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tribuna
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En defensa de una poco popular solución diplomática a la guerra de Ucrania

Ha llegado el momento de que Europa despliegue su arma más eficaz que, aunque no sea la solución idónea, partiendo de la situación actual es la menos mala

Wolfgang Münchau
Un edificio residencial destruido en la localidad ucrania de Járkov.
Un edificio residencial destruido en la localidad ucrania de Járkov.UKRAINIAN PRESIDENTIAL PRESS SER (EFE)

Emmanuel Macron y Olaf Scholz impulsan conjuntamente una solución diplomática a la guerra en Ucrania. A estas alturas no hay muchas esperanzas, ya que las dos partes no están dispuestas en este momento a llegar a un compromiso.

En nuestros debates públicos, el mero hecho de que alguien hable con Vladímir Putin se suele equiparar con un apaciguamiento. Esto es claramente ridículo. Las guerras siempre se resuelven mediante acuerdos diplomáticos. Tanto si Rusia o Ucrania ganan esta guerra como si se convierte en una guerra de desgaste de varios años sin vencedores ni vencidos, la diplomacia siempre está presente.

Los europeos hacen bien en invocar la diplomacia. En lo que se equivocan es en no definir un objetivo bélico concreto entre ellos. Todos queremos ayudar a Ucrania. Imponemos sanciones a Rusia, pero solo mientras no nos perjudiquen. Nos indignamos cuando Putin amenaza con mantener el bloqueo del mar Negro, que podría provocar una acuciante escasez de alimentos en partes de África. Le señalamos con el dedo. Echar la culpa a alguien se ha convertido en nuestro relato político dominante. “El justo por la fe vivirá”, como dice la Biblia.

De vuelta a la tierra, cuando uno impone sanciones económicas, tiene que estar preparado para las consecuencias. No es cuestión de animar. Si dejamos de comprar petróleo y gas ruso, preparémonos para la escasez de combustible y la subida de precios. Si dejamos de importar tierras raras, acabaremos con interrupciones en la cadena de suministro que afectarán a nuestras propias empresas manufactureras. Y tenemos que estar listos para las sanciones de la parte contraria, como el bloqueo de los barcos que transportan trigo. Sabemos que Putin es más despiadado y cruel que nosotros, y que tiene un umbral de dolor mucho más alto. Si imponemos sanciones, eso significa que debemos tener en cuenta desde el principio que podría producirse una crisis alimentaria al final de la cadena de acontecimientos. Si se imponen sanciones económicas a alguien, hay que pensárselo bien antes. Si se puede vivir con todas las consecuencias directas e indirectas, pues adelante. Pero no es ético imponer una sanción económica y después hacernos los sorprendidos cuando la gente se muere de hambre.

Consideremos a continuación la política. Independientemente de cómo resolvamos este dilema ético, ¿estamos seguros de que nuestros votantes están de acuerdo con nosotros? Y si lo están ahora, ¿lo seguirán estando cuando vean en la televisión imágenes de niños hambrientos en el norte de África? ¿O la inmigración masiva a través del Mediterráneo?

Nuestra incapacidad colectiva para pensar con claridad se ha convertido en la característica definitoria tanto de la integración europea como de la solidaridad transatlántica. Esa es también la razón por la que nuestros esfuerzos diplomáticos no están funcionando. Nos movemos por la conveniencia. Vamos pasito a pasito en un paseo al azar, justo la forma más segura de perderse.

Una buena estrategia diplomática empezaría con la aclaración de qué queremos nosotros. ¿Realmente queremos derrotar a Putin? Si es así, ¿qué significa eso? ¿Significa que las tropas rusas se retiren a la situación en la que estaban antes del 24 de febrero? ¿Es decir, fuera de Ucrania, salvo en Crimea? ¿O queremos que la guerra siga hasta que los rusos sean expulsados también de Crimea? ¿O queremos ir aún más lejos, como insinuó en una ocasión el presidente Joe Biden, hasta que Putin sea expulsado del poder? ¿Buscamos activamente un cambio de régimen? ¿Queremos imponer un líder de nuestro gusto? Las personas razonables pueden estar en desacuerdo en cuanto a objetivos bélicos concretos. Lo que no es razonable es que nos ofusquemos.

Aquí van dos objetivos de guerra que son a la vez matizados y factibles. Pero no podrían ser más diferentes el uno del otro.

Uno, apoyar a Ucrania con todos los medios que tenemos a nuestra disposición, militares y económicos, sin llegar a un enfrentamiento militar directo con Rusia. Las sanciones económicas tendrían que estar dirigidas a reducir la capacidad de Putin para financiar su guerra. Deberían incluir todas sus fuentes de ingresos en el extranjero, especialmente el gas y el petróleo. Esta es una estrategia en la que Occidente haría más de lo que está haciendo ahora.

Y dos, poner en marcha una diplomacia sosegada para llegar a un acuerdo negociado. El objetivo de esta diplomacia sería dar a ambas partes un fuerte incentivo para que lleguen a un acuerdo. Se podría amenazar a Rusia con un embargo al gas si no hay acuerdo, y premiarle con el levantamiento de todas las sanciones si lo hay. Ucrania podría ser recompensada con una generosa ayuda para la reconstrucción y una vía de integración en la UE, y si no hay acuerdo, se le podría amenazar con la retirada progresiva de los suministros militares.

La primera estrategia constituiría la respuesta idónea, en mi opinión. Pero Alemania ha dejado claro que no se atreve a hacerlo, y Estados Unidos y el resto de la UE valoran la unidad con Alemania por encima de todas las cosas.

Esto nos deja con la estrategia número dos: un acuerdo diplomático sucio. No me sorprende en absoluto ver a Scholz y Macron en el Equipo Diplomacia. Una solución diplomática no es el desenlace idóneo, pero, partiendo de la situación actual, probablemente sea el menos malo.

El objetivo que yo rechazaría de plano son las soluciones extremas: presionar a Ucrania para que se rinda, como propugna un grupo de personalidades alemanas, o ir a por un cambio de régimen en Rusia. Esto último sería tan reprobable moralmente como el intento de Putin de instalar un régimen títere en Ucrania. El cambio de régimen hay que dejárselo a los rusos. Y además, sería arriesgado, porque estamos tratando con una potencia nuclear. Que no venga nadie a decirnos que el riesgo de un ataque nuclear es nulo.

Por tanto, mi conclusión es que ha llegado el momento de desplegar nuestra arma más eficaz: los diplomáticos. Y darles mucho tiempo.


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