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Columna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fuego eterno

Un volcán en erupción nos da a entender que la humanidad está bailando sobre unas placas tectónicas movedizas, aunque de momento todavía pueden sonar los ‘Conciertos de Brandemburgo’

Volcan La Palma
El volcán en Cumbre Vieja visto desde Los Llanos de Aridane, La Palma.PACO PUENTES (EL PAÍS)
Manuel Vicent

Un volcán en erupción podría ser un fenómeno religioso, ante el cual habría que arrodillarse presos de pánico como los primates, puesto que nuestra cultura no ha superado todavía la neurosis del infierno. El volcán de La Palma nos obliga a contemplar en directo la forma en que el caos creó este planeta cuyo trabajo aún no ha terminado. Una sucesión de terremotos y de impactos de meteoritos quebró la corteza terrestre y por sus fisuras emergieron los vómitos de magma, de gases y de fuego emitidos desde el fondo de la tierra. La convulsión sísmica formó valles, llanuras, montes y cordilleras mientras las primeras larvas de la vida surgieron del espíritu que flotaba sobre las aguas hace miles de millones de años. La vida es una simple anécdota frente al fuego eterno, una aventura de la química orgánica que un día desaparecerá sin dejar rastro. Un volcán en erupción nos da a entender que la humanidad está bailando sobre unas placas tectónicas movedizas, aunque de momento dentro de ese caos sin sentido todavía pueden sonar los Conciertos de Brandemburgo, de Johann Sebastian Bach. La Tierra rota como una dinamo sobre sí misma dando vueltas alrededor del sol a 30 kilómetros por segundo, si bien da la sensación de que la historia humana en su locura vuela hacia ninguna parte a mayor velocidad todavía dejando atrás una estela de crueldad, de belleza y de culpa. Del fuego del volcán se sirvieron los sacerdotes para acrecentar su poder al asimilarlo al castigo del infierno. Solo un pensamiento impuro podía condenarte por toda la eternidad al fuego eterno. Pero el infierno, según la mitología, era el Averno, nombre que recibía el cráter de un volcán cerca de Cumas, en la Campania, por donde se bajaba al inframundo. Hoy el fuego del infierno, que tanto nos acongojaba cuando éramos niños, ya parece estar en poder de los poetas, de los turistas y de los científicos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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