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tribuna
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La prostitución no se ejerce

Entender que la prostitución es una institución violenta es el primer paso para una ley contra la trata; necesitamos normas que extingan una institución incompatible con nuestro Estado de derecho

Prostitución
Una prostituta, en un polígono industrial de Villaverde, Madrid, en diciembre de 2020.DAVID EXPOSITO

Una noche de invierno. Quizás un polígono industrial o una de las arterias más transitadas de Madrid. Varias mujeres a los pies de la calzada, semidesnudas, maquilladas. Gran parte de ellas procedentes de países del Este. Un viaje por una carretera secundaria donde surgen luces de neón. Chistes, bromas y refranes sobre prostitución. Todo ello forma parte del paisaje cotidiano en España, y es que el sexo de pago goza de aceptación social porque está en el corazón de la desigualdad entre hombres y mujeres. Fíjense como incluso el propio lenguaje condiciona el debate sobre este asunto; es habitual emplear términos asociados a decisiones individuales normalizadas como ejercicio o consumo incluso cuando manejamos posiciones contrarias a la legalización.

Como señala la socióloga Rosa Cobo, la prostitución ha estado presente durante prácticamente toda la historia de la humanidad y se ha ido adaptando a los cambios económicos, sociales y culturales. Uno de los saltos más importantes en relación con este fenómeno se produjo con la gran transformación que sufrió la economía mundial entre los años sesenta y ochenta. El tráfico de mujeres se expandió y asumió las mismas lógicas que el mercado internacional, generando así un cambio de modelo: los pequeños clubes han dado paso a macroburdeles y a redes internacionales de trata que mueven mujeres de forma masiva de países pobres a otros con Estados de bienestar desarrollados. Es decir, forma hoy parte del mercado global. Tanto es así que estos días estamos viendo como grupos de proxenetas se acercan a las fronteras de Ucrania ofreciéndoles a las mujeres que allí se encuentran la posibilidad de recibir comida y transporte hacia Europa. El sistema de la prostitución es escurridizo y se nutre de la ambigüedad en torno a la idea de consentimiento, por eso es fundamental centrar el debate en los elementos estructurales y no tanto en la recurrente libertad individual; la posible voluntad para prostituirse no puede condicionar el análisis ético y político de un fenómeno de esta envergadura.

Es importante apuntar que separar las categorías de explotación sexual y prostitución no resulta útil porque ambas forman parte de una misma estructura de violencia y dominación que hunde sus raíces en la desigualdad entre hombres y mujeres. La democracia en sí misma exige abordar qué impacto tiene este hecho en la comunidad política y no así en eventuales decisiones personales: una actividad que compromete valores como la igualdad, la dignidad o la integridad es radicalmente incompatible con el Estado de derecho.

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La libertad está ligada a la capacidad de elegir de los individuos. Por eso, si atendemos a la realidad que representa mayoritariamente la prostitución, es poco probable que esa elección quepa entre la inmensa mayoría de mujeres que se encuentran prostituidas. Parece evidente que en contextos de falta de recursos, feminización de la pobreza, migración y mafias, las mujeres no son sujetos de derecho que eligen, sino mera mercancía. Además, si concedemos a esta realidad el estatus de trabajo estamos aceptando como legítimo que las mujeres pongan su sexualidad a disposición de los hombres y no de sí mismas.

Hablamos de mujeres, en su mayoría, despojadas de su condición de ciudadanas. Como reflexiona Saskia Sassen, se trata de personas expulsadas de sus entornos culturales y familiares; mujeres que dejan de disponer de su proyecto de vida. Parte fundamental de la prostitución consiste en anular su pasado en un lugar donde no hay futuro: la cancelación de su identidad es condición de posibilidad del negocio. Lógicamente, si asumimos que estos son los puntos de partida de la gran mayoría de mujeres en situación de prostitución, estamos ante una práctica que es incompatible con los valores democráticos.

España, uno de los países europeos que más sexo de pago registran, no puede continuar depurando esta actividad desde el punto de vista legal. Resulta interesante señalar que la redacción actual del Código Penal en materia de proxenetismo apenas ha permitido que se dicten sentencias por este tipo de delitos. Actualmente, el PSOE ha incluido enmiendas al texto de la Ley de Libertad Sexual en esta dirección. Sin duda, el camino por recorrer es largo, pero necesitamos darnos con urgencia normas que extingan una institución incompatible con los valores que nos rigen, aunque acabar con la prostitución será tan difícil como difícil sea que los hombres renuncien a pagar por sexo; sin grandes consensos sociales en contra la prostitución cualquier ley será insuficiente.

Durante casi tres siglos de historia, el feminismo ha sido capaz de reflexionar sobre el ámbito privado logrando su democratización. El pensamiento feminista hizo evidente, por ejemplo, que las mujeres sufrían la injusticia de cargar a sus espaldas con trabajo invisible; también algunas formas de violencia que se consideraban privadas. Pese al largo camino que aún queda, los permisos igualitarios o la Ley contra la Violencia de Género son ejemplos de ese clamoroso éxito. Entender que la prostitución es una institución violenta aceptada como antes lo estuvieron otras es el primer paso para avanzar hacia la siguiente gran norma igualitaria: una ley integral contra la trata.

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