‘Los Bridgerton’ o el machismo sin complejos
Solo hay una forma de recomendar una serie como esta: usando las gafas moradas cuando una se sitúe frente a la pantalla. El machismo es tan burdo que más bien parece hecha para instruir sobre lo que no debe pensarse ni hacerse
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Si hay un artículo en el que una periodista puede escribir en primera persona es este, porque he leído un buen puñado de novelas rosa. Casi seguro no hay nadie en mi metarversículo que pueda decir lo mismo. O quizá sí. No es una confesión fácil, porque la literatura romántica sigue siendo un descrédito para el intelecto. Por algo se la llama femenina. Esa es la razón de mi enorme sorpresa ante el furor que ha causado en los medios de comunicación la serie de Los Bridgerton, que emite Netflix, basada en una novela rosa de Julia Quinn, de la que ningún periódico publicaría una reseña en sus páginas literarias.
El amor romántico está matando a miles de mujeres en el mundo. Sería bueno no tomarlo a broma. Y Los Bridgerton, como tantas otras sagas románticas, son el compendio de todos los machismos: mujeres que saborean como un triunfo los celos de sus pretendientes, obligadas a una decencia diseñada en exclusiva para ellas; hombres que se pelean a golpes con otros para defender su posesión, solo suya y de nadie más; jóvenes princesas con vestidos de muñecas que les impiden caminar, montar a caballo; quinceañeras entregadas por los padres o por los hermanos a su nuevo dueño para toda la vida; mujeres cuyo único cometido es tener al lado un marido con el que concebir a la prole; infantilizadas, vírgenes, desvalidas, sin opinión más allá del ámbito doméstico, que deben dominar, desde el bordado a la crianza. Y ellos, los dueños del ámbito público en toda su dimensión, soberanos de su pensamiento y amos de la vida entera, que otorgan permisos o prohíben con la misma soltura con que ejercen sus privilegios y libertades. Lo que en ellas es un comportamiento indecente que las sume en la desgracia y la humillación de por vida, en sus compañeros son elementos que se valoran, como la experiencia sexual. Y desde luego su fuerza bruta y su capacidad proveedora para la familia.
Sorprende, insisto, que esta serie haya tenido tanto eco en los medios de comunicación, algo que jamás habría ocurrido con el libro, pero lo ha hecho Netflix, alabado sea. Y todos tan modernos. En papel o en pantalla, es un producto para mujeres: ellos no ven esas cosas románticas y melosas. He aquí cómo se transmite el machismo, manteniendo atrapada a la mujer en él, para que ellos no tengan que luchar contra la rebeldía, porque en esas mujeres dóciles encontrarán el camino allanado para ejercer su rol de género sin despeinarse.
Solo hay una forma de recomendar una serie como esta: usando las gafas moradas cuando una se sitúe frente a la pantalla. El machismo es tan burdo que más bien parece hecha para instruir sobre lo que no debe pensarse ni hacerse. No se enamoren de alguien así, no se casen con ellos, no tengan hijos con esos padres. No obedezcan. Si les seduce el individuo, basta con un rato de sexo.
Los Bridgerton o cualquiera de esas sagas que van casando un hermano en cada entrega, suelen estar ambientadas en los siglos XVIII o XIX, porque tratándose de esas épocas nada impide echar a paletadas prejuicios y roles de género adheridos a las mujeres y a los hombres durante eras. Solo con novelas de época se consigue lavar la cara al machismo sin complejos. Hacerlo en una serie contemporánea sería anacrónico, ¿verdad? Sin embargo, ya entonces las primeras feministas peleaban para ensanchar sus derechos y libertades con sangre y lágrimas entre el repudio de la familia y la sociedad. Pero poco se menciona de aquellos aires nuevos, apenas alguna coprotagonista rebelde que se niega a pasar por la temporada londinense mostrándose como ganado en feria para la conquista. La mujer incómoda y un poco machirula, por decirlo así.
Estas series han ido introduciendo, sin embargo, otras causas que resultan anacrónicas para esas épocas, pero bien poco les ha importado. La presencia de personas negras es abundante y están ahí como si en aquel tiempo no fuera repudiado un matrimonio mestizo. Tampoco faltan protagonistas gais, presentándolos como víctimas de esa época restrictiva. Bienvenido sea el derribo de estos prejuicios. Pero el machismo no pueden lavarlo, porque es la parte del león, sin él no hay serie que valga. Así que todos felices con el romance, la boda y la maternidad. Hasta la hermana más rebelde caerá locamente enamorada de un marido y agradecida por la serenidad de una vida clásica, ergo machista: el esposo le permitirá leer, y escribir incluso, para que no se le mustie su preciosa posesión entre pañales. No hay más licencias. Hasta donde yo he leído, siempre es así. Quizá me equivoque con la serie.
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Unas sugerencias:
🕒 Una campaña: “Hermana, soltá el reloj”. Por Sally Palomino
“Hermana, soltá el reloj” es la nueva campaña de Mujeres que no fueron tapa, un proyecto de argentinas activistas y feministas que busca derrumbar los estereotipos de género y construir otras narrativas con las voces y las historias de quienes viven fuera de las imposiciones sociales. En febrero pasado, Mar Centenera, de la redacción de EL PAÍS en Buenos Aires, nos contaba sobre la revolución que causaba en redes sociales la campaña “Hermana, soltá la panza”, que animaba a las mujeres a enviar fotos de sus cuerpos sin importar sus medidas. Fue una catarsis. Cientos de jóvenes y adultas se mostraron como son, sin filtros, sin meter la panza. Ahora, con “Hermana, soltá el reloj”, cuentan sus historias alrededor de la idea de que después de cierta edad la vida de las mujeres pierde sentido. “Estamos intentando hackear el discurso que dice que la vida de las mujeres se termina a los 30, que antes de esa fecha tenés que haberlo hecho todo y haberlo hecho bien, o sea a la medida del mercado y el patriarcado”, dicen en la presentación de la nueva iniciativa, que encabeza la artista y abogada Lala Pasquinelli.
“#HermanaSoltaElReloj es empezar a soltar todos esos discursos que habitamos sin haber cuestionado. Es hackear la idea de que el tiempo corre en contra y no a favor nuestro. Es hacernos visibles, porque la cultura borra de la representación los cuerpos y las historias de las mujeres a partir de los 35 años, casualmente cuando nuestras vidas empiezan a parecerse más a las que queremos y menos a las que nos dicen que tenemos que vivir”, señalaba el colectivo en una entrevista con Infobae.
📖 Un libro: Kim Ji-young, nacida en 1982. Por Lorena Arroyo
Mi recomendación de hoy no es una novedad editorial, pero ha sido un descubrimiento reciente que quería compartir con las lectoras de Americanas. La novela Kim Ji-young, nacida en 1982, de la escritora surcoreana Cho Nam-joo, se estrenó en ese país en 2016 y fue tal su éxito en Asia que la acabaron llevando al cine. Yo me topé con ella hace un par de semanas en una librería de Ciudad de México cuando buscaba algo para leer durante el descanso de Semana Santa y me atrajo el mensaje de la contraportada: “Esta novela ha pasado de ser la breve historia de una joven coreana a convertirse en un terremoto que ha sacudido a las mujeres de medio mundo”.
Kim Ji-young es una treintañera surcoreana que, tras ser madre y dejar su trabajo para dedicarse a la crianza de su hija, tiene un brote psicótico por el que empieza a hablar con las voces de otras mujeres importantes en su vida: su madre, una amiga muerta… De ese capítulo dramático, que en su entorno ven como un ataque de locura, la autora nos lleva por la vida de la protagonista, desde su infancia en los 80 hasta la actualidad. Su biografía es tan normal como plagada de las discriminaciones cotidianas de una sociedad patriarcal: madres deprimidas por quedarse embarazadas de niñas, abuelas que miman sin medida a sus nietos y desprecian a sus nietas, reglas de vestimenta mucho más estrictas para las niñas que para los niños en el colegio, acoso en la adolescencia, dificultades para conseguir trabajo por ser mujer o la obligación de dejarlo cuando se queda embarazada frente a un marido que promete simplemente “ayudar”.
Esas violencias y micromachismos cotidianos que sufre la protagonista salpicadas con datos sobre la discriminación hacia las mujeres en Corea del Sur hacen que las mujeres que leen la novela se sientan identificadas con ella. Y ahí está precisamente el éxito de la novela: todas hemos sido alguna vez Kim Ji-young y tenemos a muchas Kim Ji-young en nuestras vidas.
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