Terraplanismo y etimología
Cuando no hay ciencia, la imaginación tiene menos esquinas que sortear y estira a placer sus piernas de ficción y fábula
La sentencia “carne dada a los gusanos” figuraba en las sepulturas romanas como “caro data vermibus”, a menudo abreviada en sus tres sílabas iniciales, lo que dio lugar a la palabra cadáver. El bello pueblo de Toro, al sureste de Zamora, se llama así porque en su territorio fue encontrado un animal de piedra con esa forma. Unas niñas pretenciosas de Cádiz, de la familia Sicur, inspiraron, con la vuelta al revés de su apellido, el adjetivo cursi. La palabra desidia deriva del plural desideria, porque el exceso de deseos nos provoca fastidio. Qué historias tan curiosas... y qué profundamente falsas.
Cursi posiblemente deriva del árabe marroquí. El étimo (o palabra origen) de desidia es el latín desidia, que significa pereza. De la misma lengua proviene cadáver: nunca existió esa suma de siglas. El topónimo Toro deriva de campi gothorum, tierras de godos, aunque en el escudo de Toro haya un toro (igual que en el de León hay un león, por más que su nombre derive de la Legio septima romana).
Cuando no hay ciencia, la imaginación tiene menos esquinas que sortear y estira a placer sus piernas de ficción y fábula. Los que no creen en la existencia de una pandemia ni en las vacunas han generado teorías conspirativas tan elaboradas que terminan funcionando como un edificio mitológico autosostenido. Pero no solo el coronavirus despierta ideas anticientíficas, acientíficas o pseudocientíficas. El mismo grado de atrevimiento y de terraplanismo se da ante otras disciplinas, que también sufrimos el pensamiento creativo de iluminados que desconfían del estudio de años y pretenden suplantarlo por la primera idea peregrina que les viene a la cabeza.
Desde que la inquietud por la lengua dejó de ser una curiosidad, se convirtió en una disciplina cuyo núcleo es el tiempo: la historia. Y la historia lingüística se equipó desde el siglo XIX con un conjunto de técnicas que estudian como parte de la ciencia filológica la etimología. Esta trata de encontrar la raíz de un vocablo, la lengua en que se originó y la cadena de cambios por los que ha atravesado hasta llegar a su forma actual. Para ello, se usan datos comparativos y se confrontan las evoluciones con palabras de similar estructura y fonética. Hay un signo especial, el asterisco, que la etimología usa para marcar que una palabra no está documentada pero debió de existir como estado intermedio entre un étimo y un resultado. Llevar asterisco es muestra de hipótesis pero no de invención.
En la Edad Media las etimologías eran casi propuestas místicas: nuestros antepasados veían simbolismo y alegoría en cada palabra. Todavía hoy, muchos tratan de defender por la vía etimológica el ascendiente mítico de su pueblo, la raíz etnográfica de su disidencia política o alguna historieta local simpática. Es descorazonador ver que se vuelven a defender hipótesis etimológicas absurdas que fácilmente se podrían desmontar consultando nuestro completo diccionario etimológico (el de Corominas y Pascual) o los materiales ya publicados del Diccionario histórico de la RAE.
Étymos significa auténtico en griego. Yo podría fantasiosamente inventarme otro origen para defender que étimo proviene del palíndromo “omite ese étimo”, leído igual al derecho que al revés. ”Omite ese étimo” es lo que pienso decir con gesto de palmetazo de dómine cada vez que alguien me vuelva a esgrimir un terraplanismo etimológico.
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