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Columna
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Ensuciarse

Existe el riesgo de que alienemos a las generaciones más jóvenes del mundo salvaje, justo cuando más necesario sería que establecieran una conexión emocional con él

Olivia Muñoz-Rojas
La enfermera del colegio Aldapeta María de San Sebastián ofrece gel hidroalcohólico a alumnos de primaria.
Varios niños hacen cola para usar gel hidroalcohólico en un colegio de San Sebastián.JAVIER HERNÁNDEZ
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En estos tiempos tendentes a la asepsia, conviene recordar que nuestro concepto y relación con la suciedad son el resultado de un determinado contexto social, cultural e histórico. En una reciente entrevista, el mediático conservacionista británico Chris Packham se decía sobrecogido al ver las enormes cantidades de gel hidroalcohólico que se esparcen sobre las manos de niños y jóvenes tras tocar un renacuajo. “Eso es enviar un mensaje equivocado, pues el cosquilleo de un renacuajo en la palma de una mano puede encender una chispa que podría arder para toda la vida, un amor por la vida salvaje; y, que yo sepa, un renacuajo no es tóxico”. Para Packham, los más jóvenes son por definición curiosos y “tenemos que dejarles ejercitar esa curiosidad, transmitiéndoles que un gusano, un caracol o lo que sea que encuentren no está sucio; es pegajoso, pero eso no significa que esté sucio”.

En su clásico estudio Pureza y peligro, la antropóloga Mary Douglas analiza el significado de la suciedad en términos de orden y desorden. En cada sociedad, “la suciedad atenta contra el orden; eliminarla no es un movimiento negativo, sino un esfuerzo positivo para organizar el entorno.” La distinción entre pureza e impureza se convierte así en el eje vertebrador de numerosas culturas, a menudo con el cuerpo humano como protagonista. Sucede en aquellas “creencias que simbolizan el cuerpo como un recipiente imperfecto que solo será perfecto si logra hacerse impermeable”. De algún modo, es lo que buscamos hoy cuando nos desinfectamos las manos o portamos mascarilla, que ningún elemento penetre o salga de nuestro organismo. Llevado al extremo, en este orden, no sólo todo lo que nuestro cuerpo segrega es potencialmente sucio, sino que todo aquello que está fuera de nosotros también es susceptible de serlo —desde la mano ajena hasta el polvo que pisamos, pero también el renacuajo que hallamos en una charca—. De ahí la necesidad de suprimir inmediatamente su rastro de nuestras manos y cuerpo.

Siguiendo el razonamiento de Packham, en este orden, existe el riesgo de que alienemos a las generaciones más jóvenes del mundo salvaje, justo cuando más necesario sería que establecieran una conexión emocional con él, esencial para su implicación en la defensa del bienestar y equilibrio de nuestro planeta. Tengamos, pues, presente que la suciedad es un invento humano sobre el que podemos incidir en todo momento.

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