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Columna
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La competición

Nadie sabe por qué estamos inmersos en tantas pugnas ni contra quién ni para qué. Lo único vital es seguir corriendo

Emisión de lava y gases en el volcán de Cumbre Vieja, en La Palma, a principios de diciembre.
Emisión de lava y gases en el volcán de Cumbre Vieja, en La Palma, a principios de diciembre.Miguel Calero (EFE)
David Trueba

Nos levantamos por la mañana y competimos en la báscula. Después, claro está, la competición para llegar a tiempo al cole de los niños y al trabajo. Al hilo de las noticias, compruebas que la competición no ha hecho más que empezar. Lo primero son los datos sobre infecciones de covid. El número de afectados por cada 100.000 habitantes y el recuento de ingresados y de camas UCI ocupadas. No te sientes afectado porque no se pronuncia un solo nombre, tan solo son cifras que compiten contra las del día anterior para provocar la angustia de la expansión o la satisfacción de andar venciendo la curva. ¿Quién es la curva? Inmediatamente, llega la graduación de dióxido de carbono en el aire de La Palma, que padece el estallido del volcán desde días atrás. Los días se cuentan, claro, con la esperanza de batir a las erupciones anteriores de las que se tiene conocimiento. Ya puestos a sufrir, que sea de récord. No ha habido tiempo para reponerse del drama cuando ya estamos sabiendo a cuánto nos va a costar esa jornada el megavatio hora en el mercado eléctrico. Desconocemos la incidencia real de ese precio en la factura, pero el juego de oscilación nos tiene fascinados. A unos porque les ayuda a castigar la labor del Gobierno, a otros porque les acrecienta la impresión de que por encima de los poderes políticos hay otros mucho menos dependientes de la vía electoral.

Si hay suerte esa misma jornada conoceremos los datos del desempleo. Un diciembre mejor o peor que el del año pasado, y comparado con el de una década atrás aún más mejor o más peor. Preocupados como estamos por el estado de la economía nacional, nada mejor que atender a la subida de la inflación. Fantástico guarismo que nos lleva a conclusiones particulares, la sensación de que el coste de la vida está por las nubes. Si te descuidas ese mismo día puedes enterarte del volumen porcentual de la deuda del país, de la cifra redonda del producto interior bruto y hasta del precio de cambio del euro con respecto al dólar. Para quienes no quieran someterse a estos mecanismos tan clasicotes, se le ofrece competir en la carrera antisistema: fíjate lo que se ha apreciado el bitcoin. Y la cotización de Tesla, Amazon o Apple, que juegan en una liga propia. Si te interesa la salud, nada mejor que confirmar los datos de curación del cáncer y competir en el menú por reducir los hidratos. Si por el contrario eres más aficionado al arte, sabrás del precio que ha obtenido un clásico en la última subasta. Por proseguir tu análisis del panorama cultural, la competición se prolonga en el número de entradas despachadas, la lista de libros más vendidos y el número de descargas del último videoclip de ese artista que te tiene que gustar por obligación psicosocial.

Para cuando llegamos a la competición deportiva ya estamos agotados. De hecho, nos suena a antiguo el tablero de la liga de fútbol con la clasificación por equipos. Ahora preferimos saber el número de kilómetros que ha recorrido un mediocampista de media por partido o el porcentaje de goles a balón parado que marca nuestro rival del próximo domingo o lunes o miércoles o sábado. Sinceramente, nadie sabe por qué estamos inmersos en tantas competiciones ni contra quién ni para qué. Lo único vital es seguir corriendo, porque el cronómetro no se detiene. Corre, compite, vamos.

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