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Columna
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Posmoderna o aristotélica

Cómo nos vemos como individuos determina cómo nos organizamos como sociedad, de las políticas públicas a las de las empresas

Víctor Lapuente
Una profesora echa gel hidroalcohólico en manos de un niño antes de entrar a su clase en Canarias.
Una profesora echa gel hidroalcohólico en manos de un niño antes de entrar a su clase en Canarias.Carlos de Saá (EFE)
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Mira en tu interior y dime qué ves. ¿Observas un conjunto superpuesto de pensamientos y sentimientos, tirando en direcciones contrarias como los dibujitos de Alegría, Tristeza o Temor que habitan el cerebro de la niña en la celebrada Inside Out? Es decir, tal y como solemos percibirnos en la posmodernidad: como una colección de mini-yos que se van activando en función de los estímulos del exterior; por ejemplo, de cómo me mira mi padre, mi jefa, mi amigo. O, por el contrario, ¿ves un ser que busca autodeterminarse, sediento de encarar retos y desarrollar nuevas capacidades, tal y como nos describió Aristóteles? En definitiva, ¿eres una persona posmoderna o aristotélica?

A primera vista, eres posmoderna. Según incontables experimentos científicos, los seres humanos somos inconsistentes y víctimas de manipulaciones. Desde el aroma que nos ponen en el supermercado para comprar más hasta las fotos de Instagram, absorbemos cualquier influencia como esponjas. Somos tan incoherentes que cuesta imaginar que, dentro de nosotros, exista un núcleo luchando por conseguir una unidad de acción.

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Sin embargo, según la teoría de la autodeterminación de los psicólogos Edward Deci y Richard Ryan, a pesar de nuestros fallos, late en el interior de todas las personas un alma aristotélica, que aspira a la competencia, la autonomía y la conexión con los demás. Esto es lo que, en el medio de las ruinas de una pandemia o desgracia personal, nos motiva a seguir.

Y es muy relevante para la política. Cómo nos vemos como individuos determina cómo nos organizamos como sociedad, de las políticas públicas a las de las empresas. Si nos creemos posmodernos, montaremos la educación y las relaciones laborales con acciones exógenas: palos al mal comportamiento y zanahorias al bueno. Vamos, lo que generalmente sufrimos de la escuela infantil a la jubilación. Si, en contraste, pensamos que tenemos una vocación intrínseca a ganar integridad y actualizar nuestro potencial, entonces diseñaremos la enseñanza y el trabajo como apoyos a esas tendencias endógenas.

Todo padre sabe que es preferible que los niños aprendan por sí solos hábitos sanos a castigarlos por comer golosinas. Pero, al diseñar el sistema educativo o la economía, olvidamos la autodeterminación y sólo pensamos en premios y castigos. Seamos pues más modernos y volvamos a Aristóteles.

@VictorLapuente

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