Bienvenidos a la jungla
La crisis que Putin ha abierto en Europa no es solo de seguridad; es filosófica sobre el propio proyecto de la UE y la forma de repensar el orden europeo al tiempo que se afrontan las amenazas externas
En su Masa y poder, publicado en 1960, Elias Cannetti observó que los autócratas paranoicos que se identifican como “supervivientes” se rodearán de un espacio vacío para tener la capacidad de ver cualquier peligro que se aproxime. Los únicos sujetos en los que se puede confiar son aquellos que permiten que se los mate. Con cada ejecución que ordena el dictador, acumula “la fuerza de la supervivencia”.
¿Qué mejor forma de describir a Vladímir Putin? El autócrata ruso prefiere sentarse solo al final de una larga mesa blanca, lanzando ultimátums, poniendo en marcha invasiones y ordenando el arresto (o el asesinato) de sus opositores políticos. Putin ha construido su poder a través de sangrientas guerras en Chechenia, Georgia, Siria y Ucrania. Su supervivencia depende de acabar con la existencia de otros.
Pero hoy Putin ha activado el instinto de supervivencia de otros. Volodímir Zelenski, el actor que se convirtió en presidente de Ucrania, se ha alzado como el héroe que encarna la lucha existencial de su nación. La OTAN ha resucitado de su progresiva “muerte cerebral”. Y la Unión Europea se ha transformado súbitamente, pasando de ser un proyecto de paz orientado hacia su interior a ser una comunidad de soberanía y seguridad. Como me dijo un veterano diplomático europeo esta semana: “Rusia es demasiado grande y está demasiado conectada a nosotros como para que se le permita comportarse como un matón que tiene toda la libertad para incumplir las normas. O nuestra respuesta a esta guerra detiene ese comportamiento o nuestro mundo se derrumbará”.
La crisis que Putin ha abierto en Europa no es solo una crisis de seguridad; es filosófica. El proyecto europeo se fundamentó en la idea de que los antiguos enemigos podían transformarse en amigos gracias a la interdependencia económica, jurídica y (con el paso del tiempo) política. Desde fuera, la guerra en Ucrania parece una intervención militar del siglo XX. Pero el conflicto no se está desarrollando al otro lado de un telón de acero. Afecta a partes que están totalmente vinculadas entre sí y se libra no sólo con aviones y tanques, sino también con sanciones, cadenas de suministro, flujos financieros, personas, información y bits.
Esta hiperconectividad hace imposible una paz estable. Europa tendrá que estar preparada para perturbaciones y desórdenes continuos, al menos mientras Putin siga en el poder. Al repensar el orden europeo, los encargados de la formulación de políticas deben enfrentarse a cuatro preguntas.
En primer lugar, ¿dónde deben estar las fronteras de Europa y de la OTAN? Durante años, cuando los europeos han pensado sobre sus fronteras lo han hecho en el contexto de eliminar las interiores (o relajarlas para reconocer un Kosovo independiente). Los límites precisos de la Unión Europea y de la OTAN eran algo ambiguos. Pero ahora habrá un gran debate sobre quién está dentro y quién fuera. La cristalización de esa distinción dará lugar a un Occidente algo más pequeño pero más consolidado. Es posible que Suecia y Finlandia se unan a la OTAN, pero habrá menor tolerancia con los países que intenten bascular entre un lado y otro: Hungría, Turquía y Serbia tendrán que elegir bando. También se desarrollará una amplia discusión sobre los países que quieren unirse a la UE pero no cumplen los requisitos para ser miembros: Ucrania, Moldavia, Georgia y los Balcanes occidentales. Algunos diplomáticos europeos han empezado a hablar de una Europa a varias velocidades, en la cual estos países podrían tener limitado el acceso al mercado único, la unión energética o el Pacto Verde.
La segunda interrogante es si Europa está lista para un orden regional basado en un equilibrio de poder, en lugar de en leyes e instituciones. La vieja visión de un orden con Rusia ha sido sustituida por la de otro contra Rusia, sin instituciones comunes ni confianza. Habrá un gran impulso para rearmarse, un proceso que ya ha comenzado en Alemania y Dinamarca. Y también un nuevo debate sobre las bases militares y las armas nucleares que desviará la atención europea (y probablemente recursos) del compromiso multilateral global.
En tercer lugar, ¿dispone Europa de una base política sobre la que construir la resiliencia económica y social? En las guerras de la conectividad (los conflictos entre poderes interdependientes), las claves del éxito son la paciencia y la capacidad de soportar el dolor. Si bien existe en la actualidad un amplio apoyo público a las sanciones contra Rusia, dicho respaldo puede no durar si los precios del petróleo y el gas continúan subiendo por las nubes, ya que precipitaría una recesión. Tras crear un enorme fondo de recuperación para evitar que la covid desgarrase a la UE, las instituciones europeas están considerando ahora nuevos mecanismos de solidaridad para ayudar a los consumidores a afrontar el aumento de los precios de la energía y otros efectos secundarios de las sanciones. De una forma u otra, Europa reestructurará sus mercados energéticos, sus cadenas de suministro y sus finanzas, lo que conlleva importantes implicaciones a nivel mundial.
La última gran pregunta es si Europa forma parte de un orden regional o global. Hasta hace unas semanas, Europa era vista como un espectáculo geopolítico que atraía la atención de manera secundaria dentro de la contienda decisiva del siglo XXI: la batalla por el control del Indo-Pacífico. Sin embargo, el resurgimiento de la guerra en el continente y el estrechamiento de la asociación entre China y Rusia han vuelto a situar a Europa y a Eurasia en el centro del escenario. Como afirma Jeremy Shapiro, miembro del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, la OTAN necesitará ahora vincularse con las democracias asiáticas, coordinando políticas e incluso forzando posiciones en los teatros europeos y del Pacífico.
Muchos observadores han señalado que Putin, con sus fantasías históricas y su miedo a verse cercado, vive en otro mundo. Pero esa metáfora choca con el hecho de que nuestros destinos están entrelazados. No importa en qué mundo (o en qué época) cree Putin que está viviendo. Mientras siga en el Kremlin, Europa no se hallará a salvo.
Los líderes europeos deberán reconciliar el mundo en el que quieren vivir con aquel que Putin les ha impuesto. Algunos dirán que los avances hacia un mundo basado en reglas y ecológicamente concienciado siempre han sido ilusorios. Pero sigo creyendo que la soberanía compartida entre los europeos, el desarrollo de regímenes regulatorios supranacionales y la cooperación sobre tecnología, protección del medio ambiente y sanidad suponen enormes avances para nuestra civilización.
La geopolítica en Eurasia se ha convertido en una competición por sobrevivir. La pregunta final, por lo tanto, es cómo mantener los valores de la paz perpetua de Kant dentro de la UE y al mismo tiempo cómo defenderse de las amenazas que despliega la jungla exterior.
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