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Columna
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Los fuertes o los justos

Caemos constantemente en el error de juicio de presentar a los dictadores autoritarios, los déspotas y quienes acallan las voces críticas en sus países como líderes fuertes

El presidente ruso, Vladímir Putin, y su homólogo francés, Emmanuel Macron, durante la reunión el 7 de febrero en Moscú.
El presidente ruso, Vladímir Putin, y su homólogo francés, Emmanuel Macron, durante la reunión el 7 de febrero en Moscú.REUTERS
David Trueba

Hacía tiempo que Europa no vivía una situación de tanta tensión como el acoso ruso a Ucrania. A la espera de una guerra que se desencadene por el estallido de la chispa justificativa, se han acumulado fuerzas militares en las fronteras. Algunas fuentes dicen que la conclusión del pulso será la toma por parte de Putin del control absoluto de Bielorrusia, pues lo que persigue es frenar la injerencia internacional para mantener gobiernos títeres en los países de su esfera. Todo el mundo sabe que la guerra sería un desastre humano. Sorprende que en un periodo político en el que los partidos nacionalistas europeos exprimen el problema migratorio para escalar electoralmente, su postura frente al desafío de Putin esté siendo tan tibia y discreta. Nunca la ultraderecha europea estuvo tan callada sobre un asunto, quizá porque le debe a Rusia algunos de sus grandes éxitos en desinformación e influencia mediática. Lo difícil es entender ese silencio cuando el ataque contra Ucrania desencadenaría un torrente de refugiados hacia Europa. Vivimos en una excesiva tolerancia con regímenes autoritarios cuando gozan de una economía poderosa, recursos energéticos y músculo comercial. Se trata sencillamente de la flaqueza en valores que padecemos.

Benjamin Netanyahu ha representado durante años a uno de esos halcones que ejerció un mandato casi absoluto en Israel. Pertenece a esa descripción de personajes que se hacen fuertes en una democracia mientras la degradan y condicionan. Sacarlo del poder costó varias repeticiones electorales y, finalmente, un pacto de opuestos aún frágil y a duras penas sostenido. Él sí se atrevió a dejar una visión sobre la fuerza cuando dijo: “En Oriente Medio, y en muchas otras partes del mundo, existe una verdad muy sencilla: no hay sitio para el débil. El débil es borrado de la historia mientras que el fuerte, para bien o para mal, sobrevive. Los fuertes son respetados, las alianzas se hacen con los fuertes, y al final la paz se firma con los fuertes”. El cinismo no está reñido con la sinceridad, pero debería avivarnos una conciencia del mal que padecemos. Lo hemos visto durante estos días en las negociaciones frente a Rusia. Tan solo en la semana pasada, los negociadores rusos han despreciado los acercamientos diplomáticos de la UE, de Francia y de Reino Unido, este último tildado por el ministro de Exteriores Lavrov como un diálogo de sordos con mudos.

Todos los medios europeos se apresuraron a decir que Macron había sido humillado en su visita a Moscú. Esa imagen de la mesa enorme con cada mandatario en un extremo opuesto remitía a lo medieval, pero luego se supo que respondía a la negativa del presidente francés a dejarse robar un análisis de ADN. Convendría recalcar que lo que se señalaron como debilidades de Macron son exactamente las fortalezas de nuestro sistema. Un presidente con una oposición firme en su país, pendiente de unas elecciones cercanas, con prensa crítica y voces libres que analizan su gestión al milímetro no debería ser presentado como un presidente débil. Caemos constantemente en este error de juicio y contribuimos a presentar a los dictadores autoritarios, los déspotas y los que acallan las voces críticas en su país como líderes fuertes. La democracia se exige a sí misma garantías y una justicia decente. ¿Acaso no es eso lo que anhelamos como ciudadanos libres?

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