Resaca
En los límites elásticos, casi gaseosos, de la insospechada realidad que acabamos de estrenar, los payasos, con sus fanfarronadas y sus chistes, su histrionismo y sus amenazas, no deberían seguir haciéndole gracia a nadie
Si una resaca es una pequeña convalecencia, una convalecencia quirúrgica se parece, más que a otra cosa, a una gigantesca resaca. El último regalo que me hizo 2020 fue una operación que me obligó a decirle adiós desde una cama de hospital, y me privó de la oportunidad de felicitar a todos ustedes por haberlo dejado atrás. Volví a casa en los primeros días del nuevo año como si me moviera dentro de una pecera, una sensación de fragilidad misteriosamente acuática, capaz de diluir en apariencia las fronteras de la realidad. Y cuando estaba ya en mi butaca, cansada pero contenta, a salvo y tapada con una manta, se me ocurrió preguntarme qué estaría pasando en el mundo. Así, mientras esperaba reencontrarme con la sólida, previsible y tranquilizadora realidad, me tropecé con lo que a primera vista me pareció un desfile de aspirantes al casting de una película sobre los Village People —ríos de testosterona, braguetas marcapaquetes, pechos hirsutos y bisonte machote incluido— trepando por los muros del Capitolio como si fueran los nietos de Drácula, para avanzar después por los pasillos con los mismos trofeos, la misma actitud, de los bárbaros que saquearon Roma en el año 410. No recuerdo haber pasado una resaca peor en mi vida, sobre todo porque, a medida que iba conociendo los detalles, mi incredulidad crecía en lugar de disminuir. Pero que haya pasado lo que nunca iba a pasar, donde nunca iba a pasar y como nunca iba a pasar, no puede quedarse en una anécdota. En los límites elásticos, casi gaseosos, de la insospechada realidad que acabamos de estrenar, los payasos, con sus fanfarronadas y sus chistes, su histrionismo y sus amenazas, no deberían seguir haciéndole gracia a nadie. Porque el sueño de la razón produce monstruos.
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