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Columna
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Se hace camino al andar

¿Serán capaces los que se sienten en las mesas de negociación de dar pasos que justifiquen el intento y den resultados que les legitimen ante los ciudadanos o se ahogarán entre presiones, represiones y deslealtades?

Josep Ramoneda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,  conversa con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, durante su encuentro este martes en el Palacio de la Moncloa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, durante su encuentro este martes en el Palacio de la Moncloa.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

“Los hechos han demostrado que la vía judicial no vale por sí sola”, ha dicho el presidente Pedro Sánchez en el Parlamento. Con los indultos busca que el conflicto vuelva al territorio político del que nunca debió salir. Pero para conseguirlo es necesario crear un mínimo espacio compartido en el que se den la condiciones para hablar, pactar y avanzar. ¿Es eso posible?

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Para que lo sea es necesario que las posiciones de partida se flexibilicen: que unos admitan que realmente existe un conflicto de carácter político que requiere soluciones pactadas y que los otros acepten que el llamado mandato del 1 de octubre no legitima la vía unilateral (como ya ha reconocido Junqueras, por ejemplo). A partir de aquí se podría empezar a trabajar sabiendo que será un viaje con muchas paradas y retrocesos y sin un final definido de antemano, que deberíanç concretarse en acuerdos que puedan ser vistos como ventajosos por una amplia mayoría, cuando la ciudadanía se exprese con su voto. Los apoyos de ciertos sectores económicos y sociales al diálogo tienen valor indiciario.

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Estamos todavía en la hora de los intransigentes: los que utilizan a la Constitución como un referente casi religioso para defender la sumisión por la vía del castigo como única salida, y los que se apoyan en cierto fundamentalismo democrático para defender la confrontación y la ruptura unilateral como la única opción legítima. Su discurso llena de ruido el escenario. A Pablo Casado “le duele España”. La derecha sigue apegada a una idea sufriente de la nación, quizás porque sigue siendo incapaz de aportar una propuesta política, más allá del fundamentalismo constitucional. Y una parte del independentismo lee todo lo que se mueve como una prueba de que el barco español se hunde y que la emancipación está al alcance de la mano.

El peso de la intransigencia da cuenta de la dificultad del envite, pero al mismo tiempo da motivos para el optimismo: el principio de realidad, tarde o temprano, debería imponerse. El problema es que, dando por supuesto que tanto en torno al Gobierno y su mayoría parlamentaria como en un sector importante del independentismo, con Esquerra a la cabeza, hay disposición a avanzar, la capacidad de bloqueo de la derecha española y de ciertos poderes del Estado, por un lado, y un sector de Junts per Catalunya y su entorno, por el otro, puede producir un reguero de frustraciones.

¿Serán capaces los que se sienten en las mesas de negociación de dar pasos que justifiquen el intento y den resultados que les legitimen ante los ciudadanos o se ahogarán entre presiones, represiones y deslealtades? De momento, sería un buen indicio que Sánchez y Aragonés estuvieron de acuerdo en un punto: se hace camino al andar. Y lo intenten sin dilación. Avanzar es la mejor vía para desactivar el ruido.

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