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columna
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Isabel Díaz Ayuso es Georgina y el David de Miguel Ángel (a la vez)

A la presidenta de Madrid le sobra caradura y legitimidad. Con un contrato puede ayudar a su ciudad y a su ‘brother’. ¿Se puede ser más empática y eficaz? Ella sabe que su gente la entenderá

Isabel Díaz Ayuso comparece en la sede de la Comunidad de Madrid el pasado 17 de febrero.
Isabel Díaz Ayuso comparece en la sede de la Comunidad de Madrid el pasado 17 de febrero.Álvaro García
Nuria Labari

Así, al mismo tiempo, en una sola comparecencia. Ella es la fuerza, el destino mismo del Partido Popular y de Madrid. Ella es también el futuro de la nación. Ella es Madrid y Madrid es España. Porque ella posee lo que ninguno de sus contrincantes políticos es capaz siquiera de imitar: terribilitá política. Ella es, como el mítico David de Miguel Ángel, la revelación antes de la acción. Ese momento en que el cuerpo desnudo del hondero parece relajado y sin embargo está preñado de tensión, ese instante en que la piedra que arrojará al filisteo ya está en la mano, cuando ya nada puede detenerlo, cuando la decisión racional se ha convertido en cuerpo y el destino mismo pasa a primer plano. Ella posee la mirada del David, tan segura y victoriosa que muchos historiadores del arte han discutido si la escultura refleja el instante antes de lanzar la honda o el momento en que el filisteo cae derribado. Lo mismo sucede con ella. En su artística comparecencia, Isabel Díaz Ayuso era ya su destino y podía ver, como cualquiera con sensibilidad artística, a Goliat derribado.

Poco importa ya si su hermano se llevó o no una mordida de la gestión de Isabel Díaz Ayuso en la crisis sanitaria de la Comunidad de Madrid, igual que poco importó su gestión de las residencias de ancianos. Qué puede importarle eso a ella, que se alquiló dos pisos de lujo para confinarse en condiciones y se convirtió en Dolorosa para politizar el dolor. Ella es pura hibris griega, esa desmesura de orgullo y arrogancia, la que necesitan los héroes y heroínas, y por la que acaban padeciendo ante sus dioses. Ella va a derribar todos los muros y eso el público lo sabe y lo que es más importante: lo siente. Por eso presume de mayoría absoluta sin haberla conseguido. Y por eso va a acabar con los límites y con los hombres de su partido. Es maravilloso ver cómo los chicos del PP intentan derrocarla y la espían torpe (e ilegalmente), lentos y anticuados como sus despachos. Almudena Grandes lo dejó escrito en este mismo periódico, como un vaticinio, refiriéndose a ella y a Cayetana Álvarez de Toledo como los grandes peligros de la derecha española: “Isabel Díaz Ayuso, antítesis de las líderes populares que habíamos conocido hasta ahora. Son juveniles, estilizadas, atractivas, brillantes y, sobre todo, malas. Están dispuestas a mentir, a conspirar, a influir y a hacer daño. Reúnen todas las condiciones frente a las que su organización no está preparada para reaccionar”.

Almudena tenía razón. Isabel Díaz Ayuso excede a la organización de su partido y está dispuesta a hacerlo estallar. ¿Y entonces qué pasará? ¿Será mejor para Vox? ¿Se romperá el PP? ¿Fundará otro partido? ¿Será ella acaso la nueva líder de Vox? Pues todo podría ser, lo único seguro es que va a cumplir con su destino con la más absoluta y populista desfachatez. Porque Isabel Díaz Ayuso, figura renacentista de piel marmórea posee, no solo la terribilitá del David sino también (y al mismo tiempo) la desvergüenza literal y clasista de Georgina, último mito de ostentación aplaudido por espectadores de todo el pantone político. Quiero decir que le sobra caradura y legitimidad, una mezcla explosiva que se da pocas veces. Y, cuando sucede, a la gente le encanta, como se ha visto en el docureality de Netflix. Por eso, lo que los enemigos políticos de Ayuso deben entender es que ella antes vendía bolsos, tan simple como eso. Pero no en Massimo Dutti —como Georgina— sino en los tenderetes donde los políticos venden sus mantas zamoranas, en la política de calle, la del cuerpo a cuerpo, donde la gente habla, tuitea, toma cervezas, se ríe y vocifera. Isabel es de Chamberí, vive alquilada y sabe lo que es pagar una fortuna por un piso de cincuenta metros cuadrados en Malasaña, ¿vale?, así que puede amarrarse un ático (mejor dos) para pasar la pandemia y regalar una propina —más de 200.000 euros, dicen— a su hermano si ayuda a mejorar las condiciones sanitarias de su ciudad. Ayudar a su ciudad y a su brother. ¿Se puede ser más empática y eficaz? Isabel es sin duda la respuesta a la pregunta y ella sabe, además, que su gente la entenderá. Y la sentirá muy adentro, además. Igual que ella siente a lo suyos por encima de la ética, la economía o las instituciones. Porque ella no es como los empollones de escuelas de negocios que la acosan en su partido, tan grises y mediocres como sus trajes. Ella es más fuerte y peligrosa que todos ellos juntos. Y eso es lo que ha demostrado en su última y gloriosa comparecencia. Es cierto que hay muchas dudas y sombras sobre su gestión, pero son todas maquiavélicas, matices sin importancia a sus ojos. El debate consiste ahora en si el fin justifica los medios, más o menos. Sin embargo, la superioridad del príncipe nadie la discute. Solo ella, que es destino y es princesa.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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