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Elecciones en Colombia
Columna
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Los juegos del miedo en Colombia

Hay que destetar al país del uribismo para poder crecer. Esa derecha cada vez más rancia nos ha vuelto temerosos de los cambios

María Jimena Duzán
Una protesta en las calles de Bogotá en contra del Gobierno de Iván Duque, en septiembre de 2020.
Una protesta en las calles de Bogotá en contra del Gobierno de Iván Duque, en septiembre de 2020.LUISA GONZALEZ (Reuters)

En Colombia el miedo ha sido un elector nefasto. Por miedo a que ganara las elecciones Gustavo Petro, -el izquierdista que asusta al statu quo pese a que usa zapatos de Ferragamo-, los colombianos votaron, hace cuatro años, por un advenedizo que fue Iván Duque, el candidato del expresidente Álvaro Uribe. La vuelta les salió mal porque cuatro años después, el descontento con el uribismo es mucho mayor que el miedo a Petro. Ahora, según las encuestas, Petro vuelve a estar en la baraja y puntea en los sondeos.

Hoy el miedo que más pesa es el que siente el uribismo, esa gran teta que ha amamantado a la derecha colombiana desde el 2002.

Uribe y su poderosa camarilla tienen miedo de ser derrotados en las urnas y de perder el poder y sus privilegios. No se equivocan. Razones sobran para que estén así de asustados. Tras casi 16 años en el poder, Uribe el expresidente infatigable, el que resistía todo sin que le hiciera mella a su popularidad, se ha quedado sin teflón. Su desaprobación, según una última encuesta de Gallup, es de casi el 70%. Su partido Centro democrático, que no es ni de Centro ni Democrático, puede perder varios escaños en las elecciones al congreso y Oscar Ivan Zuluaga, el anodino candidato presidencial escogido a dedo por el expresidente Uribe, ni siquiera despega en su cuenta de TikTok.

A este cuadro se le agrega el desprestigio del Gobierno de Iván Duque, su pupilo. Duque ha sido un mandatario impopular desde el inicio de su Gobierno con una desaprobación crónica. Nunca pudo conectarse con el país real y sus interlocutores fueron siempre los grandes empresarios y los banqueros, a los que favoreció generosamente en la pandemia. No se dio cuenta de que esta defensa abyecta de los privilegios en una democracia con uno de los índices de desigualdad más altos del mundo era una afrenta y siguió su festín. Su falta de empatía, sus derroches en medio de las penurias, indignaron a los colombianos y produjeron un estallido social que empujó a las calles a muchos jóvenes a pedir cambios de caras, de lenguaje y de ideas.

No obstante, no hay que menospreciar el poder del uribismo para quedarse al frente, así el país tenga ganas de destetarse.

El uribismo ha logrado en estos años apoderarse de los organismos de control y ponerlos al servicio de sus intereses como ningún otro movimiento político en Colombia. Eso les ha permitido maniobrar a su favor casos como el que tiene en la fiscalía el expresidente Álvaro Uribe por el delito de manipulación de testigos. Si los derrotan, perderían esa impunidad que se ha fraguado y dejarían de ser intocables. Semejante privilegio no se lo van a dejar quitar en unas elecciones.

El uribismo controla también la policía y el Ejército, dos instituciones que se han convertido en el centro de su proselitismo y que están politizadas hasta los tuétanos; además cuenta con el apoyo de los clanes mafiosos de las regiones que son los que siempre definen las elecciones para presidente porque son los que compran los votos.

Toda esta maquinaria amasada luego de tantos años en el poder, va a ser puesta al servicio de sus intereses para evitar la derrota.

El uribismo no solo es un partido político hecho a imagen y semejanza de su líder indiscutible, el expresidente Uribe. Es también una forma de pensar a Colombia que se inspira cada vez más en el populismo de Donald Trump y que agrupa a una poderosa coalición de derecha que se ha ido radicalizando con el tiempo de la mano de la corrupción y de las mafias regionales que han capturado al estado con sus camarillas.

Esta derecha radicalizada no quiere perder ni sus privilegios ni el control sobre los centros de poder, y va a hacer todo lo que esté a su alcance para imponerse en estas elecciones. Y por eso, solo por eso, estos comicios pueden convertirse en los más corruptos de la historia de Colombia.

Hay que destetar al país del uribismo para poder crecer. Esa derecha cada vez más rancia nos ha vuelto más asustadizos y temerosos de los cambios. Nos inculcaron la mentira de que era bueno cultivar el miedo al cambio porque prevenía el populismo. Sin embargo, hoy el uribismo ha instalado en el poder un populismo de derecha radical que tiene en jaque a nuestra débil democracia.

Este año debemos votar a conciencia. Hay que encontrar nuevas formas de alimentar nuestro intelecto distintas al odio, al temor, antes de que nuestra conciencia crítica deje de funcionar por falta de uso. La política no puede seguir siendo tan estúpida y tan lamentable.

Nosotros, los que no somos uribistas y vamos a votar por un cambio, también tenemos miedo. Mi gran miedo es que en Colombia pase de todo este año pero nada cambie. Así funcionan los juegos del miedo en Colombia.

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