas de asfalto. Se inventan nuevas fórmulas para reducir la velocidad de los coches en las calles, pero mientras haya conductores irresponsables será difícil conseguirlo. Se da el carné de conducir a cualquiera que demuestre algunos conocimientos de conducción y de normas de tráfico y luego pasa lo que pasa; si no hay más accidentes es por pura casualidad. Todos los que paseamos por la ciudad comprobamos que se conduce con exceso de velocidad, no se respetan los carriles del bus, los pasos de cebra ni los semáforos. Desconfío de que los dientes de dragón, que dan la sensación de que la calzada se estrecha, y las chicanes, curvas pronunciadas, sirvan de algo, pero no está de más pintarlos. Por otra parte, cada día es más peligroso caminar por las aceras, pues resulta frecuente el paso de bicicletas y patinetes casi rozando a los peatones, a veces a notable velocidad, sin que la prohibición achique a muchos usuarios, y no te atrevas a llamarles la atención porque o no te hacen caso o te insultan o amenazan. Cada día menos civismo.
Antonio Nadal Pería. Zaragoza
Obligatorio reservar
En muchas ciudades hemos llegado a un punto en que es imposible disfrutar del ocio si no tienes una reserva previa en un restaurante o una entrada para ir a un concierto o espectáculo. No tenemos margen para la improvisación. Debemos planear todo con semanas o meses de antelación porque, si no, te quedas sin sitio. Esto puede llegar a provocar ansiedad. A mí me resulta contraproducente agobiarme por organizar mi tiempo de ocio cuando debería de pasarme justo lo contrario. Lo he comentado con mucha gente y hemos llegado a la conclusión de que esto hace años no pasaba. ¿Será un efecto negativo (otro más) que nos ha dejado la covid-19?
Ana Marqués Serrano. Málaga
La democracia convertida en tiranía
Siempre he admirado al pueblo estadounidense por el respeto y aceptación que tiene del mandato constitucional, que limita a ocho años el tiempo máximo de permanencia en el poder de su presidente. El hecho de que los fundadores de la nación “vieran con buenos ojos” el límite de dos mandatos y que haya sido aceptado y respetado casi sin oposición desde 1947, cuando se estableció la 22ª enmienda a la Constitución de EE UU, merece para mí todos los respetos. Por eso, me llena de indignación la actitud que han tomado, en los últimos tiempos, los mandatarios de Rusia y algunos países de América Latina, que, próximos a finalizar sus mandatos con democracias sui generis, tratan de utilizar todos los resortes del poder a su alcance para modificar las Constituciones de sus respectivos países y ampliar el plazo máximo de permanencia con la intención de perpetuarse en el cargo. No me cabe la menor duda de que algunos de esos países corren el grave peligro de que la democracia se convierta en tiranía, si no lo ha hecho ya.
Javier Cordero Ruiz. Madrid
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