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Columna
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Teología de la suegra

El Papa emula a Emilio el Moro al abordar una cuestión sobre la que, recuerden, es infalible. Donde pone el ojo, es que hay tema

El papa Francisco, durante la audiencia general que celebró el miércoles en la plaza de San Pedro.
El papa Francisco, durante la audiencia general que celebró el miércoles en la plaza de San Pedro.FABIO FRUSTACI (EFE)
Javier Sampedro

Presintiendo la que le va a caer al Papa por sus ocurrencias sobre la suegra, y cayéndome bien este hombre en la medida reconocidamente exigua en que a un ateo pueda caerle bien el líder de una iglesia, voy a salir en su defensa, aunque solo sea por llevar la contraria al pensamiento automático, somero y borreguero que los analistas suelen dedicar a estos temas. “Existen lugares comunes sobre vínculos de parentela creados por el matrimonio, sobre todo entre suegra y nuera”, dijo el Santo Padre durante la audiencia general celebrada el miércoles en la plaza de San Pedro. “Hoy en día la suegra es un personaje mítico, no digo que pensemos que son el diablo, pero siempre se dice que son malas. Pero son la madre de tu marido, de tu mujer. Al menos hazlas felices, deja que lleven su vejez con felicidad”. Vale, dirá la lectora de cualquier sexo, pero ¿a qué viene esa patada?

Si es que nos hemos olvidado de Emilio el Moro. Sic transit gloria mundi, oh Circe, qué bajo caen los poderosos. Emilio el Moro, queridos amigos, fue un cantaor, guitarrista y humorista español de mucha fama y renombre hasta 1987, cuando el Señor se lo llevó por quién sabe qué motivo inescrutable. Dedicó un álbum o varios al tema que nos ocupa con letras como: “En el cementerio entré / a ver a mi suegra un día / me dijo el sepulturero / que ya se ha escapao otra vez / no la mata ni un barreno”. Sin olvidar este otro clásico del género, inspirado por el carro de Manolo Escobar: “Mi suegra me la robaron /estando de romería / entre cuatro la amarraron / porque la fiera dormía”. O también: “Dondequiera que esté / hay que amarrarla / que no está vacuná contra la rabia”, y no sigo porque me falta columna.

La verdad es que yo, visto lo visto, he tenido suerte con mis suegras de hecho, y hasta he conspirado con ellas en contra de su propia hija, lo que ya es el colmo. Pero esta línea argumental no me viene bien en absoluto, así que vuelvo al Papa. El vicario de Cristo en la tierra habría quedado de lujo de haber limitado su discurso a defender a las suegras, vista la inquina que las tienen Emilio el Moro y varios otros. Pero entonces va y, como para dárselas de agnóstico, empieza a meterse con ellas con retranca porteña: “Y a vosotras, suegras, os digo: tened cuidado con vuestras lenguas. Es uno de los pecados de las suegras, la lengua”. Toma. Si la lengua es solo uno de los pecados de las suegras, ¿cómo serán los otros? Verás tú la que se va a montar el miércoles que viene.

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Las audiencias generales de los miércoles en la plaza de san Pedro se centran a menudo en las cuestiones más graves que la actualidad nos echa a la cara a creyentes y descreídos, como la guerra, la pandemia y la desigualdad. Sacarse del solideo la cuestión candente de los “vínculos entre suegra y nuera” es una iniciativa extraordinaria, qué duda cabe. Pero recuerden que el tipo es infalible. Donde pone el ojo, es que hay tema.

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