Hoy en España hace falta más curiosidad
Explorar la complejidad de las cosas del mundo y tejer complicidades para transformarlo son algunas lecciones de la obra y trayectoria de Mercedes Cabrera
Los historiadores Miguel Martorell y Fernando del Rey han coordinado un volumen dedicado a Mercedes Cabrera y hace unos días en la Residencia de Estudiantes de Madrid convocaron a algunos de los colaboradores para dar unas cuantas pistas de la propuesta. La historia y la política, la búsqueda de la verdad y el afán de cambiar el mundo: sobre esos dos carriles han armado el libro, y la otra tarde se habló de celebrar a Mercedes Cabrera, y es oportuno hacerlo y hacerlo ahora. En este país se suele tratar mal a quienes tienen talento y trabajan para mejorar las cosas. Mercedes Cabrera forma parte de esa tradición que ha querido modernizar España, abrirle puertas y ventanas para que circule el aire, quitarle ese dramatismo impostado de ser un país diferente, sacarla de los tópicos que la ahogan. Ha estado siempre vinculada a la Institución Libre de Enseñanza, se formó en el Colegio Estudio, pertenece a una de las grandes familias de la burguesía madrileña, con fuertes vínculos con Galicia y Canarias, sus raíces son ilustradas y liberales.
La sencillez, el arte de tejer complicidades, una enorme capacidad de trabajo, la fuerte determinación por hacer las cosas bien, de eso se habló en la Residencia. Como historiadora, Mercedes Cabrera empezó ocupándose de las relaciones entre el mundo empresarial y la política estudiando a las organizaciones patronales durante la Segunda República. Ha sido profesora desde 1976 y, desde 1996, catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales. Patrona de numerosas fundaciones, en política entró en 2004 como independiente de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero, y fue ministra de Educación y Ciencia (2006-2008) y de Educación, Política Social y Deporte (2008-2009).
Mercedes Cabrera se metió en el berenjenal de estudiar a los empresarios justo en el momento en que peor fama tenían. En el libro que hizo con Fernando del Rey, El poder de los empresarios, sobre la política y la economía de la España contemporánea entre 1875 y 2010, recordaban que hacia el final del franquismo “la economía y la empresa eran actividades despreciables”, se las trataba con desdén y cada empresario era demonizado desde el último de sus cabellos hasta los dedos gordos de sus pies. La cultura transgresora de Mayo del 68, el marxismo omnipresente, la convicción de que los empresarios eran los enemigos de clase no favorecían de ninguna manera que alguien se los tomara en serio y se pusiera a estudiarlos. Mercedes Cabrera lo hizo. Necesitó quizá un poco de valentía para sortear la pacata ortodoxia de aquellos tiempos, pero, sobre todo, tener curiosidad y entender que la realidad es mucho más compleja que ese maniqueo cuento de hadas habitado por ogros y princesas. Se ocupó también de las biografías de Nicolás María de Urgoiti, Juan March, Jesús de Polanco y Rodrigo Uría.
Es ahí, en el cruce entre la trayectoria académica de una historiadora y en su afán por hacer política, y en el fecundo encuentro entre el mundo del que viene y la España que se construyó tras la muerte de Franco, donde su trayectoria y su obra provocan más resonancias y resultan más estimulantes. La discreción fue una de sus armas para construir acuerdos, una Europa próxima —la de sus cafés— le sirvió de referente y quiso entender cómo funcionan las cosas en estas sociedades tan complicadas. No está mal para tirar adelante.
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