Como Hitler con el arma nuclear
Putin ya ha desenfundado el arsenal atómico con una desenvoltura insólita respecto a los tiempos de la Guerra Fría
Quien pretenda frenar la acción militar rusa, advirtió Putin en la madrugada del 24 de febrero, “deberá saber que la respuesta será inmediata y conducirá a consecuencias a las que nadie de todos ustedes se ha enfrentado en toda la historia”. No puede haber dudas respecto al contenido de esta amenaza. Cada vez quedan menos seres humanos con el recuerdo vivo de la detonación, por primera y única vez, en la historia de artefactos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945.
El presidente ruso ha evocado con estas palabras la posibilidad de un primer disparo atómico por parte de Rusia en respuesta a la ayuda exterior que pueda recibir la resistencia ucrania a la agresión. Quien ha ordenado la invasión de un país vecino, al igual que Hitler hizo con Polonia, se presenta como alguien sin escrúpulos para darle al botón nuclear que desencadenaría la Tercera Guerra Mundial.
Circula la idea de que Putin está loco. Puede que haya algo de verdad pero también que forme parte de una estrategia disuasiva del Kremlin. Nada atemoriza tanto como la posibilidad de que el presidente que tiene en sus manos el arma nuclear sea un paranoico imprevisible. Nixon utilizó este temor durante la guerra de Vietnam y puede que Putin lo esté utilizando ahora. Desde que fue creada, la bomba rinde servicios militares sin necesidad de ser detonada.
No se puede entender la desvergonzada agresión putinista sin el carácter nuclear de la superpotencia rusa. Ucrania ni siquiera ha solicitado la intervención militar directa de los países amigos. No solo porque no se halla cubierta por el artículo 5 de la OTAN, sino porque sabe que la disuasión nuclear rusa no se lo permite. Ni se lo permite a la OTAN, obligada a concentrarse en su propia disuasión contra Rusia, por si a Putin se le ocurriera una provocación para penetrar en territorio de la Alianza.
En propiedad, Putin ya ha desenfundado el arma nuclear con una desenvoltura insólita respecto a los tiempos de la Guerra Fría. Entonces era un seguro para la paz, gracias a la destrucción mutua asegurada que hubiera significado su uso masivo por parte de las dos superpotencias enfrentadas. Ahora, en cambio, se ha convertido en un seguro de vida. Nadie ataca a quien la posee, como demuestran Corea del Norte e Irán, y queda indefenso quien renuncia a ella o es desposeído, como Irak, Libia o Ucrania.
En manos de una superpotencia autoritaria y dirigida por una personalidad errática y paranoide, el seguro de vida adquiere una dimensión todavía más peligrosa, desproporcionada y asimétrica en cuanto a su capacidad disuasiva respecto a los adversarios pluralistas y democráticos. La humanidad se enfrenta por primera vez a una tiranía que no vacila en asomarse al abismo del apocalipsis en cuanto alguien se resiste a sus pretensiones o amenaza su poder. Como si Hitler hubiera conseguido el arma nuclear.
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