Gabriel Boric y América Latina
¿Qué significa hoy que un candidato “de izquierda” triunfe en una elección presidencial?
Análisis precisos e inteligentes se han publicado en este periódico durante los últimos días sobre la elección de Gabriel Boric como presidente de Chile. A ellos me remito. Más allá de los análisis, los titulares, es decir, la noticia condensada que se repite, es una y directa: un joven de la izquierda le ganó al candidato de la extrema derecha, José Antonio Kast. ¿Qué hay de eso en cuanto a su significado en la región?
Me atrevo a sintetizar en tres reflexiones lo que significa el triunfo de Boric y preguntas fundamentales que se plantean a lo largo y ancho de la región latinoamericana en cuanto a las posibles tendencias fundamentales.
Primera, ¿qué significa hoy que un candidato “de izquierda” triunfe en una elección presidencial? Está claro hoy en la región que, si alguna vez lo fue, hoy no es sinónimo ni antesala de expropiaciones, despojos o confiscaciones. Son otros los componentes claves y responden a clamores sociales y populares diferentes a los que pudieron existir antes. Es verdad que hace algunas décadas una de las concreciones programáticas de la izquierda gobernando tenía que ver con expropiaciones; particularmente en espacios como la reforma agraria o la gran minería.
Hoy, la pauta que marca la calle en sociedades cuyas economías han crecido -y, junto con ellas, la clase media- es la del cambio para la inclusión. Por ejemplo, las protestas sociales que calentaron el ambiente para generar en Chile la convención constitucional y luego para el triunfo de Boric, tienen que ver con un mejor reparto de la “torta” económica y del poder. Traducido esto, esencialmente, en mejores servicios de salud, educación, seguridad ciudadana, enfoque de género, derechos de los pueblos indígenas, etc.
Un reparto diferente de “la torta”, pues, y ejercicio incluyente y participativo del poder público. Lo que apunta a aspectos muy concretos y tangibles de distribución del ingreso nacional como el sistema tributario, las cotizaciones empresariales para el sistema de pensiones o los gastos corrientes para la preservación del medio ambiente en inversiones mineras, petroleras o forestales. Y a un ejercicio participativo de la democracia que no se agota ni reduce en las elecciones periódicas establecidas en la democracia representativa.
Segunda, fue derrotado un candidato de la extrema derecha que había desplazado en la primera vuelta a opciones más moderadas de derecha. Kast es, en efecto, de extrema y portó en la campaña electoral (especialmente en la primera vuelta) tesis semejantes -o más radicales, aún- a otras corrientes que hay en la región (Bolsonaro) o en Europa (Éric Zemmour en Francia o Vox en España). Retirarse de Naciones Unidas o construir zanjas en la frontera para que pasen inmigrantes como proponía, por ejemplo, Kast.
Sin embargo, lo que podría haber apuntado a una mayor polarización, curiosamente generó para la segunda vuelta electoral una mirada hacia el centro por los dos finalistas. Ganó y se impuso el deseo de cambios y la fuerza arrolladora de la gente joven, cierto, pero también un espacio más razonable de discusión y confrontación política...
Pues Kast no solo suavizó su mensaje en la segunda vuelta -procurando adquirir una representación menos sectaria y más global- sino que reconoció con corrección, prontitud y precisión el triunfo de su contendor a los primeros minutos de conocidos los resultados electorales al 52% el domingo 19 en la tarde.
Como debe ser. Que es como ocurrió, también, en Honduras con el triunfo electoral hace menos de un mes de la izquierdista Xiomara Castro, reconocido rápida y transparentemente por su contendor, el alcalde de Tegucigalpa, Nasry Asfura. En Ecuador la oposición programática entre Guillermo Lasso y el saliente no era de fondo, pero los resultados de abril no fueron materia de mayor cuestionamiento por quienes perdieron en la elección con quienes si había diferencias programáticas importantes.
Buenas señales latinoamericanas, en general. Solo empañadas por la conducta confrontativa de la cerril extrema derecha peruana, distante de la realidad y de la constatación objetiva de la misma, alegando un fraude electoral inexistente y bregando por la destitución de Pedro Castillo desde antes, incluso, que asuma funciones a fines de julio. Que esa inconducta democrática sea la excepción regional y no la regla, sin duda alienta.
Tercera, los retos de vivir en democracias constitucionales sin mayoría en el congreso. Que supone, entre otras cosas, construir dinámicas políticas que permitan que gobiernos elegidos democráticamente, pero sin mayoría parlamentaria, no solo puedan funcionar (“sobrevivir”), sino aplicar lo esencial del programa con el que fue elegido. Esto no es fácil y requiere mucha capacidad de manejarse en la institucionalidad democrática.
Al margen del caso de Pedro Castillo en Perú –otra vez-, donde la pauta es marcada por una mayoría parlamentaria básicamente obstaculizadora (que se retroalimenta de los errores que se han cometido desde el gobierno), resultados electorales como los de Honduras y Chile plantean grandes y enormes retos. Que si bien no llaman a la reinvención de la pólvora -pues no es inédito un ejecutivo sin mayoría en el legislativo- si plantean la necesidad de un ejercicio de la función pública concordante con los retos del momento que fortalezca y no debilita la gobernabilidad.
Ante sociedades que ya perdieron la paciencia, existe la obligación política y ética de apuntar a la concordancia y adoptar decisiones buscando la concertación. Pero recogiendo, por cierto, el mensaje de cambio que dejó el electorado y no limitarse administrar el día a día sin cambiar nada. Hay, acaso, razones para ser optimistas si nos atenemos a lo dicho por las candidaturas perdedoras luego de los resultados electorales en países como Honduras y Chile. Ojalá sea un indicador de conductas consistentes con lo dicho y que conducta semejante se extienda por la región.
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