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Columna
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Cuando las cosas se ponen feas

La Europa de la defensa ha dejado de ser una bella idea para convertirse en una necesidad perentoria

Lluís Bassets
Ursula von der Leyen durante su discurso en el debate sobre el estado de la Unión en Estrasburgo.
Ursula von der Leyen durante su discurso en el debate sobre el estado de la Unión en Estrasburgo.YVES HERMAN (AFP)
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La derrota también pertenece a la Unión Europea. Es de Estados Unidos y de la OTAN entera, pero afecta directamente a los 21 miembros de la UE que forman parte también de la Alianza y de forma conjunta a los 27 socios que sufren por igual las consecuencias de una salida tan precipitada de Afganistán. Si algo ha quedado demostrado durante este “verano afgano” definido por el alto representante de la Política Exterior, Josep Borrell, es la escasa consistencia geopolítica de la Comisión presidida por Ursula von der Leyen, sin capacidades militares ni siquiera para organizar una evacuación precipitada de los diplomáticos europeos desde un aeropuerto como el de Kabul.

La Europa de la defensa ha dejado de ser una bella idea para convertirse en una necesidad perentoria, por más que algunos socios, especialmente los más atlantistas del Este europeo, no quieran saber nada de ella. “¿Para qué sirve tener unas fuerzas armadas que se encuentran entre las mejores del mundo si nunca estamos listos para utilizarlas?”, se preguntó este miércoles ante el Parlamento Europeo la presidenta de la Comisión. Afganistán es una espina clavada en la vocación geopolítica tan exhibida por Bruselas y en la autonomía estratégica tan reivindicada. Von der Leyen prefirió anunciar pasos concretos, como la convocatoria para el año próximo de una cumbre sobre defensa bajo presidencia francesa, que reincidir en los enunciados rimbombantes sobre esa aspiración europea a jugar como actor global que tiene tantas dificultades para pasar del estadio gaseoso de las ideas al sólido de los hechos.

Si la Unión Europea reaccionara con tanta rapidez y eficacia frente a la derrota en Afganistán como lo ha hecho con la pandemia, tanto en política de vacunas como con el fondo de reconstrucción, pronto los europeos contaríamos con esa fuerza de reacción rápida de 5.000 soldados preparados para organizar una salida de emergencia de una zona de guerra sin tener que depender de las decisiones de un aliado como Estado Unidos. Borrell fue más explícito el martes ante el Parlamento Europeo que Von der Leyen este miércoles. No había solución militar en Afganistán, pero cuando “las cosas se ponen feas, y la palabra no basta, aunque solo sea por el carácter disuasivo, la capacidad militar la tiene que tener cualquier actor que se quiera llamar a sí mismo geopolítico”.

No lo es Europa. Por más que Afganistán abra los ojos a quienes se empeñan en mantenerlos cerrados, estas ideas no son bien recibidas en todas partes, dentro de Europa, en Washington y en la propia secretaría general de la OTAN. Será un debate áspero, pero no hay tiempo que perder. La lista de las responsabilidades europeas es abrumadora, empezando por la acogida de los refugiados y siguiendo por la ayuda humanitaria a los afganos, la prevención antiterrorista y la lucha contra el tráfico de drogas. Pero la más grave de todas ellas afecta a la responsabilidad de los europeos con su propia seguridad en el momento en que Washington ha cerrado el paraguas y les ha dejado en la intemperie.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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