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Abriendo trocha
Columna
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... Y cien años después

En las elecciones de Perú hay una candidata que carga un cuestionado pasado y graves acusaciones penales ante la justicia: Keiko Fujimori. Por el otro, Pedro Castillo, que puede portar un ideario o plan de acción, que genera temores

Diego García-Sayan
Los candidatos en las elecciones presidenciales de Perú: Pedro Castillo y Keiko Fujimori, el pasado 17 de mayo.
Los candidatos en las elecciones presidenciales de Perú: Pedro Castillo y Keiko Fujimori, el pasado 17 de mayo.Paolo Aguilar (EFE)

El clima de tensión es alto hoy en Perú. Una aguerrida y bien financiada campaña viene creándolo, de cara al balotaje del próximo 6 de junio entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori, en una de las elecciones presidenciales de perspectivas más sombrías en la región.

¿Hay una agresión “comunista” en Perú o riesgo de que “el comunismo” gane la elección como se pretende en esa campaña? No. Hay un proceso electoral complicado, sí, pero eso no es lo mismo que condiciones de cataclismo o de una “corea-del-norte-sudamericana” ad portas. Tres factores, que se alimentan recíprocamente, marcan las grandes tendencias sociales y políticas contemporáneas en el Perú y buena parte de América Latina. Ellos guardan enormes analogías con lo que ocurrió hace casi 100 años, con el crack de 1929 y sus efectos en el mundo y la región con los grandes cambios políticos y sociales que produjeron.

Primero, el agotamiento del llamado “modelo económico” y la generalización de la exigencia de cambio. Modelo que produjo crecimiento durante unos años, pero que se quedó corto en redistribución y atención a los derechos de la población a una salud y educación pública de calidad.

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El campanazo con el grito de “¡Cambio!” sonó desde octubre del 2019 en Chile con las protestas que abrieron el curso a cambios políticos que ya están en marcha en ese país; nuevos rostros en la política y la perspectiva de una izquierda fortalecida luego de lo cual el mundo no se ha venido abajo. Las recientes protestas en Colombia marcan, por su lado, el aparente agotamiento de los partidos políticos prevalecientes y el posible ascenso de una fuerza de izquierda.

Con características diferentes, la carta de Castillo en el proceso electoral encarna, para el grueso de sus posibles votantes, el cambio; al otro lado, su adversaria Fujimori que no ha levantado esa bandera sino mensajes que la gente ve como continuismo.

En segundo lugar, en el Perú, la crisis política permanente y sostenida desde el 2016, bajo el impulso crucial de la mayoría parlamentaria dirigida por la hoy candidata presidencial Keiko Fujimori: cuatro presidentes, dos congresos, ministros censurados sin motivos fundados, etc. En ese contexto de convulsión, cayó la pandemia.

La votación en la primera vuelta (11 de abril) expresó una desafección general, por todos los sectores políticos. Los dos primeros (Castillo y Fujimori) alcanzaron -juntos- apenas el 30% de los votos emitidos. Planteadas así las cosas, la sociedad tiene que optar entre estas dos opciones. En ello Fujimori tiene un gigantesco “anti voto” de más de 50% tanto resultado de encarnar el continuismo, pero principalmente tanto por lo que fue la corrupción y los atropellos durante el gobierno de su padre (cuya gestión ella reivindica como ejemplar) como por su desempeño político desde que desconoció el triunfo de Kuczynski el 2016.

Tercero, la pandemia y sus tremendos efectos sociales y económicos. Factor clave en la generalización del descontento y en la movilización social no solo en el Perú. La región carga con el 35% de los fallecidos en el planeta, con solo 8% de su población. Se ha retrocedido a niveles de pobreza que se esperaba idos: aumento agudo del desempleo, la pobreza y la rápida pauperización de precarios sectores de clase media.

Varias semejanzas con los efectos de la Gran Depresión 1929-31. Si en la Europa de ese entonces se abrió el ascenso imparable del fascismo y el nazismo en varios países, en otros pocos países que no cayeron (Gran Bretaña), se desterró el liberalismo económico, se impuso el proteccionismo y se dio prioridad a las consideraciones sociales.

Fue grande la inestabilidad en nuestra región. En doce países latinoamericanos cambió imprevistamente el gobierno en 1930-31. Muchos gobiernos tomaron distancia de una opción “de derechas” y apuntaron por cambiar algunas cosas atendiendo las urgencias de la sociedad. Empezando, entre otros ejemplos, con Roosevelt y el “New Deal”, Lázaro Cárdenas en México, la fugaz “república socialista” de Marmaduke Grove (Chile), el fin de la república oligárquica con Getulio Vargas (Brasil) y la asunción por los liberales en Colombia luego de 30 años de dominio conservador. En el Perú se expresó en grandes movimientos sociales y obreros y en la irrupción aluvional del APRA, convertido en el más sólido de los partidos reformadores en ese entonces.

De manera que cuando en la inopia electoral del Perú actual, ocurre lo que ocurre, está el telón de fondo de lo que aquí se resume. En un proceso que no es aislado y en el que la noción de “cambio” juega un papel fundamental.

Dos conclusiones, por todo lo anterior:

Uno: no estamos en este balotaje ante la confrontación entre dos grandes cauces o corrientes partidarias o de acción política. Se disputan, de un lado, una candidata con un enorme anti voto y que carga un largo y cuestionado pasado y graves acusaciones penales ante la justicia. Por el otro, Castillo, prácticamente desconocido para muchos hasta hace pocas semanas, que puede portar un ideario o plan de acción, que genera temores en algunos, no muy perfilado y con ciertas contradicciones e imprecisiones importantes. Es de “izquierda”, pero también de signo contrario en asuntos como los derechos de la mujer, minorías sexuales o el aborto. Pero por encima de todo esto, es él quien indiscutiblemente encarna la creciente exigencia -mayoritario- de cambio.

Dos: está fuera de lógica y de correspondencia con la realidad ver en la elección del 6 de junio el “día decisivo” en una supuesta disyuntiva “comunismo” /democracia. Eso es una tontería. Si ganase Castillo, no solo la gente no estaría votando por una opción de ese tipo, sino que, aunque el nuevo presidente lo quisiera, no tendría mayoría en el Congreso para dar un salto así. Frente a un legislativo que le sería esquivo, su principal preocupación, acaso, sería en esa hipotética situación cómo sobrevivir y cómo administrar la pandemia.

En el escenario de un eventual triunfo de Castillo, como se desprende hasta el momento de las encuestas, preocupa ya a los observadores internacionales las actuales presiones y agravios desde el sector “keikista” contra los órganos electorales. Muy grave y sin fundamento tratándose de instituciones y profesionales respetados, pero, curiosamente, se les quiere deslegitimar en esta hora con argumentos poco serios. ¿Señal de que se desconocería el resultado si gana Castillo? Eso sí que abriría un cauce crítico de caos y confrontación.

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