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China, un respiro pero no una solución para Rusia

Pekín podría prestar mayor ayuda a su socio y beneficiarse de más seguridad energética y militar, una opción no exenta de riesgos. Tampoco para Moscú, que pasaría a depender más del gigante asiático

Tribuna Alicia García Herrero
Enrique Flores

Las sanciones que el grupo de las siete economías más desarrolladas (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, que forman el G-7) y los Veintisiete miembros de la Unión Europea han impuesto sobre Rusia no solo han sido rápidas y coordinadas sino también potencialmente muy perjudiciales para la economía rusa. Aunque aún queda una carta por utilizar en la manga de Occidente —la total prohibición de importaciones energéticas de Rusia por parte de la UE—, las sanciones impuestas hasta la fecha, fundamentalmente financieras, están haciendo mella en la economía rusa. Más allá de las limitaciones para realizar pagos no solo en dólares americanos, sino también en euros, libras esterlinas y yenes, un buen número de entidades financieras rusas no podrán utilizar la red de mensajería para transacciones bancarias internacionales operada por la Sociedad para las Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales (SWIFT, en sus siglas en inglés). Tampoco el Banco Central de la Federación Rusa, el Ministerio de Hacienda y el fondo soberano del país podrán acceder a sus cuentas denominadas en esas monedas. Esto significa que las enormes reservas internacionales que Rusia lleva años acumulando, superiores a 640.000 millones de dólares, simplemente no están accesibles en su gran mayoría, aunque no hayan desaparecido. Lo que queda son las reservas en oro, un activo que no es líquido, así como derechos especiales de giro por el equivalente a 24.000 millones de dólares y el equivalente de unos 90.000 millones de dólares en renminbis en el Banco de la República Popular China. Estas son las únicas reservas relevantes en tamaño y a las que Rusia puede acceder sin problema, puesto que China no solo ha rechazado aplicar las sanciones occidentales sino que las ha criticado vivamente.

Dada la importancia de la economía china, para el mundo, en general, y para Rusia, en particular, parece importante evaluar si China quiere —pero también si puede— apoyar a Rusia en estas circunstancias difíciles. El marco de cooperación estratégica firmado por Vladímir Putin y Xi Jinping en Pekín hace poco más de un mes es un signo claro de apoyo, corroborado esta semana por el ministro de Asuntos exteriores, Wang Yi, tras el cierre del cónclave del partido y, por tanto, ya con la información de los avances violentos de Rusia en territorio ucranio. Este discurso político de apoyo a Rusia, por otro lado, contrasta con las decisiones comerciales que están tomando las entidades chinas. De hecho, los principales bancos —todos estatales, por cierto— han empezado a rechazar cartas de crédito con contrapartidas rusas y lo mismo está ocurriendo en el sector de la aviación. En otras palabras, todo hace suponer que China evitará incumplir las sanciones financieras por Occidente, al menos directamente, aunque las critique.

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A pesar de eso, y dado que las sanciones impuestas aún no alcanzan a todas las transacciones comerciales ni financieras, uno pensaría que China tiene el tamaño económico y financiero, así como la infraestructura necesaria para poder apoyar a la economía rusa, de desearlo. La realidad es que esa capacidad es mucho más limitada de lo que se cree. En el ámbito energético es bien sabido que China no puede importar todo el gas que Rusia exporta en estos momentos a Europa porque los gaseoductos que sirven a Europa no están conectados con el relativamente reciente gaseoducto que provee gas a China y, hoy por hoy, Europa importa de Rusia cuatro veces más energía que China. En lo que se refiere a las sanciones financieras, existe la impresión de que China puede ofrecer una alternativa, dentro de su infraestructura financiera, para evitar —o al menos reducir— el impacto de las sanciones sobre Rusia. Para ello se barajan dos opciones. La primera es el sistema internacional de pagos chino (CIPS, en sus siglas en inglés), creado en 2015 y que podría dar cobijo a las instituciones financieras rusas expulsadas del SWIFT. La realidad es que el sistema chino es poco líquido y de ninguna manera un substituto perfecto del sistema de pagos internacional utilizado en el mundo entero (CHIPS, en sus siglas en inglés), que además sigue anclado al SWIFT. Aunque China parece haber avanzado en crear su propio sistema de mensajería, aún no está operativo para las transacciones internacionales. Con el tiempo, uno esperaría que el CIPS pudiera servir a los bancos rusos si se mantienen las sanciones, pero lo haría a un coste elevado, puesto que, para entonces, es probable que cada vez más transacciones con bancos chinos se salden en renminbis en vez de en dólares o en euros. En otras palabras, China podría acabar comprando una parte cada vez más importante del gas ruso, pagarlo a través de su sistema de pagos y hacerlo en su moneda. Algo que puede salirle redondo a China, al reforzar su seguridad energética y fomentar el uso internacional de su divisa; sin embargo, arrincona a Rusia, que se metería de bruces en la órbita financiera de China, cuya moneda sigue —no lo olvidemos— sin ser convertible.

La segunda opción que China podría ofrecer a Rusia para mitigar el impacto de las sanciones es permitir el uso transfronterizo de su moneda digital, puesto que esas transacciones no necesitan pasar por el SWIFT y están gestionadas, y controladas herméticamente, por el banco central de China. El problema es que el renminbi digital no está todavía disponible para Rusia, puesto que su uso por ahora se ha limitado a transacciones internas, con la excepción de un número muy limitado de operaciones durante los Juegos Olímpicos de Pekín. Pero, lo que es mucho más importante, es que no parece una solución óptima para Moscú, porque reduciría aún más la demanda actual de rublos y aceleraría la depreciación de la moneda rusa. De hecho, la puesta en circulación de la moneda digital china podría producir una rápida renminbización de la economía rusa, lo que complicaría aún más la ardua tarea de su banco central. Irónicamente, más incluso que si se tratara del dólar, puesto que el renminbi no es convertible.

La única acción inmediata que realmente daría un gran respiro a las autoridades rusas es que el banco central chino accediera a cambiar las reservas en renminbi que Moscú tiene depositadas en sus arcas, o incluso a intercambiar los derechos especiales de giro o el oro del banco central. Sería la única vía para que Rusia pudiera acceder a una moneda fuerte para pagar sus importaciones o hacer frente al servicio de la deuda externa, sobre todo si la UE finalmente cierra el el grifo a la energía rusa. Parece altamente improbable que el banco central chino esté dispuesto a saltarse las sanciones contra Rusia, si no en la letra de la ley en el espíritu de la misma y con EE UU al acecho de sus movimientos.

En resumen, aunque la infraestructura financiera de China puede ofrecer un respiro a las entidades rusas golpeadas por las sanciones occidentales, en realidad es solo un respiro y no una solución clara en el corto plazo al problema que afronta Rusia, puesto que ni el sistema de pagos internacionales chino ni el renminbi digital ofrecen soluciones inmediatas. Lo mismo ocurre en al ámbito económico, puesto que China no puede sustituir a Europa como importador de gas. En el largo plazo, el apoyo que China ofrezca a Rusia para amortiguar el peso de las sanciones sin duda puede ser mayor, pero la pregunta es si será deseable. Rusia se vería abocada a una dependencia muy elevada de la economía china, en el ámbito económico y en el financiero. Una opción con beneficios para China, tanto desde la seguridad energética como militar, pero no exenta de riesgos. Para Occidente, China podría convertirse así en la clave que permita a Rusia aguantar sus presiones para acabar con la guerra, algo que no resulta conveniente para Pekín. La guerra de Ucrania tiene una lectura existencial para Occidente, y especialmente para Europa, un extremo que China no debería pasar por alto en sus consideraciones sobre si —y hasta dónde— apoyar a Rusia.

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