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Columna
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De la reforma laboral al asalto de Lorca

Quienes no son capaces de valorar la significatividad de los hechos sociales, difícilmente van a poder ejercer la representación que exige una democracia de calidad

Uno de los detenidos tras el asalto al Ayuntamiento de Lorca.
Uno de los detenidos tras el asalto al Ayuntamiento de Lorca.Marcial Guillén (EFE)
Cristina Monge

Las democracias liberales nacen ligadas a la representación. Una representación que, para ser de calidad, no puede quedar restringida a lo que acontece entre cargos electos, sino que necesita prestar atención a lo que pasa fuera de las instituciones, en el espacio de los representados. Especialmente, a lo significativo. Juntos, ambos conceptos ayudan a mejorar la calidad de las democracias. La actualidad deja dos ejemplos de la importancia que entender lo significativo tiene para poder ejercer la representación con los mayores estándares de calidad.

El primero lo encontramos en la reforma laboral. Ante el acuerdo alcanzado por organizaciones sindicales y empresariales, no pocos grupos políticos, con toda la legitimidad que les asiste, han hecho constar su malestar por no haber podido participar suficientemente en el contenido de la misma. Nadie duda que esto hubiera sido lo deseable desde el principio, pero habiendo hecho constar la crítica, hay que tomar una decisión. Quienes se oponen a votar esta reforma obvian, o al menos, no valoran suficientemente lo significativo de un acuerdo previo, el primero en décadas, logrado entre organizaciones sindicales y empresariales. Que entidades con intereses tan divergentes hayan encontrado puntos de encuentro suficientes en una cuestión trascendente emite señales de lo significativo del asunto. Como la historia enseña, y recordaba Antón Costas hace unos días en estas páginas, las grandes reformas necesitan de un consenso social y político amplio para ser duraderas. No valorar la importancia de este acuerdo lo suficiente como para dejar de lado otras discrepancias políticas es plenamente legítimo, pero denota una noción de representación poco exigente, correcta en lo formal pero alejada de lo que exigen las democracias de calidad. Ahonda, además, en esa imagen de la política institucional como algo aislado de la sociedad, ensimismada en sus propios líos y ajena al sentir de las calles.

El segundo caso, completamente diferente, lo vemos en el asalto al Ayuntamiento de Lorca, que encierra una enorme significatividad. No del sentir de los ganaderos, que nadie duda que no se ven reflejados en este ataque, sino de cómo la antipolítica está calando en algunos sectores de la sociedad. Es imprescindible trazar la línea que une los discursos antipolíticos de la ultraderecha con el “Sois unos gandules. Os vamos a matar. No hay derecho” que, según se ha sabido, gritaban algunos de los asaltantes. Quienes nos representan deben saber identificar y valorar lo significativo de este episodio, ante el que no caben medias tintas. Puede entenderse que la ultraderecha lo justifique porque responde al caldo de cultivo que ha creado, pero que el Partido Popular critique la violencia matizando su condena con el “pero” de defender a los ganaderos, denota una enorme falta de capacidad para entender lo que este ataque supone. Quienes no son capaces de valorar la significatividad de los hechos sociales, difícilmente van a poder ejercer la representación que exige una democracia de calidad.

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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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