Los hombres se alimentan de humo
En plena II Guerra Mundial, Paul Valéry siguió empeñado en su afán de “observar la mente humana en el acto de pensar”
Cuando hay guerra solo se piensa en la guerra. Esto es así sobre todo para los que la padecen, los que tienen que salir corriendo al refugio cada vez que escuchan una sirena, los que no consiguen comunicar con los suyos, los que han tenido pérdidas, los que abandonan su hogar para salvarse. Y, claro, en la guerra piensan los combatientes que se esfuerzan por ganarla y que se enfrentan cada instante con las armas del enemigo. Sea como sea, la guerra lo permea todo, encharca las mentes y los corazones. Paul Valéry, probablemente uno de esos últimos escritores que pudo recoger en su obra un mundo que se estaba yendo y que estallaba en añicos, publicó en 1942 Malos pensamientos & otros. Francia estaba entonces ocupada por los nazis, pero en el libro esa presencia casi ni se nota. Está dividido en distintos apartados, de la A a la T, y Valéry reunió ahí aforismos, pequeñas narraciones, minúsculos diálogos: pensamientos, iluminaciones, rasguños.
“Mantente tranquilo. Mira con frialdad”. Con esas observaciones inicia uno de los fragmentos incluidos en el libro, en el que viene a decir que, a la larga, no hubo nada y que, por tanto, conviene no perder de vista “esa segura nulidad final”. Han sido muchos los que no han conseguido entrar en la escritura de Valéry porque está hecha de hielo. Desde que se instaló en París, en 1894, se acostumbró a levantarse muy temprano, e iba llenando sus cuadernos. Empezó con 20 años y dedicaba esas primeras dos o tres horas, cuando todavía no había amanecido, a ensayar maniobras para explorar la multitud de asuntos que atañen a la vida y la muerte, el bien y el mal, la risa y las lágrimas, el azar, las ilusiones y el afán de gloria, el olvido y la memoria, las injurias, lo que se ignora y lo que se consigue aprender. “Llamo Soledad a esa forma cerrada donde las cosas están vivas”, escribe Valéry. “En esta hora temprana que no apunto ni en mis días ni en mis noches, sino en una cuenta muy distinta, lo que me rodea participa de mi presencia”.
París estaba ocupada por los nazis, el mundo entero se enredaba en una terrible guerra, y Valéry insistía con terquedad en ese afán por encontrarse vivo entre las cosas vivas. El epílogo de Malos pensamientos & otros, que se publicó para celebrar en 2021 los 150 años de su nacimiento, es obra de José Luis Gallero, poeta, ensayista y acaso el mayor experto en España en escritura aforística. Levanta ahí un archipiélago en el que Valéry se ve proyectado en las lecturas que se hicieron de su obra, y muestra cómo su presencia en la Residencia de Estudiantes y sus viajes por España facilitaron un diálogo y un encuentro fecundos con autores tan distintos como Azorín, Unamuno, María Zambrano, Ortega, Madariaga, Fuster, Díaz Canedo, D’Ors, Juan Ramón Jiménez o Joan Estelrich. A algunos su obra los deslumbró. Antonio Machado, en cambio, consideraba que su escritura barroca —su “cartesianismo rezagado”— contaminaba a los jóvenes poetas franceses.
“La tarea que Valéry se impuso consistía en observar la mente humana en el acto de pensar”, escribió W. H. Auden. Una tarea imponente, difícil, extraña, arriesgada, acaso vana. “Un hombre que miraba desde una altura la gran ciudad, se decía a sí mismo: en efecto, veo que los hombres se alimentan de humo”, apuntó Valéry. Tal como están las cosas, seguro que acertaba: ese humo nos ha ensuciado las entrañas.
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