Colombia: cuando se rompieron todos los huevos
Gustavo Petro ha cometido un error de estrategia al pensar que su principal rival era el uribismo y no prestar atención a un electorado que miraba a otro candidato: Rodolfo Hernández
El uribismo ha sido la identidad política más poderosa las últimas dos décadas en Colombia. El eje ordenador del debate político. Sin embargo, como ha ocurrido en otras latitudes, la fuerza política que la mantenía en pie ha tenido muchas dificultades para conservar su poder e influencia por mucho tiempo tras la retirada de su principal figura de la jefatura del Estado. Como en otros casos, de hecho, el principal desafío provino del sucesor designado, Juan Manuel Santos. Las sucesiones no suelen ser un momento fácil incluso para los proyectos políticos en apariencia sólidos. Siempre hay un punto de fragilidad en las hegemonías difícil de determinar, aunque a posteriori todos se apuntan a identificarlo. Pero las grietas a menudo son visibles para los líderes/sucesores. Algo olfateó bien Santos que acometió, con poco reparo, un giro radical a la manera de hacer las cosas por parte de un movimiento en el cual él estuvo entre los “halcones”.
Álvaro Uribe no se lo perdonó nunca. De hecho, escenificó esta ruptura en distintos escenarios y con una dureza creciente durante el primer mandato de Santos. Quizás una de las formas más llamativas y comunicacionalmente más rotundas de esto fue cuando se paseó en un mitin enseñando una cesta con tres grandes huevos rotos. Uribe, años atrás, le había entregado a Santos tres huevos que representaban su legado: seguridad, cohesión social y confianza inversionista. Le encargó protegerlos con dedicación, ya que los huevos también son frágiles. El 2 de marzo de 2014, en el mitin mencionado, Uribe decía que “los huevos no quedaron ni para tortilla”.
La mayor expresión del giro de Santos respecto a su antecesor fue la apuesta por llevar adelante el proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Uribe y los suyos sabían que se jugaban mucho entonces y se opusieron con todos los recursos posibles y lo hicieron no solo por una cuestión ideológica —el uribismo se nutría en buena media del mantenimiento del conflicto armado— sino también por la voluntad de castigar la traición de Santos y, muy importante, evitar que opciones de izquierda en el país lograsen sacudirse la losa, en forma también de techo electoral, que suponía la asociación permanente a los grupos organizados de lucha armada. Esto no ocurre, por supuesto, solo en Colombia.
Alvaro Uribe le ganó esa primera batalla a Juan Manuel Santos, pero siguió perdiendo fuerzas en la guerra: el declive del uribismo no conoció freno y el gobierno de Iván Duque aceleró este proceso. De hecho, una mayoría de analistas explica como uno de los principales motivos del fracaso de Federico Fico Gutiérrez —que irrumpió con fuerza en las primarias para luego estancarse— haber sido percibido como un candidato tapado del uribismo, en un momento donde esta identificación solo resta apoyo. De hecho, la sorpresa de esta elección, Rodolfo Hernández, se ha apresurado en dejar claro que no tiene nada que ver con el uribismo. Hace pocos días publicaba en Twitter sus “20 diferencias” con el expresidente y enumeraba una lista de temas: paz con la guerrilla del ELN, relaciones con Venezuela, la reforma fiscal de Duque, rechazo al fracking, aborto, diversidades sexuales, etc. en las que marcaba distancias desde posiciones sorprendentemente progresistas. Si los colombianos le creen o no se sabrá el 19 de junio, pero lo que esto enseña es que el uribismo ya no es lo que era. El asesor de Hernández, el consultor Ángel Becassino, ha sido tajante al responder si habrá una foto con Uribe: no.
Pero las hegemonías se quiebran, no se evaporan de inmediato. En el proceso de su declive van dejando huérfanos; ideas, palabras y votos que se desplazan, que se pueden ordenar de otro modo. La votación de Hernández se solapa con gran parte de la Colombia del no al proceso de paz. Su campaña supo acercarse de manera efectiva a una parte importante de los desencantados del uribismo oficialista pero no necesariamente de todo su corpus de ideas.
Es posible que Gustavo Petro haya cometido un error relevante en su campaña al entender que su principal antagonista seguía siendo el uribismo. Bajo esta mirada, confió que el uribismo aún tenía fuerza suficiente para ponerle un competidor en segunda vuelta y descuidó a los ciudadanos que miraban al otro candidato que, como él, aunque con prioridades y maneras bastante distintas, hablaba de la necesidad de un cambio en Colombia. Petro obtuvo una victoria histórica, pero encuentra un rival inesperado. La contingencia tampoco es extraña en estos momentos de cambios de ciclos. Parece claro que si Petro quiere ganar no le bastará con una versión colombiana de gatopardismo: denunciar a Hernández como una suerte de uribismo realmente existente no parece suficiente garantía de triunfo.
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