Cosas de julio
Estoy dedicando mis columnas a los libros; primero porque las bicicletas y los libros son para el verano, y segundo porque la política del Gobierno ha entrado en estado catatónico
Quizás haya usted advertido que las últimas columnas las voy dedicando a libros de muy diverso pelaje. Esto es así por dos razones, la primera y principal porque las bicicletas y los libros son para el verano. Muchos expertos coinciden en el aumento de lectores: el encierro produjo una sed de letra que no se ha apagado y al unirse a las vacaciones seguramente cuidará la alegría de los libreros. Buena falta les hace.
La segunda es que el filón habitual de los columnistas, o sea, la política del Gobierno, ha entrado en estado catatónico, a un paso de la momificación. Cuando ya ni siquiera tus socios, los que te aguantan en el gobierno, creen en ti y dicen en plenas Cortes que eres un embustero, la dignidad obliga a recluirse en un monasterio. Tengo para mí que Sánchez está esperando unas vacaciones monacales que hagan olvidar el bochorno de que ese improbable diputado catalán le saque los colores justo cuando acaba de soltar a sus jefes para que puedan ponerse morenos.
Así que sólo nos queda la parte sana de la sociedad, la que lee libros y desdeña la política oficial insoportablemente infantil y enferma, como decía Lenin. Se nota que los políticos de este país están entre las gentes que menos libros han leído en su vida. Por eso hoy les añado otra lectura de verano: Mexicana, de Manuel Arroyo (Acantilado), que él no pudo ver. Hace unos días la Casa de México en Madrid nos reunió a los amigos para recordarle, beber unas coronitas y oír mariachis. Lloramos todos, incluida la gentil directora, Ximena. Pero no hay nada triste en los libros de Arroyo, ni siquiera en el insuperable Pisando ceniza (Turner) que cuenta variadas muertes de gente amable. Gran lectura de verano que nos recuerda que volverá el invierno y tendrá tus ojos.
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