Dolorosa
Díaz Ayuso se arrepintió de un posado, pero no de la infrautilización de alas enteras de hospitales públicos, de la externalización de servicios médicos, de la degradación de infraestructuras y contratos
Como soy un poco retrasada me entero tarde de todo. Pero me entero y me escandalizo. Me entero de que a Illa le escupen a la cara que a él no le duelen los muertos; de que la presidenta de Madrid acusa a Iglesias de politizar el dolor, porque él teme que haya un comportamiento criminal en lo que ha sucedido en las residencias de ancianos madrileñas. Semanas antes e inolvidablemente Díaz Ayuso se retrataba como Virgen Dolorosa o Inmaculada Concepción, con las manitas cruzadas sobre el pecho y ojeras profundas. Imaginería procesionaria con pelo natural a lo Salzillo. La presidenta se arrepintió de sus poses, y el arrepentimiento es un acto cristiano que no siempre acaba en el perdón divino ni mucho menos en el humano. Ella se arrepintió por la inoportunidad de las fotos —hace muchas cosas, no lo pensó, está ocupadísima en su apartamento o repartiendo bocadillos en Ifema mientras se deja llevar con antihigiénica libertad por la alegría—, pero no se arrepintió de la infrautilización de alas enteras de hospitales públicos, la externalización de servicios médicos, la degradación de infraestructuras y contratos, temporales y precarios, de los sanitarios y sanitarias de Madrid. Ni muchísimo menos se arrepintió por ese borrador —¡protocolo no, por Dios!— que cerró la entrada de los hospitales públicos a personas ancianas confinadas en residencias que no son centros sanitarios, sino asistenciales; también bloqueó el acceso a mayores de 80 años, con patologías previas, que vivían en sus domicilios. Marea de Residencias se ha querellado contra Isabel Díaz Ayuso, Enrique Ruiz Escudero y responsables de geriátricos. Se pide una investigación por supuestos delitos de homicidio imprudente, trato vejatorio, prevaricación y denegación de auxilio. En el protocolo se especifican criterios de exclusión que no pueden ser previstos por un Gobierno y nada tienen que ver con el triaje médico que se basa en que “… lo urgente no siempre es grave y lo grave no es siempre urgente”. El tiempo consumido, así como la fragilidad de la vejez y de otras patologías como demencia o cirrosis se convierten en criterio para desechar individuos por la religiosa razón de la culpa —aprendimos del doctor House que bronquíticos o dislipémicas somos a menudo culpables porque fumamos o comemos bollos— o por la también religiosa razón de la rentabilidad: los ancianos con seguro privado de salud sí fueron derivados a hospitales y, al final, el único criterio es el de la pasta. La derecha, perseguidora del aborto y la eutanasia, la derecha que ha rentabilizado el dolor de las víctimas ensuciándolo con mentiras hiperbólicas que nunca olvidaremos y aún nos hieren —aunque no hagamos posados para demostrarlo—, la derecha hoy coloca crespones negros en banderas de España apropiándose de sufrimiento, patria y país. Ahora dime: ¿qué te duele?, ¿España?, ¿el bolsillo?, ¿la sillita de la reina que nunca se peina?
Yo, no del mismo modo que la presidenta de Madrid, me arrepiento haber dicho: “Escribo de lo que me duele”. A mí no me duelen las Españas, como a un tercio de Flandes, ni la única España como le dolía a Unamuno. No me duelen trapos ni solemnidad. Me duelen muelas, tripa, colas del hambre, muertas, muertos, gente que se asfixia por no ser conectada a un respirador.
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