Giner de los Ríos, fuego con viento
Laico, cívico y progresista. Así era el fundador de la Institución Libre de Enseñanza
1. El krausismo, al fondo. La llegada del idealismo filosófico alemán a España dio trascendencia a la rebeldía romántica, mientras el positivismo le extirpó cualquier pretensión de inocencia. Giner de los Ríos (1839-1915) y sus amigos los adoptaron como herramientas para resolver algunas cuentas pendientes del XIX español: fundamentar un laicismo respetuoso con el sentimiento religioso, pero crítico con el casposo catolicismo de entonces; convertir el derecho —la ciencia social del XIX— en fundamento de un orden más justo y entronizar la pedagogía —otra palanca de intervención pública— en el basamento de una futura ciudadanía responsable.
2. Profesionales. Los krausistas fueron juristas y pedagogos e introdujeron entre nosotros la ciencia política y la incipiente sociología. Giner de los Ríos fue una suerte de Sócrates, pero también escribió mucho. Sus obras completas, cuya publicación se inició en 1916, ocupan 21 volúmenes y este año la fundación que lleva su nombre comenzará su reedición. Conviene no olvidar, sin embargo, que su primer libro fue Estudios literarios (1864), que contiene unas “Observaciones sobre el desarrollo de la literatura moderna” de elevado interés. Y que el último regalo de Navidad de aquel solterón a los hijos de sus amigos fue un ejemplar de Platero y yo (1914), de Juan Ramón Jiménez, que acababa de aparecer. Fue Juan Ramón quien le llamó “fuego con viento”, como Antonio Machado asoció su recuerdo a “la luz de la mañana”.
3. El disidente. Nunca calló ante la injusticia o la estupidez. En 1868 perdió su cátedra por protestar contra la expulsión de Julián Sanz del Río y Nicolás Salmerón, aunque la revolución de septiembre de aquel año los devolvió a sus puestos. En 1875 repudió el decreto de la Restauración que proscribía las doctrinas contrarias al catolicismo y la monarquía. Y esta vez hubo detención, prisión y confinamiento de los protestatarios. Desde entonces, su nombre acompañó cuanto significaba reforma progresista, aunque eludió las responsabilidades de gobierno. Supo dónde tenía que estar: en 1906 asistió al pronunciamiento de Miguel de Unamuno contra la Ley de Jurisdicciones, que ampliaba la militar; en 1914, ya muy enfermo, estuvo en el discurso Vieja y nueva política, requisitoria general de Ortega y Gasset contra la Restauración.
4. El instinto fundacional. Tuvo el raro don de promover convocatorias necesarias y de hallar las personas adecuadas. La Institución Libre de Enseñanza, que puso en marcha en 1876, fue una agrupación de amigos y socios, un manantial de ideas y una pauta de moral cívica, que además gestionaba un renovador colegio de niños y adolescentes. A fin de siglo, la ILE estaba preparada para iniciar su proyección en la Universidad: en 1907 auspició la fundación de la Junta para Ampliación de Estudios, que en 1910 creó la Residencia de Estudiantes, el Centro de Estudios Históricos y el Instituto de Ciencias Físico-Naturales; en 1918 su pensamiento inspiró el colegio público Cervantes y el instituto-escuela, concebidos como centros de formación profesoral. Pero en 1885, Giner y sus inseparables Azcárate y Cossío también acudieron al remoto Villablino para ayudar a Francisco Sierra-Pambley a poner en marcha una fundación educativa que cambió el destino de muchas gentes de aquel rincón leonés.
5. Una sensibilidad. Giner y los suyos amaron el arte popular, el folclore y el paisaje: fue su aportación a la reforma del nacionalismo “castizo” español. Le fascinaba la sierra de Guadarrama. En julio de 1883 inició —con sus amigos y los alumnos de la Institución— una travesía de aquellos parajes que continuó en un viaje de dos meses por España (hasta llegar a Lisboa), a pie o en vagones de tercera clase. En 1909 hizo construir una casa de El Rellano de El Ventorrillo, donde pasó el verano de 1913. Aquellos lugares fueron su salón de recibir y su recinto de meditación, como recordó conmovido Azorín.
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