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Columna
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Los políticos que no amaban las lenguas

Me resulta grotesco que algunos dirigentes se rasguen las vestiduras con el tema del castellano en las aulas mientras sueltan discursos en los que la preocupación por el lenguaje brilla por su ausencia

Inmersión lingüística Cataluña
Una pintada a favor de la inmersión lingüística, en la fachada de la escuela Turó del Drac de Canet (Barcelona).MASSIMILIANO MINOCRI
Najat El Hachmi

Agradezco que las circunstancias me abocaran al poliglotismo desde pequeña. Lo que para algunos es una especie de enfermedad ante la que hay que poner barreras, para mí es una bendición que me ha permitido ampliar enormemente mis horizontes. Hablo varias lenguas porque mi familia me transmitió el rifeño y cuando era pequeña aterricé en un barrio donde ya estaba instaurada la inmersión. Una inmersión nada dogmática, sin sueños de pureza y que yo percibo como mayoritaria aunque los fanáticos siempre griten más. Dentro del aula aprendí catalán y en el patio me socialicé en castellano. Ahora llegan y nacen en Cataluña niños que con pocos años ya dominan dos o tres lenguas. El monolingüismo es para ellos una situación inimaginable.

Hay que recordar que la inmersión fue concebida para permitir la escolarización de los catalanohablantes en su lengua, pero también para hacer accesible el catalán a los hijos de la inmigración y que así no quedasen excluidos en una sociedad donde esta lengua existe, no es un invento de los nacionalistas, a pesar de que ellos la hayan manoseado tanto. A mí me resulta grotesco que algunos políticos de por aquí se rasguen las vestiduras con el tema del castellano en las aulas mientras sueltan discursos en los que la preocupación por el lenguaje brilla por su ausencia. No citan nunca ni un solo libro escrito en catalán, como si de un código vacío de contenido se tratara. Claro que para matices semánticos los del Pablo Casado que tiende a Vox y que, sin vergüenza alguna, es capaz de comparar la inmersión con el apartheid en un ejercicio de descarado cinismo hiperbólico.

Se diría, con toda la polémica de estos días, que el mayor problema del sistema educativo catalán es la lengua. No la masificación de aulas, ni que haya tantos docentes quemados después de estar sometidos a los vaivenes de las políticas educativas de los últimos tiempos, ni los niveles de desigualdad, ni los muchos problemas que tiene que atender la escuela que nada tienen que ver con la enseñanza. A estas alturas es ridículo que se siga repitiendo el mantra del éxito de la inmersión teniendo en cuenta los niveles de fracaso escolar. ¿El éxito es fracasar igual que el resto de sistemas? Tampoco es una varita mágica contra la exclusión cuando el ascensor social se ha convertido en una resbaladiza pared vertical.


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