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Columna
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El capitolio y nosotros

Claro que hay factores conexos entre el asalto y algunos de nuestros sucesos políticos instigados ‘desde arriba’: ¡cuidado con la desobediencia! También diferencias esenciales: la violencia con resultado de muerte. Olvidarlo es trivializar

Xavier Vidal-Folch
Partidarios de Donald Trump asaltan el Capitolio de Estados Unidos, en Washington (EE UU), el pasado 6 de enero.
Partidarios de Donald Trump asaltan el Capitolio de Estados Unidos, en Washington (EE UU), el pasado 6 de enero.Stringer . (Reuters)

Los intentos de trivializar el golpe al Capitolio del día de Reyes son funestos. Por inexactos, desarman a la defensa de la democracia, que requiere precisión y proporción. Se realicen rebajándolo a la categoría de kermesse folclórica (que también la hubo) o equiparándolo a cualquier manifestación o desorden público (muchos de ellos pueden exhibir elementos de conexión).

Quien mejor se aproximó a la gravedad del asalto fue el presidente Joe Biden: “Esto no es una protesta; es una insurrection”: tipificada en el Código de EE UU, título 18, sección 2383. Esa conducta, también definida como rebellion, consiste en un ataque muy severo a la autoridad o la ley, y se aproxima a nuestra sedición: se castiga con hasta 10 años de cárcel. Es menos grave que su conspiración sediciosa (seditious conspiracy, sección 2384) —parecida a nuestra rebelión— penada con hasta 20 años.

El golpe parece contener, a la vez, los tres posibles elementos del tipo delictivo de la conspiración sediciosa: un intento de derrocar al Gobierno (entrante), o de impedir la aplicación de la ley (electoral), o de apropiarse de propiedades públicas (la sede del Parlamento). Y los dos requisitos modales: ser realizado por un mínimo de dos personas (hubo más) y mediar violencia (abundante, y con resultados mortíferos). El quid de la prueba es demostrar que hubo conspiración para esa violencia: organización, coordinación, incitación, complicidad, logística. La intrusión en el Capitolio fue mucho más que una movida espontánea.

Los golpes de Estado 2.0 arrancan de una larga secuencia, que incluye las noticias falsas, la retórica incendiaria antiélite, su síntesis simplona y deformadora en Internet, la destrucción del rival (y su degradación a enemigo), la erosión de la división de poderes, el acoso personal, el asalto físico a las instituciones...

La secuencia gubernamental inmediatamente previa arranca de la desobediencia y desacato de Donald Trump a más de 50 resoluciones de la justicia (incluidas varias, unánimes, del Tribunal Supremo que reconfiguró), sigue con la incitación explícita al acoso y culmina con la sospechosa paralización de la Guardia Nacional, en contraste con lo arbitrado en otras ocasiones.

Claro que hay factores conexos entre lo del Capitolio y algunos de nuestros sucesos políticos instigados desde arriba: ¡cuidado con la desobediencia! También diferencias esenciales: la violencia con resultado de muerte. Olvidarlo es trivializar.


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