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El todo o nada de Gustavo Petro

El líder de izquierda se jugará la presidencia contra Rodolfo Hernández, el candidato que más crece y al que supera en 10 puntos, una diferencia que nadie ha revertido

Gustavo Petro y Francia Marquez, acompañados de sus familias, celebraban el domingo el cierre de la primera vuelta, en las elecciones presidenciales de Colombia, en Bogotá.Foto: IVAN VALENCIA | Vídeo: EPV
Juan Diego Quesada

Gustavo Petro Urrego ha dado un paso más para ser el primer presidente de izquierdas en la historia moderna de Colombia. Ha sacado el mejor resultado conseguido antes por un progresista. El político, de 62 años, le ha sacado en la primera vuelta más de 12 puntos a su principal rival, Rodolfo Hernández, un empresario de 77 años con un discurso antisistema y anticorrupción que ha pegado un subidón en la última semana y ha derrotado al hombre del establecimiento y el continuismo, Fico Gutiérrez. La suma Fico-Hernández podría ponérselo muy difícil a Petro, aunque las estadísticas están a su favor. Hasta ahora, nadie que haya ganado por más de dos cifras en una primera vuelta ha sido derrotado en la segunda votación, que tendrá lugar dentro de tres semanas. Petro, por edad e historial, podría llegar a ser el último exguerrillero en llegar al poder por la vía democrática en Latinoamérica. Este es su todo o nada.

Esta ha sido la tercera ocasión en la que Gustavo Petro se ha presentado a la Presidencia. En 2010, con una modesta presentación de congresista combativo, sacó el 9,13%. En el 2018, después de un paso tormentoso por la alcaldía de Bogotá, se llevó un insuficiente 25,08%. En esas dos ocasiones era un hombre solo y encerrado en sí mismo que luchaba contra el establishment y arrastraba un pasado en el M-19 que asustaba a muchos votantes. En este tiempo ha madurado, ha reunido a su alrededor un verdadero movimiento que trasciende su nombre ―con organizaciones feministas y afros― y ha puesto de número dos a la impresionante Francia Márquez, la primera mujer negra y de origen pobre que puede ocupar la vicepresidencia. Esto lo ha dejado a poco más de nueve puntos de dar un vuelco a la historia política de este país.

El contexto le ha sido propicio. El modelo económico parece agotado en la región, los partidos políticos tradicionales han perdido toda credibilidad y las élites no son capaces de entender el descontento de una mayoría que vive en condiciones muy precarias. Esa insatisfacción creciente quedó plasmada en las protestas del año pasado en Colombia, que incendiaron todo el país. La receta del Gobierno fue reprimir a los manifestantes, que aumentó todavía más la desconfianza en las instituciones. Petro ha recogido parte de ese descontento ―no todo, si no hubiera ganado ahora con mayoría absoluta― de una ciudadanía que siente desapego hacia la democracia y el sistema de partidos.

Petro no quiere gobernar un país, quiere transformarlo. Sus proyectos a veces suenan tan ambiciosos que parece difícil que alguien pueda ejecutarlos en cuatro años, lo que dura el mandato de un presidente, sin posibilidad de reelección. Él ya ha dicho que no buscará quedarse más tiempo, como antes lo hicieron Álvaro Uribe y después Juan Manuel Santos. Uribe trató de optar a un tercero que le fue denegado. Una vez en el poder quiere llevar adelante una reforma agraria que aparece en los acuerdos de paz y no se ha puesto ni siquiera en marcha. Desea dejar de explotar petróleo y carbón y sustituirlo por energías limpias. El problema es que suponen la mitad de las exportaciones del país y no es que al Estado le sobre el dinero en este momento.

Seguidores de Gustavo Petro celebran su paso a la segunda vuelta electoral, en Bogotá.
Seguidores de Gustavo Petro celebran su paso a la segunda vuelta electoral, en Bogotá.Diego Cuevas

Colombia arrastra un déficit fiscal de 80 billones de pesos (poco más de 19.000 millones de euros), casi un 8% del presupuesto. El presidente actual, Iván Duque, trató de remediarlo en 2021 con una reforma fiscal bienintencionada, pero equivocada en el momento ―en mitad de la pandemia― y en la forma ―gravando los impuestos a los alimentos―. La gente se echó a la calle y con el paso de los días la protesta social derivó en estallido. Duque se vio obligada a retirarla. En el poder, Petro dice que llevará a cabo una reforma, aunque diferente. Le quitará los subsidios a los hidrocarburos, según ha dicho, y les aumentará a las empresas el canon por explotar el suelo.

En la anterior elección, fue constante que sus rivales le atacaron por sus guiños a la izquierda arcaica latinoamericana: Venezuela, Cuba, Maduro, Chávez. En esta, ni siquiera ha sido un tema en los debates. Ha moderado su perfil y la mejor muestra de ello es que 48 horas antes de que se abrieran las urnas dijo que su economía la dirigiría, siempre que él quiera, el reputado profesor José Antonio Ocampo, de la Universidad de Columbia y ex secretario ejecutivo de la Cepal. Ambos coinciden en la necesidad de cambiar el modelo extractivista que desde hace siglos opera en América Latina. En la misma línea se ha manifestado el nuevo presidente de Chile, el joven y también izquierdista Gabriel Boric.

Petro quería en segunda vuelta a Fico. Contra él podía blandir el discurso del cambio, algo que no le ocurre con Hernández. El uribismo, los seguidores de Álvaro Uribe, ya estaban esta noche mostrando sin disimulo su apoyo al exalcalde de Bucaramanga tras el fracaso estrepitoso de Fico. Parece claro que la mayoría de votos de este político que había sido alcalde de Medellín y que fue segundo hasta hace siete días irán a parar a Hernández.

Petro tiene un alto sentido de la trascendencia. Ha dedicado su vida al activismo y a la tarea de llevar a la izquierda ―o a él y su visión desmedida de sí mismo, dicen sus críticos― al poder. Su papel en el M-19 no fue protagónico. Era una guerrilla democrática y nacionalista, que se ganó a la gente, algo que nunca consiguió las Farc. En ella militaron académicos e intelectuales que dejaron su vida en la universidad para empuñar las armas y llevar una vida clandestina. Muchos de ellos murieron, como Jaime Batemán o Carlos Pizarro. Y aunque Petro fue un cuadro medio, cree íntimamente que tiene la obligación de culminar ese proyecto político que nació cuando el M-19 dejó las armas y se acogió a un proceso de paz. Si no lo hace él, ya nadie lo hará.

Un simpatizante de Gustavo Petro celebra en Bogotá.
Un simpatizante de Gustavo Petro celebra en Bogotá.Diego Cuevas

Se hizo esperar para hablar en público. La gente se preguntaba nerviosa con qué humor llegaría. Subió al estrado algo circunspecto, pero pronto se envalentonó. “Hoy hemos ganado”, recordó. Y se lanzó contra Rodolfo, que según él representa un cambio distinto al suyo: “Hay cambios que no son cambios, son suicidios. ¿Qué queremos, cambio o suicidio?”. Hizo un llamado al empresariado, a quien le recordó que la justicia social es bueno para ellos, pues a la larga tendrán más beneficios. Cuando parecía que dejaba en paz a su contrincante el 19 de junio le dio con todo: le recordó sus declaraciones a favor de Hitler, su imputación por corrupción, las declaraciones machistas y un par de cosas más. Para acabar, les pidió a los suyos buscar el millón de votos que necesitaría para ganar con su tono épico habitual: “busquémoslo en las veredas, en los barrios, los edificios, las casas”. Su proyección es quitarle ese millón a Rodolfo, el millón que se le ha sumado por verle como un motor de cambio.

Serán tres semanas de campaña durísima. Está por ver qué hará el empresario, que no ha acudido a ninguno de los debates, no quiso enfrentarse dialécticamente a Petro, Fico y Fajardo, tres hombres con mucha más experiencia política. Petro necesita ensanchar su electorado y sumar un par de millones de votos para hacerle frente. No lo tiene fácil. Los 8,5 millones obtenidos son solo 500.000 más que los que sumó en segunda vuelta hace cuatro años, cuando salió derrotado, a pesar de haber tratado de sumar a muchas más sensibilidades. Lleva estancado en el 40% que finalmente ha conseguido unas cuantas semanas, una mala señal. Quedan 20 días frenéticos en los que Petro se juega una vida política entera, decidida a gobernar Colombia. Rodolfo Hernández es su último obstáculo.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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