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Elecciones en Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Chile: la roca en la cima

El país ha pasado de ser el modelo de progreso de Sudamérica a ejemplo de la creciente polarización vaticinada tras la pandemia

Los candidatos Gabriel Boric y José Antonio Kast
Los candidatos Gabriel Boric y José Antonio Kast el 19 de diciembre en el último debate presidencial.POOL (Reuters)
Ascanio Cavallo

Los futurólogos —ahora con el mejor nombre de “prospectivos”— vaticinaban que después de la pandemia mundial renacería con más fuerza la polarización galopante en muchos países de Occidente. Quizás Chile se esté anticipando, con la segunda vuelta de la elección presidencial del domingo 19, que es la más polarizada desde la recuperación de la democracia. Compiten un candidato al que sus adversarios denominan ultraizquierdista, Gabriel Boric, y otro al que sus enemigos denominan ultraderechista, José Antonio Kast.

Es un hecho que la opinión pública chilena los sitúa a ambos en la posición de ultras: en las puntas de la línea que va de izquierda a derecha. Pero nadie duda de que ambos son demócratas, aunque, por razones opuestas, estén disgustados con diferentes resultados del proceso democrático. La tentación autocrática revolotea en estos tiempos por sobre todos los aspirantes al Gobierno, pero, si acaso fuese esto lo que se juega en Chile, se lo hace con un considerable disimulo. El próximo domingo será tan importante el resultado de la elección como la forma en que la entiendan los vencedores.

Los de Boric votarán por un avance en la equidad social, asumiendo que éste supone cambios institucionales (“estructurales”, en su lenguaje favorito). Los de Kast votarán por la restauración de una paz social sostenida en el orden público, asumiendo que también esto implica cambios en las instituciones. Y una mayoría votará sin gran identificación: más bien en contra del otro, por miedo al otro. Abundan tanto el alto entusiasmo como el ningún entusiasmo.

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¿Cómo llegó Chile a este punto de polarización después de ser el modelo de progreso de Sudamérica? El punto de quiebre fue la gran disrupción del 18 de octubre del 2019, acerca de la cual aún no hay una interpretación consolidada. En Chile se le llama “estallido social”, pero este concepto tiene, en su aparente neutralidad, una carga interpretativa: la sociedad habría “estallado” en contra del modelo político, económico y social desarrollado en los 30 años posteriores a la restauración democrática de 1990. Hay algo de verdad, porque el “estallido” tuvo intensos componentes antisistémicos. Y hay algo falso, porque la dimensión violenta y vandálica fue rechazada por otra parte de la población. La pandemia abrió un revulsivo período de esfuerzos por llevar una aplicación forzada de estos puntos de vista a la política —dos veces se intentó derribar constitucionalmente al jefe del Estado—, hasta las recientes elecciones presidenciales y parlamentarias, que revelaron un empate entre ambos.

Eso es lo que se resolverá —provisoriamente— en el balotaje del domingo.

Cosa curiosa, también en el Congreso se produjo un empate similar. Y esto ya significa que quien gane no sólo tendrá que mantener los frondosos compromisos centristas adquiridos en un mes de campaña, sino también traspasarlos a su gestión legislativa.

Hasta cierto punto, esto limita el dramatismo de la elección presidencial, porque el nuevo presidente no tendrá las libertades que quisiera; no hay una terra nullius a su disposición. Esta quizás sea la forma más rara de convocar a la moderación: saber de antemano que el presidente, la figura más poderosa en la tradición chilena, asumirá con un programa distante de sus deseos y, sobre todo, de sus coaliciones de origen. Boric se ha dedicado a quitar de la foto a los filocomunistas, y Kast, a los filofascistas, pero ellos siguen siendo las interpretaciones tajantes de la situación de Chile y, en alguna medida, quienes los llevaron a esta extraña segunda vuelta.

Transmitida hacia afuera, esta parece una confrontación tremenda, llena de peligros para la democracia, la región y —si nos apuran— hasta el mundo. Vista desde dentro, es varios grados menos: la más radicalizada, sí, pero con fuertes contrapesos institucionales y un par de años por delante de lucha por la estabilidad, con una economía que ganó la batalla contra la covid-19, pero ha quedado llagada por las deudas y una caja fiscal exhausta. Que los candidatos le hayan tenido que reconocer al presidente Piñera el éxito de su gestión contra la pandemia -después de haberlo zarandeado por dos años- dice mucho acerca de la volatilidad de las palabras fuertes en el Chile de estos días. Es una elección donde nadie ha mencionado al mundo, síntoma de lo mucho que tiene de parroquialismo, aunque también de cierto grado de introspección, como el del que cavila un momento antes de decidirse por un nuevo camino.

Hay quien sostiene que Chile es en verdad un modelo, pero no del tipo que se suele creer, sino del país partido en dos, que busca su identidad en la contradicción y que, como Sísifo, va y vuelve con su roca sin encontrar descanso. Ahora es como si la roca estuviera en la cima, con la disyuntiva de rodar por una pendiente suave o despeñarse por algún abismo.

Ascanio Cavallo es periodista chileno, Premio Nacional de Periodismo 2021.

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