Alberto Núñez Feijóo no sabe inglés
Olaf Scholz y Emmanuel Macron, y todos, se entienden en inglés: en los pasillos y en los corrillos, donde se forjan pactos y complicidades


Alberto Núñez Feijóo no sabe inglés. Si fuera un ciudadano privado, eso carecería de relevancia. No sería noticia. Pero es un político que aspira a presidir el Gobierno. Su bautismo de fuego en Europa, en las reuniones del PP en torno a la última cumbre radiografiaron su bisoñez.
Falseó los logros de la excepción ibérica y malmetió con la gestión española de los fondos europeos. Ningún líder solvente de un Estado miembro raja contra las políticas europeas de su país, y menos en Bruselas. Claro que puede contrapuntearlas, pero nunca las destripa. Hay un precedente contrario que estigmatiza a su protagonista: mientras Felipe González peleaba en la cumbre de Edimburgo (1992) por dotar de recursos al fondo de cohesión, entonces aún no presupuestado, José María Aznar buscó deslegitimar su intento calificándole de “pedigüeño”, esa traición a los intereses de los españoles.
Apostemos a que Feijóo rectifique, pues se presenta como patriota. Sus reuniones bruselenses le indican que debe emprender otro aprendizaje: el del idioma inglés. Hoy es clave para quien reparta lecciones de competencia y competitividad a la ciudadanía, más aún a los jóvenes. Es ridículo que un camarero de Lloret lo maneje mejor que un presidenciable. Pues se ha convertido en requisito para comunicarse con sus homólogos.
No siempre fue así. En su inicio, el Consejo Europeo se congregaba una vez al año. Ahora, dos veces al trimestre. Antes de Pedro Sánchez, solo Leopoldo Calvo Sotelo dominaba el inglés, pero fue efímero y no pudo desplegarlo. Adolfo Suárez solo hablaba español, pero apenas viajaba, y siempre bajo la protección de su canciller Marcelino Oreja, quien por cierto acaba de recibir un emocionante y merecido homenaje del Movimiento Europeo. En tiempos de González, se frecuentaba el francés, y él lo usaba, con gracejo, algún fallo y comprobada eficacia.
Aznar llegó sin saber, pero conocía su ignorancia, y disimulaba: en las fotos de familia esperaba a que el cámara de televisión encendiese la luz roja (¡grabación!) para decirle gut mórnin a Toni Blair, apuntándole con su dedo imperativo. Luego lo aprendió, aunque al estilo Botella: la “relaxing cup of café con leche”. Zapatero sufrió por su imagen de solitario en la cumbre atlántica de Bucarest (2008); sus colegas departían en grupo. A Mariano le daba pereza, qué lío. Claro que Angela Merkel hablaba en alemán, pero ella podía permitírselo. Hoy Olaf Scholz y Emmanuel Macron, y todos, se entienden en inglés: en los pasillos y en los corrillos, donde se forjan pactos y complicidades. Como hijos del latín podemos lamentarlo. Pero es lo que hay. Sorry.
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