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Columna
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La verdad importa

El 6 de enero, Trump intentó fundir a negro la democracia en Estados Unidos. Y no lo consiguió

Francisco G. Basterra
Donald Trump
Manifestantes pro-Trump durante el mitin para impugnar la certificación de los resultados de las elecciones presidenciales de los EE. UU. frente al Capitolio en Washington, el pasado 6 de enero.John Minchillo (AP)

La verdad importa es una afirmación no compartida por sectores cada vez mayores de la población, infectados de populismo. Trump, desde 2016, ha dado una batalla con éxito: difuminar la barrera entre la verdad y la mentira. Lo verosímil, que tiene apariencia de verdadero, repetido hasta el hartazgo. O incluso, sin necesidad de doblez alguna, la mentira más zafia, reiterada, sirve. Bienvenidos a la postverdad. La Gran Recesión de 2008 dibujó la pista de aterrizaje para el nacionalpopulismo en el país más poderoso del mundo. Faltaba alguien que entendiera el desamparo de las clases trabajadora y media. Y si no era un político clásico, mejor. Llegó Trump, comenzó a mentir y supo utilizar las redes sociales para lavar el cerebro de la población. Redes que ahora le expulsan.

El 3 de noviembre pierde las elecciones ante Biden. Llega el momento de fabricar la Gran Mentira: nos han robado las elecciones. La verdad no importa, la fabrico yo. Trump actúa como un mafioso, y en una conversación telefónica con las autoridades electorales de Georgia, les pide que busquen 11.780 votos, uno más de los que obtuvo Biden de ventaja.

Trump baraja la posibilidad de aplicar la Ley de Insurrección para controlar un supuesto desorden público, que le permitiría, cree, utilizar al Ejército. Una decena de exsecretarios del Pentágono le advierten de que cometería un delito. Al presidente le falta la insurrección, pero está dispuesta a crearla, como si fuera un guionista de Hollywood. Convoca una protesta contra el “robo” electoral para el 6 de enero en Washington. “Acudid. Será salvaje”. Trump les alienta en persona, en la acera sur de la Casa Blanca, y les ordena dirigirse al Capitolio, donde las dos Cámaras se reúnen para certificar el triunfo electoral de Biden. El golpe de Reyes ya está en marcha. El comandante en jefe comanda la insurrección. La turba, donde abundan los personajes lunáticos, ultras, algunos armados, supremacistas blancos, conspiranoicos, sitia el Capitolio, y unas decenas de tarados penetran violentamente en el recinto. Fracasa la sedición porque el vicepresidente Pence se niega a cometer el fraude constitucional que le reclama el presidente: cambiar los votos del Colegio Electoral, para que Trump obtenga la mayoría que no tiene.

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¿Cómo calificar y castigar lo ocurrido? Sedición, violación del juramento constitucional. Se barajan dos posibilidades. La activación de la enmienda 25ª de la Constitución para incapacitar al presidente, o un impeachment exprés que juzgaría el Senado, que conllevaría, además, la inhabilitación política de Trump. Biden no se ha pronunciado todavía. Teme que un proceso político al inicio de su presidencia dividiría aún más al país. Trump no acudirá a la toma de posesión de Biden, su presidencia ha implosionado. El Pentágono ha garantizado a los demócratas que el presidente, considerado inestable, no podrá activar los códigos nucleares que desatarían un conflicto atómico.

El 6 de enero, Trump intentó fundir a negro la democracia en Estados Unidos. Y no lo consiguió. La verdad sí importa y los votos de los ciudadanos cuentan. fgbasterra@gmail.com

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