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tribuna
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Desigualdad y mercado laboral

La crisis ha hecho evidente que los ERTE deben ser una herramienta permanente, lista para ser aplicada en futuras crisis, además de la necesidad de reformas contra el paro estructural

Reforma laboral España
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (izquierda), y la de Economía, Nadia Calviño, en el Senado en noviembre.Ricardo Rubio (Europa Press)
Oriol Aspachs

Nunca hubiéramos dicho que nuestro Estado de bienestar sería capaz de resistir una situación de estrés tan extrema como la que la pandemia ha producido. Extrema por la velocidad y virulencia del golpe que ha tenido que sustentar, y extrema porque el golpe se concentró en algunos colectivos muy concretos, los más débiles. El papel de la sanidad pública ha sido fundamental, pero permítanme que ponga el foco en la enorme cantidad de dinero que se ha transferido a las personas más afectadas por la crisis vía prestaciones de desempleo y vía los ERTE. El aumento de la desigualdad y el deterioro de la cohesión social que se habría producido sin estos mecanismos podría haber puesto en aprietos a nuestra joven democracia.

Permítanme también un apunte técnico para justificar con algo más de información unas afirmaciones que de otra manera pueden parecer infundadas y naíf. Gracias a un proyecto pionero puesto en marcha desde la Barcelona School of Economics y CaixaBank Research, publicado en revistas académicas internacionales de reconocido prestigio, en España ya se sabe de manera fehaciente el impacto que ha tenido la crisis sobre la desigualdad, y el efecto mitigador que han conseguido las transferencias realizadas por el sector público. El proyecto es pionero porque aplica técnicas de big data al análisis de datos bancarios anonimizados para construir indicadores de desigualdad, que son representativos de lo que pasa en el conjunto de la población, en tiempo real.

Los resultados son reveladores. Durante los primeros meses de la crisis, el indicador de referencia para medir la desigualdad, el índice de Gini, aumentó 11 puntos, una cifra nunca vista. El cambio en la desigualdad que se hubiera podido producir, ¡en tan solo dos meses!, es como la diferencia de desigualdad que hay entre Suecia y EE UU. Pero las transferencias públicas amortiguaron el 80% del golpe. Si se hubieran evitado los retrasos en la gestión de las ayudas que se produjeron en muchas zonas, la capacidad para amortiguar el impacto todavía hubiera sido mayor. La digitalización de la administración pública es clave, no solo por motivos de eficiencia, también para que el Estado de bienestar pueda mejorar su eficacia en los momentos en los que es más necesario.

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Más allá del impacto a nivel agregado en el conjunto de España, se observan diferencias destacables en varias dimensiones. Por ejemplo, la presión sobre los distintos grupos de población ha sido muy distinta, y las transferencias públicas no consiguieron frenar completamente el golpe. Las personas más jóvenes y las nacidas fuera de España fueron, con diferencia, las que más sufrieron. Ello se debe a la elevada dualidad del mercado laboral español, que concentra el grueso de los contratos más precarios entre las personas de menor edad y en los inmigrantes.

También es importante enfatizar que desde que la actividad se ha reactivado, la desigualdad se ha reducido rápidamente. Aunque todavía se mantiene algo por encima de los niveles previos a la pandemia, la tendencia reciente sugiere que esta vez el impacto de la crisis no se cronificará. Ello contrasta con lo que sucedió después de la crisis inmobiliaria y financiera, cuando la desigualdad se redujo lentamente.

Una de las claves para entender esta diferencia está en las medidas de urgencia que se han tomado en el mercado laboral. Una vez más se ha puesto de manifiesto la estrecha relación que hay entre la evolución de la desigualdad y el empleo. Más concretamente, el 90% de los cambios en la desigualdad observados durante esta crisis, para mal al principio, para bien durante los últimos meses, son debidos a las fluctuaciones del paro. Así, la puesta en marcha de los ERTE, una herramienta con la que ya hace años que cuentan nuestros vecinos europeos y cuya eficacia era bien conocida, se ha demostrado que también es muy útil en España. Han ayudado a amortiguar el golpe, y a reactivar rápidamente la ocupación cuando la actividad económica ha empezado a recuperarse. Ahora ya no hay dudas de que es imprescindible que se conviertan en una herramienta permanente, lista para ser aplicada de forma ágil y eficaz en futuras crisis.

Ello ayudará a reducir la volatilidad del paro, y también de la desigualdad. Pero siguen siendo necesarias medidas que ayuden a reducir la inaceptablemente elevada tasa de paro estructural, y también la elevada dualidad del mercado laboral. Ambos factores tienen un impacto directo y de primer orden sobre el nivel de desigualdad. Se trata de que cuando estalle la próxima crisis no haya diferencias tan grandes en el nivel de protección con el que cuentan los trabajadores, y que la tasa de paro fluctúe entre el 6% y el 8%, no entre el 14% y el 16%. Solo así conseguiremos que los índices de desigualdad se encuentren en niveles claramente inferiores a los actuales. Oportunidades para reformar el mercado laboral sabemos que hay pocas, solo hace falta echar la vista atrás. No podemos no ser ambiciosos.

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