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Al PSOE le conviene un Vox fuerte, a España no

La estrategia de convertir a la ultraderecha en el primer enemigo público es poco sostenible en el tiempo y está llena de riesgos

Vox Congreso
Santiago Abascal, Iván Espinosa de los Monteros y Macarena Olona, durante una sesión en el Congeso de los Diputados en febrero.Eduardo Parra (Europa Press)
Ricardo Dudda

El Gobierno no confronta con la ultraderecha de Vox por convicción, o al menos ese no es su principal móvil. Confronta con la ultraderecha de Vox exclusivamente para galvanizar a sus votantes. Esto ha sido siempre así: fue la estrategia del asesor plenipotenciario Iván Redondo antes y es ahora la de su sustituto Félix Bolaños, que se ha convertido en el nuevo foco de las críticas de la oposición (el mes pasado, un diputado especialmente perturbado de Vox lo comparó con Goebbels). Es decir, y esto no es nada nuevo: la gran esperanza del PSOE es un Vox fuerte, especialmente ahora que el Partido Popular es más moderado (moderado suele significar menos hostil al PSOE), tanto con Feijóo en Génova como con Juanma Moreno rozando la mayoría absoluta en Andalucía. Con un Vox fuerte, el PSOE puede dotar de épica a su propuesta política y hacer lo que mejor sabe hacer: venderse como la única alternativa frente al caos y el oscurantismo.

Por eso, hasta los perfiles más tecnócratas del Gobierno, como Nadia Calviño, entran al trapo en el Congreso contra la ultraderecha. La ministra de Economía dijo el otro día a Vox: “¿Qué se puede esperar de una formación política que el día que estamos llorando consternados una terrible matanza de niños en EE UU propone repartir armas a los ciudadanos?”, en referencia a una entrevista que concedió Santiago Abascal en marzo de 2019 a la revista Armas.es, en la que proponía reformar el Código Penal para permitir la posesión de pistolas. Era una referencia injusta: la tontería la dijo Abascal hace años, no el día después de la matanza en el colegio de Texas. La mejor manera de ofrecer una alternativa política es enfrentándote a la mejor versión de tu adversario, o al menos a su versión real (y no hace falta indagar mucho para encontrar cosas deleznables en Vox), y no a un hombre de paja. Detrás de esta referencia también está el problema del provincianismo y localismo político que abunda en el Congreso: los sucesos que ocurren en el extranjero solo llegan al debate público para servir como munición en las guerras culturales locales. ¿Una matanza en Texas? ¡En Vox quieren legalizar las armas! No es solo deshonesto, sino poco útil.

La confrontación con la ultraderecha puede funcionar, pero tiene que ser real. Al PSOE le ha venido bien en el pasado el crecimiento de Vox, aunque mucho menos de lo que esperaba. La estrategia de convertirlo en el enemigo público número uno es poco sostenible en el tiempo y está llena de riesgos: quizá vences a tu adversario en el barro, pero acabas tragado por él. Tiene también un techo: ¿cuántos votantes de la izquierda quedan por movilizar contra el crecimiento de la ultraderecha? La estrategia del dique de contención es demasiado bronca y defensiva. El Gobierno tiene que mirar más allá de sus intereses electorales a corto plazo. Es posible que al PSOE le convenga que crezca Vox, pero a España no.

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