La complicada gobernabilidad de Colombia
El eventual vencedor de la carrera presidencial en Colombia tendrá que formar una coalición a partir de la fragmentación del Congreso, que se le presenta más difícil tanto a la izquierda como al centro que a la derecha
Muy lejos, cada vez más, quedan los tiempos en los que el Congreso de Colombia se quedaba pintado de dos colores, rojo (liberal) y azul (conservador), después de cada elección. La democracia colombiana se ha ido abriendo gradualmente desde el cambio constitucional de 1991, y el resultado es una paleta de colores e ideologías que puebla el poder legislativo obligando a cada nuevo presidente a buscar coaliciones que son, inevitablemente, mestizas.
2022 no sólo no es una excepción, sino que ha producido unos resultados particularmente plurales. O fragmentados, según se mire. El Senado sirve como referente: las formaciones con más curules apenas llegan a 16, punto de empate entre el Partido Conservador y la izquierda del Pacto Histórico. Esto representa apenas un 15% del total de 108 que forma este cuerpo legislativo. En total, hasta once plataformas suman representación: cuatro que podríamos calificar como claramente de izquierda (aunque con sus diferencias entre ellas), otras tres que son nítidamente de derecha (de nuevo, con diferencias y matices importantes, pero en el mismo lado del espectro al fin), y cuatro más que se ubican en un punto pivotal, que denominaríamos de centro a falta de un concepto mejor. Pero en este centro caben muchos centros: la Alianza Verde, que se presenta junto a la coalición Centro Esperanza que tiene a Sergio Fajardo como candidato a la presidencia, mezcla pulsiones eco-socialdemócratas con otras liberales. El viejo Partido Liberal, antiguo hogar del centro y del centro-izquierda colombiano, se ha desdibujado ideológicamente hasta incorporar en sus listas a candidatas cristiano-conservadoras. El Partido de la U, originalmente fundado por Álvaro Uribe pero luego conquistado por su heredero primero y opositor después Juan Manuel Santos, ha terminado por convertirse en una mezcla sui generis de caciques locales y viejas élites moderadas. Algo similar le ha sucedido a Cambio Radical, una vieja escisión liberal que ha derivado en una plataforma flexible y plagada de casos de corrupción en sus filas.
Quizás la expresión que mejor se ajusta a estas tres formaciones (U, PL y CR) sea la de “partidos de gobierno”, en el sentido de que tienden a preferir estar cerca del poder que a aplicar un programa ideológico específico. La fragmentación les facilita mantener poder de veto: no hay combinación viable que incluya como mínimo a uno de ellos. Ciertamente, nunca se han enfrentado a la contingencia de relacionarse con un ejecutivo de izquierda pura, que es lo que plantearía el candidato Gustavo Petro.
Desde la izquierda: inestabilidad e incertidumbre
El líder del Pacto Histórico cuenta apenas con 16 diputados, y para llegar a la mayoria de 55 no le bastaría ni siquiera con sumar a los cinco de Comunes (miembros de las viejas FARC que se incorporaron a la vida política normal tras el proceso de paz) y a los dos curules indígenas, que forman parte de su plataforma a la presidencia. Ni siquiera le bastaría con la Alianza Verde, lo que le obligaría a estirarse hasta el viejo liberalismo, la U o los ‘Radicales’, o a una combinación de varios. Anticipando esta contingencia, Petro ya ha adelatando contactos con todos ellos en mayor o menor medida desde hace meses. Esta es, de hecho, una de las claves que han convertido a su candidatura en la primera creíble desde la izquierda para un país en el que ésta nunca ha conseguido colocar a un candidato en la Casa de Nariño.
Pero cualquiera de las coaliciones resultantes será inherentemente inestable. No sólo por fricciones ideológicas (ni la U, ni Cambio Radical, ni siquiera los liberales cuentan con personas tan a la izquierda en sus filas como los que integran las del PH). También, y quizás sobre todo, por la contradicción que supondría sentarse a trabajar con formaciones tan enfocadas al mantenimiento del poder y cuestionadas respecto al discurso anti-establecimiento que articula Petro, y que es uno de sus principales activos electorales. Es posible, de hecho, que este eje nuevo-viejo (o corrupción contra anticorrupción) se vuelva lo suficientemente importante como para que la AV y todo el Centro Esperanza se salga de cualquier eventual acuerdo desde la izquierda, a pesar de las afinidades programáticas puntuales.
Una última vía para Petro estaría en la inclusión de los partidos cristianos del MIRA y Colombia Justa Libres junto al viejo liberalismo o a CR y la U. No en vano el propio exsenador incorporó a el pastor Alfredo Saade a su coalición. Quizás la ideología en su dimensión cultural y moral sea más transigible para Petro que la económica, o que la pura conquista del poder.
Desde la derecha: más margen y costumbre
Para cualquiera de los partidos pivotales, y especialmente para CR y la U, pactar hacia la derecha resulta más natural. La ideología, pero sobre todo la costumbre (que implica relaciones ya establecidas entre líderes o cuadros medios de las formaciones) ayuda a tal cometido. También la pura aritmética: las sumas son más sencillas, habiendo opciones disponibles de solo cinco partidos. La fortaleza que ha demostrado Federico ‘Fico’ Gutiérrez en la consulta del Equipo por Colombia Aayudará a mantener este espacio ideológico unido, algo especialmente importante ante las divisiones que lo han aquejado en los últimos años. Se articularon en torno al fracaso de la presidencia de Iván Duque, candidato originariamente moderado que venía de un partido con un ala radical (el Centro Democrático) que ahora reivindica su posición. Pero también las alimentó el cuestionamiento gradual de Álvaro Uribe, otrora líder indiscutido. El buen resultado del tradicional Partido Conservador, que ha tendido a comportarse como los pivotales de la U, CR y viejos liberales pero con algo menos de margen de maniobra por su pasado ideológico, es consecuencia del declive del CD. La negociación para cualquier presidente de derecha tiene por tanto este año más requisitos que en los anteriores, pero sigue apareciendo como mucho más fácil y natural que la que enfrentaría Gustavo Petro.
Desde el centro: dilema irresoluble
No hay en Colombia mayoría parlamentaria de centro sin incluir a viejos partidos pivotales (U, PL, CR o PC), enfocados al poder más que a la ideología, y en consecuencia con cuestionamientos institucionales o incluso legales. Sin embargo, tanto el candidato de referencia del centro como su plataforma legislativa (los 14 senadores electos de la Alianza Verde y el Centro Esperanza) construyen su discurso bajo la premisa del cambio y la limpieza. Esto produce una paradoja cuya resolución en caso de que Sergio Fajardo gane la presidencia no es obvia. Lo mismo sucedería si venciera uno de los candidatos independientes que también tienen un discurso articulado en torno a la anti-corrupción (Íngrid Betancourt, Rodolfo Hernández). Pero incluso en el aún más improbable caso de que el Pacto Histórico de Petro entrara a una coalición senatorial que no dominara (cuando no tiene apenas incentivos para hacerlo, pues desde la oposición haría mucha mejor campaña para 2026) haría falta sumar, al menos, a una de estas formaciones. Es más que probable que la plataforma AV-CE se retuerza internamente ante estas disyuntivas, dado que desde su nacimiento hasta hoy mantiene varias corrientes del progresismo en su seno que van desde la izquierda casi populista hasta el centro liberal institucionalista y pro-mercado. Esta doble tensión es prácticamente tan fuerte como la que aquejaría a un pacto desde la izquierda, y haría de la gobernabilidad en cualquier presidencia de centro algo tan inestable, si no más, como un gobierno de Gustavo Petro.
La cuarta vía: ¿división y reconfirguración?
Las opciones aquí consideradas asumen que no habrá ruptura ni cambio de camiseta dentro de cada plataforma: que los partidos, partidos serán y así se comportarán. Y, a pesar de que la penalización institucional a este tipo de movimientos es alta sobre el papel en Colombia, no puede descartarse por completo. Si se abre este frente, la combinatoria es infinita, pero también lo es el riesgo de inestabilidad. No sólo en la gobernabilidad, sino, directamente, en la credibilidad que, aún siendo muy escasa, aún mantienen las instituciones legislativas y partidistas del país.
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