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Asamblea Constituyente Chile
Tribuna
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Rearticular la democracia de Chile

El país empieza a mirarse fijamente a los ojos con el reto de acordar una carta fundamental que guíe su desarrollo futuro sin exclusiones y procurando la paz social

Un niño observa a su madre emitir su voto en Temuco, Chile, el pasado 17 de mayo.
Un niño observa a su madre emitir su voto en Temuco, Chile, el pasado 17 de mayo.Juan González (REUTERS)

El fin de semana recién pasado fui elegido, por votación popular, junto a otros 154 ciudadanos para formar parte de la Convención Constituyente. Cumplí 19 años dos semanas antes de derrotar a Pinochet en el plebiscito de 1988. Por esos días, lo que más me importaba en el mundo era terminar con su tiranía. Maduré con la idea de que el paraíso se llamaba democracia. Entonces la imaginábamos cantando, tomando y fumando en los parques. La verdad es que todos los demócratas fuimos concertacionistas. La derecha, los pinochetistas, habitaban otra órbita espiritual. Ellos querían lo impensable: que continuara la dictadura. Hoy es visto como una cosa ñoña y absurda –para mí mismo lo fue-, pero el presidente Patricio Aylwin dijo algo muy cierto: que aquí teníamos que caber todos. Entonces hubiéramos querido que eso maldito desapareciera, pero lo maldito no desaparece nunca. Muta. Estoy seguro de que quienes apoyaron el golpe volverían a apoyarlo, y de que quienes hubieran matado por sus sueños volverán a intentarlo. Cada uno de otra forma y por aparentes otras razones. Unos enloquecen por el orden, otros por la transformación.

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Salvo excepciones, mi generación se desentendió de lo público. Aquellos que no lo hicieron, fueron demasiado obedientes. Sus padres eran héroes a los que no podía faltarse el respeto, y para que la historia avance hay que perder respetos. El resto, consideramos que el Estado y sus alrededores eran territorio de sumisos. Lo público no permitía desenfrenos de ningún tipo, y mi generación estaba harta de controles. Si somos francos, el individualismo, el cada uno sabrá, fue también la respuesta de la mayoría a un hastío de distintos colores. Hicimos nuestro el neoliberalismo heredado por razones muy diferentes: para mí y mis amigos significó asumir una cierta anarquía cultural, una búsqueda sin fronteras, mientras para otros implicó una invitación a la riqueza desconsiderada. Y así perdimos de vista lo comunitario.

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Tuvo que crecer otra generación, nacida justamente el año de ese plebiscito, uno antes o uno después, para que ese tiempo de crecimiento económico (el producto nacional se multiplicó por cinco), comenzara a cuestionar con fuerza lo construido durante estas décadas de democracia neoliberal. Primero como liceanos, para el “Pingüinazo” en 2006, y poco más tarde como universitarios para el movimiento estudiantil de 2011. Con ellos volvieron las movilizaciones sociales desactivadas por el gran acuerdo político que puso fin a la dictadura. Se sumaron los movimientos ecologistas en contra de Hidroaysén (una mega central hidroeléctrica en la Patagonia), las diversidades sexuales, las marchas No más AFP, las mujeres y su lucha anti patriarcal. Y mientras todo esto acontecía, el sistema político continuaba impávido. Grosso modo, el poder seguía en manos de los mismos partidos políticos y sus mismos dirigentes, y la riqueza cada vez más concentrada en las mismas poquísimas manos.

Paralelamente, las comunicaciones vivían en el mundo entero la más grande transformación tecnológica de su historia. En 1991, Berners Lee crea el primer sitio web, y hoy, “mientras escribo estas líneas” –dice Alessandro Baricco en su libro The Game- hay 1.000.284.792 de esos espacios virtuales en los que pueden almacenarse y compartirse textos, músicas, fotos, videos... En 1998 aparece el buscador Google, aunque recuerdo que en The Clinic, la revista que ese mismo año me tocó fundar, no teníamos internet y diseñábamos sus páginas en cartulinas, sobre la mesa de un taller, con imágenes recortadas de otras publicaciones de papel. En 2002 apareció Linkedin, la primera red social, y en 2003 Blackberry, el primer Smartphone que de verdad llegó a la gente. El 2004 nació Facebook, el 2005 Youtube y en 2006 Twitter. No creo que valga la pena seguir. Las conexiones fijas a internet, en territorio chileno, a mediados de 2020 superaban los tres millones y medio de terminales y los teléfonos móviles con 4G quintuplicaban esa cifra. Siguen siendo muchos los desconectados, pero nunca habían compartido tantos el acceso a datos, noticias, saberes, y todos al mismo tiempo.

El Estallido Social que vimos en Chile a partir de octubre de 2019, una vez más detonado por escolares a propósito del alza de 30 pesos en el boleto del Metro, sacó a la calle todos esos mundos, culturas, identidades, carencias, frustraciones y realidades surgidas e ignoradas por el mundo del poder durante estas tres décadas. Cecilia Morel, la primera dama, dijo que parecían “alienígenas”. Lo cierto es que en distintos lugares del planeta estamos viendo las organizaciones políticas en crisis. Según el politólogo e investigador del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, Ivan Krastev, “en la última década... más de noventa países de todo el mundo han sido testigos de importantes protestas masivas. Millones de personas han logrado organizar numerosas y duraderas iniciativas al margen de los partidos políticos y con desconfianza hacia los medios de comunicación, con pocos cabecillas visibles y evitando casi siempre la organización formal” (¿Ya es Mañana?, Debate, 2020).

La elección de la Convención Constituyente que acabamos de vivir en Chile dio una bajísima votación a los partidos tradicionales, tanto de derecha como de centro izquierda. La regla de paridad de sus miembros, establecida de ante mano para favorecer a las mujeres, terminó corrigiendo en favor de los hombres. 17 de sus integrantes pertenecen a pueblos indígenas, y la inmensa mayoría de los electos somos profesionales independientes, muchos provenientes de organizaciones locales, poquísimos de la elite política, social y cultural. Fueron escasos los rostros televisivos que se postularon y consiguieron el apoyo ciudadano.

La tarea que nos espera no será fácil -no existen partidos políticos que la estructuren- pero sin duda necesaria e interesantísima. Se trata de la reactualización de nuestra democracia, de un país que se mira fijamente a los ojos y tiene por delante el reto de acordar una carta fundamental que guíe su desarrollo futuro sin exclusiones y procurando la paz social. El estallido, que puso al centro la palabra “Dignidad”, ahora busca un cauce institucional. Un esfuerzo por ensalzar la colaboración por sobre la competencia, la sustentabilidad por encima de la rentabilidad inmediata, la curiosidad por el otro más que la imposición autoritaria. Su principal reto es religitimar las instituciones y fortalecer la soberanía ciudadana. Es un ciclo de nuestra historia política que se cierra en medio de un cambio epocal. Una apuesta republicana para estos tiempos de incertidumbre.

Patricio Fernández, periodista y escritor, es constituyente electo

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