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Elecciones en Perú
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Perú y el virus de la polarización

El panorama peruano es sombrío e incierto; para algunos tiene visos de guerra civil. Los allegados de cada uno de los dos candidatos hablan siempre en función de “la superioridad moral” del adversario

La candidata peruana a la presidencia, Keiko Fujimori
La candidata peruana a la presidencia, Keiko Fujimori, durante un mitin en Lima, el pasado 20 de mayo.SEBASTIAN CASTANEDA (Reuters)

Las elecciones generales en el Perú son el ejemplo perfecto del fenómeno que define nuestros tiempos políticos en pandemia, el virus de la polarización. Los votantes están atrapados en la difícil decisión de elegir a uno de los dos peores candidatos que han tenido en 200 años de independencia.

En un país partido emocional y económicamente, un maestro y sindicalista rural con nula experiencia política se enfrenta en el ring electoral a la hija de un exdictador convicto; un partido socialista y mariateguista contra una fuerza neoliberal-anticomunista y una propuesta de inspiración latinoamericana (hay quienes ven la mano del marxismo) contra una pro-norteamericana (el “imperialismo yanqui” para otros).

La historia le tocó el hombro a un profesor de primaria con limitaciones y virtudes y lo ubicó frente a una administradora de empresas con callo político y educada en Estados Unidos, hija del encarcelado exmandatario Alberto Fujimori, quien se desempeñó como primera dama del Perú de 1994 a 2000 y congresista por Lima de 2006 a 2011, dejando una autoritaria esquela con su sello.

El candidato y la propuesta que se ubica a la izquierda del drama peruano tiene algunas similitudes con el México de Andrés Manuel López Obrador. Pedro Castillo (Cajamarca, 1969), el “comunista” que representa “el pueblo olvidado” y que busca “cambiar” el modelo “conservador” vs. Keiko Fujimori (Lima, 1975), quien enfrenta una denuncia por 30 años de prisión acusada de haber recibido aportes ilegales de Odebrecht, al estilo de los “corruptos conservadores” mexicanos.

Como el ahora presidente mexicano lo hizo en su momento durante su campaña, Castillo se ha mantenido como el símbolo del rechazo a la corrupción, la posibilidad de un cambio y podría unirse a la nueva tradición latinoamericana de populismo. Ambos hablan un lenguaje sencillo, pueden ser contradictorios, organizan sus equipos de manera un tanto desordenada y la sombra del fraude los ha acompañado.

A diferencia de López Obrador, Castillo es un neófito candidato improvisado de un partido, Perú Libre, cuyo fundador, Vladimir Cerrón, está siendo investigado por presuntos delitos de corrupción y lavado de activos. Pero la figura de Cerrón poco lo ha afectado en su campaña.

En realidad, no hay muchos en el Perú que sepan quién es Castillo, pero para la clase dominante, es el “cuco” (pillo, malvado) que trae el desastre comunista de Venezuela y Cuba al país andino. El ideario político elaborado por Cerrón y presentado al inscribir la candidatura de Castillo, en efecto, carga propuestas trasnochadas.

Pero, aunque el candidato cajamarquino después presentó otro documento donde no habla de “economía popular” sino de economía mixta, para la clase política y empresarial, Fujimori sigue siendo el mal menor, la buena de la película, a pesar de su lastimoso pasado.

El nuevo texto, titulado Perú al Bicentenario, podría haber sido elaborado por -y para- la 4T en México. El Estado tendría un importante rol regulador para evitar el abuso en los negocios privados, por ejemplo. “Se regulará más activamente a los monopolios y oligopolios, y se fomentará a la empresa privada; se reconocerá a los empresarios nacionales que invierten en el Perú, pagan sus impuestos y respetan los derechos de los trabajadores y al medio ambiente. Serán nuestros aliados para sacar adelante al país”, lee el texto.

Entre las medidas planteadas para reactivar la economía, la principal es impulsar la inversión en obras públicas, como la habilitación de caminos y canales de riego, hospitales, redes de saneamiento, colegios y otros, para promover el empleo en la construcción e industrias vinculadas. También pide “facilitar el acceso a créditos a los negocios más vulnerables, frenar la competencia desleal en la importación de productos textiles, calzado, lácteos y otros”.

Y menciona la necesidad de “nacionalizar nuestras riquezas”, pero ya no como una consecuencia inmediata a una fallida renegociación de los contratos con las industrias extractivas, como señalaba el ideario anterior, sino como un sistema para aumentar la recaudación y fijar nuevas reglas tributarias en este sector económico.

La más reciente encuesta de Datum, financiada por la poderosa Empresa Editora El Comercio, ubica a los candidatos en un virtual empate técnico, con 45.7% de intención de voto a favor de Castillo y 43.9% de Fujimori, con lo cual el primero habría perdido votos en los últimos días.

Este ligero descenso del maestro rural se produce luego de una masacre de 16 personas en el VRAEM -el “valle de la droga” en el centro del Perú-, atribuida a Sendero Luminoso, que ha sido utilizada por medios que favorecen a la candidata fujimorista y ha avivado la campaña del terror contra Castillo. Otro paralelo con la violencia registrada en las campañas electorales de hoy en México.

En un intento de impedir el posible “liberalismo autoritario” de ella o el “caos autoritario” de él, ambos candidatos firmaron una proclama ciudadana, elaborada por la Asociación Civil Transparencia, la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, la Unión de Iglesias Cristianas Evangélicas del Perú y la Conferencia Episcopal. El juramento busca proteger la democracia, garantizar el respeto de los derechos humanos, promover la lucha contra la corrupción, asegurar la libertad de expresión, cumplir con la vacunación universal contra la covid-19, entre otras maravillas.

Pero para muchos, de un lado y del otro, la proclama es papel mojado, amén del juramento de ambos candidatos ante el Cardenal Pedro Barreto.

El panorama peruano es sin duda sombrío e incierto; para algunos incluso tiene visos de guerra civil. Los allegados de cada uno de los dos candidatos hablan siempre en función de “la superioridad moral” del adversario. Y hay voces histéricas, más del lado de los pro-Fujimori que del otro. El que pide reflexión, calma y un voto informado es a veces tildado de “comunista”.

La de Perú -un país de unos 33 millones de habitantes- es una elección dominada por la peste tras 180.000 muertes por covid, según un análisis de defunciones estadísticamente anormales del Sistema Nacional de Defunciones, no de la cifra oficial que es de un poco menos de 70.000.

El virus también destapó la catástrofe de un sistema disfuncional donde la peste trajo un aumento considerable de pobreza y pobreza extrema. A la gran mayoría -sino a todos, especialmente quienes viven en el “Perú Profundo”- se le ha muerto alguien cercano en una crisis sanitaria inimaginable, y han visto su vida laboral destruida. No es entonces raro que en ese ambiente se hayan enfrentado los extremos más radicales.

Para los pocos que han logrado mantener un cierto sentido del humor en este drama, el antagonismo radical ha llegado a tal nivel que hasta la próxima receta del reconocido chef peruano Gastón Acurio deberá tener un matiz político. Y en la gastronomía con ese tono también hay un parecido con el México de hoy.

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