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Ulises y Afrodita

Necesitamos ser politeístas, pero eso es complicado si, como ocurre ahora, el culto a una divinidad se solapa con una ideología

Manifestantes a favor y en contra del aborto en EE UU
Manifestantes a favor y en contra del aborto ante el Tribunal Supremo de EE UU, el pasado 1 de diciembre en Washington.CHIP SOMODEVILLA (AFP)
Víctor Lapuente

Los dioses clásicos de la democracia moderna son Ulises y Afrodita. Ulises, el legendario héroe que se ató al mástil del barco para resistir el canto de las sirenas y no precipitarse al mar, simboliza el control constitucional de los gobernantes. Las cuerdas de la Ley Fundamental reducen la movilidad del Ejecutivo, pero son beneficiosas. Afrodita, la diosa del amor, representa la pasión desatada de la mayoría popular. Tan inestable era visto el erotismo por los griegos que, según se dice, los juramentos hechos ante Afrodita no tenían validez en los tribunales. Y, sin embargo, ¿qué sería de la vida sin amor?

Una democracia sana necesita que respetemos tanto a Ulises como a Afrodita. El culto monoteísta a Afrodita deriva en los populismos, que anhelan tomar las decisiones en réplicas del ágora ateniense, ya sea el movimiento asambleario que ha apadrinado tradicionalmente la izquierda radical o la democracia plebiscitaria que crecientemente promueve la derecha radical, pidiendo referendos sobre la UE o la inmigración. Y un culto similar a Ulises degenera en tecnocracia. Con unos gobernantes maniatados, el poder acaba recayendo en togados y expertos. Necesitamos ser politeístas, pero eso es complicado si, como ocurre ahora, el culto a una divinidad se solapa con una ideología.

A lo largo de la historia, la derecha política frecuentaba más el templo de Ulises y la izquierda el de Afrodita. Los políticos conservadores reclamaban constituciones robustas que dejaran los derechos individuales, sobre todo el de propiedad, fuera del alcance de los gobernantes elegidos por enardecidas masas sedientas de justicia social. Pero había excepciones, como el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.

Hoy, al contrario, son las izquierdas las que piden insistentemente que los tribunales constitucionales protejan ciertos bienes jurídicos de las pasiones momentáneas de la mayoría. En EE UU quieren que el Supremo garantice los derechos reproductivos de las mujeres frente a los enfebrecidos legislativos antiabortistas de los Estados del sur; y, en Europa, blindar constitucionalmente derechos sociales como las pensiones o la sanidad. Cada día, los devotos de Ulises son más de izquierdas y los de Afrodita más de derechas y eso puede provocar tensiones sísmicas en la democracia: ¿qué es más legítima, la Constitución específica o la voluntad general? @VictorLapuente

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