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Proceso paz en Colombia
Columna
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Cinco años de paz y una farsa

Todos los que asistieron a la torpe conmemoración del acuerdo de paz llegaron a hablar bien de ella sabiendo que si está de pie es por un milagro

María Jimena Duzán
Acuerdos de Paz Colombia
El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, saluda al presidente de Colombia, Iván Duque, en la ceremonia por los cinco años del proceso de paz, en Bogotá.Luisa González (Reuters)

La semana pasada en Colombia se hicieron una serie de ceremonias para conmemorar los cinco años del acuerdo de paz. Todas ellas me parecieron una gran farsa. El espectáculo más bochornoso corrió por cuenta del presidente Duque a quien se le vio sacando pecho ante la comunidad internacional como gran defensor del acuerdo de paz a pesar de que nunca lo ha sido.

Desde que llegó al poder no ha hecho sino tratar de deslindarse del acuerdo de paz pactado en el gobierno de Santos al extremo de que se inventó una paz distinta que bautizó como “la paz con legalidad”, en oposición, claro, a la paz ilegal que se firmó entre las FARC y el Gobierno de Santos. Ahora Duque quiere vestirse de defensor de un acuerdo que siempre ha desdeñado. Y ni siquiera se sonroja.

Ante la comunidad internacional, posa de defensor del acuerdo pero en su gobierno la implementación se redujo al ejercicio de lo mínimo: a la realización de una serie de obras pequeñas en los territorios afectados por la guerra, que ni siquiera impactaron el tejido social. Lo demás, la paz integral, la que tenía que ver con las reformas al sector rural, que básicamente consistían en una actualización del catastro, un avance casi que revolucionario en un país con serios problemas de titulación de tierras, quedaron congeladas.

Duque tampoco pudo durante su gobierno llenar el vacío que dejaron las FARC en los territorios donde estaban presentes y no ha podido frenar el asesinato de excombatientes, que ya casi llega a 300, desde que se firmó el acuerdo. Él se va del gobierno sin haber podido hacer trizas la paz pero nos la deja maltrecha y seriamente averiada.

La única persona que se atrevió a decir algo significativo en las ceremonias de conmemoración fue el padre Francisco De Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, quien dijo la única sensatez que he escuchado por estos días: la de que la paz, luego de cinco años de firmada, ha sido reducida a su mínima expresión hasta el punto de haberla desplazado del debate nacional.

En los medios se le dio más espacio al lanzamiento de Encanto, la edulcorada película que Disney hizo sobre Colombia, que a la conmemoración de los cinco años del acuerdo. Los candidatos presidenciales también la ignoran en sus promesas de campaña porque se han dado cuenta de que la paz ya no da ni votos.

Esta paz que hoy se celebra es cada vez más anodina y menos relevante. Y quienes se declaran como sus defensores son en realidad unos impostores porque no han hecho sino empequeñecerla para que se quedara a medias. Esa paz recortada está hecha solo para lograr la desmovilización de las FARC pero no para impulsar reformas que transformaran la sociedad. Lo primero se ha logrado con cierto éxito. De todos los acuerdos de paz firmados en los últimos 20 años, el de Colombia es uno de los pactos que más guerrilleros ha logrado reinsertar. Luego de cinco años, y pese a la aparición de las disidencias, la cifra de excombatientes que le siguen apostando a la paz es de 13.000. Sin embargo la gran paradoja es que la desarticulación de las FARC, que repito, es un hecho real e innegable, no ha servido para transformar la sociedad colombiana ni para sentar las bases de un país menos desigual.

A la paz la volvieron un asunto insignificante que hoy solo preocupa a la comunidad internacional y a unas cuantas ONG. Luego de cinco años, los empresarios en su gran mayoría la siguen mirando con recelo y desconfianza como si para ellos fuera un signo de mal agüero.

La Iglesia, que no apoyó la paz hace cinco años, hoy dice ser su defensora pero su cambio es cosmético, diseñado para ganar indulgencias con la comunidad internacional. Bien es sabido que de la puerta para adentro siguen sin aceptar la presencia de las Farc en el congreso.

Los grandes dueños de la tierra se siguen oponiendo a las reformas rurales, sobre todo a la que ordena la actualización del catastro que desde hace 60 años no se moderniza. A ellos ese vacío y ese desorden les sirvió para acaparar tierras y para despojar a muchos campesinos durante los peores años de la guerra. Si se actualiza el catastro ellos perderían sus privilegios porque se ordenaría de una vez por todas el proceso de titulación de tierras, se democratizaría el acceso y se aumentaría el recaudo del impuesto predial rural, que es uno de los más bajos del mundo. Por eso para el statu quo colombiano el simple hecho de actualizar el catastro es todo un acto subversivo.

Por ahora estos poderes decimonónicos van ganando, porque la actualización del catastro y toda la reforma rural pactada en La Habana, están descabezadas. Y lo que sorprende es que nadie en ninguna de las aburridas ceremonias protocolarias que se hicieron, le reclamó al presidente por estos incumplimientos ni se atrevió a decir que luego de cinco años de pactado el acuerdo de paz no hay mucho que celebrar. Tampoco nadie se refirió a la purga que se ha desatado en el Ejército contra todos los oficiales que le apostaron a la paz. Solo hubo espacio para la farsa, para los discursos vacíos y para los juegos de la diplomacia. Para nada más.

Al igual que el emperador del cuento de Andersen que logró que sus súbditos le alabaran su traje nuevo, cuando en realidad todos sabían que estaba desnudo, la paz de Colombia también está desnuda, y le están alabando su nuevo traje. Todos los que asistieron a esa torpe conmemoración, llegaron a hablar bien de ella sabiendo que, a sus cinco años, si está de pie es por un milagro. La vieron coja y derrengada pero participaron de la farsa.

Mientras sus enemigos gozan de muy buena salud, a sus cinco años de edad, la paz de Colombia está ya muy maltrecha. Ya es hora de que lo sepa el mundo.

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