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columna
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Cinéfila

Me acuerdo de ‘El tercer hombre’, donde Harry Lime, adulterador de medicamentos, huye por las cloacas de Viena. También de otra película en la que aparecía una decapitada cabeza de caballo

Un cartel del artista callejero italiano TvBoy titulado "Señor y Señora PP", exhibido en una calle de Barcelona el sábado.
Un cartel del artista callejero italiano TvBoy titulado "Señor y Señora PP", exhibido en una calle de Barcelona el sábado.JOSEP LAGO (AFP)
Marta Sanz

No sé si la guerra intestina del PP debe desencajarme las mandíbulas en salvaje carcajada o es mejor asumir un tono funeral. El adjetivo “intestino” frente a “interno” no es pedante, sino descriptivo, y el registro grotesco expresa el estado de ánimo de personas que queremos reír, pero sentimos asco. Datos y cifras han sido esgrimidos por diputadas competentes como Mónica García, que denunció cómo se desnudaba un santo para vestir a otro y los tejemanejes con las contratas del Zendal. La acusaron de tener compinches que saboteaban el hospitalito. La normalización de estas miserias, incluida la impunidad de la mentira y la confusión semántica entre “ser comisionista” y “hacer gestiones”, repercute en la precarización de la sanidad pública y en un modo de entender la convivencia que confunde alegría de vivir con insolidaridad y sinvergonzonería.

Durante la pandemia, Isabel Díaz Ayuso se vendió a sí misma compitiendo con Pedro Sánchez. Su jefe tiene motivos para cabrearse. Frente a la supuesta impasibilidad de un Gobierno socialcomunista, ella y su equipo trabajaban, es decir, no legislaban, sino que hacían negocios; en la jerga del neoliberalismo, trabajar es hacer negocios. También en política y en el ámbito público. Negocietes con respiradores y mascarillas en tiempos pestíferos. Y, presuntamente, la familia —lo más importante para la presidenta— se coloca en el centro de los chanchullos. Mientras el Gobierno central trabajaba para superar pandemias, catástrofes naturales, desamparo económico y social, una oposición nada patriótica pagaba detectives, no denunciaba supuestos actos delictivos, iba a misas franquistas —por equivocación— y enarbolaba como único argumento para no arrimar el hombro el pacto con Bildu. Me acuerdo de El tercer hombre: Harry Lime, adulterador de medicamentos, huye corriendo por las cloacas de Viena. También me acuerdo de otra película en la que aparecía una decapitada cabeza de caballo. Soy muy cinéfila.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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