De las ruinas y sus alrededores
Si bien la memoria es necesaria, no debe obstaculizar la historia, el intento por comprender de forma mínimamente racional qué es lo que pasó, con el objetivo de encauzar lo que pasará
El 6 de agosto de 1945, la ciudad de Hiroshima fue arrasada por la primera bomba atómica de la historia. La cúpula Genbaku, la única construcción cercana a la explosión que logró permanecer en pie, fue erigida en el centro simbólico de un gran Memorial por la Paz. La idea era conservarla como había quedado. Lo cual significaba que alguien debía ocuparse de restaurar la erosión que el tiempo le impusiese a esa ruina, sin llegar a destruirla, reparándola en exceso.
La imagen es hermosa, por paradójica, y a la vez trasluce una cierta tristeza. Pues, así como el hematoma es el flujo sanguíneo estancado fuera de sus canales naturales, el trauma es el río de la memoria transformado en un pantano, en cuyas aguas sí es posible ahogarse una y otra vez. Como diría Freud, cuando no hay duelo, reina la melancolía, esto es, el estancamiento. Lo que resulta tentador en un mundo inestable. Aunque sea un error confundir el rigor mortis con el equilibrio, y aún más con la fuerza. Pues, que no podamos ganarle un pulso a un cadáver no significa que este pueda ganárnoslo a nosotros.
Pero la cristalización identitaria que propicia el trauma, y los cuidados y derechos que merecidamente otorga, han hecho que muchos deseen erigirse en víctimas. Lo cual no solo les ha llevado a apropiarse del sufrimiento ajeno, sino también a establecer una especie de competición victimista que ha acabado perjudicando a las verdaderas víctimas.
Para luchar contra esta injusticia, deberíamos recordar, primero, que ser víctima es un estado psicológico, no una virtud moral. Que puede que una víctima siempre tenga razón en tanto que víctima, mas no en tanto que ciudadano. Así que, siempre que hable como ciudadano, deberá aceptar las reglas del debate público razonado que constituye toda democracia. Y segundo, que, si bien la memoria es necesaria, esta no debe obstaculizar la historia, esto es, el intento por comprender de forma mínimamente racional qué es lo que pasó, con el objetivo de encauzar lo que pasará.
La vida es una gota de cera que avanza cuando se calienta y se detiene cuando se enfría. Y nada la enfría tanto como el sufrimiento. Por eso, una de las formas de evitar que los victimarios, y los impostores, se salgan con la suya es tratar de volver a poner la vida en movimiento. No podemos limitarnos a mantener las ruinas tal y como quedaron. Al menos podríamos plantar a su alrededor un jardín, para que, llegado el tiempo, las devore.
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