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Tierra de locos
Columna
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El papa Francisco no es profeta en su tierra

La legalización del aborto en Argentina es el último punto de una línea impresionante que arrancó en 1983, con el regreso de la democracia

Ernesto Tenembaum
Un manifestante en contra de despenalización del aborto en Argentina, este martes en Buenos Aires.
Un manifestante en contra de despenalización del aborto en Argentina, este martes en Buenos Aires.Juan Ignacio Roncoroni (EFE)

En agosto de 2018, el Parlamento argentino debatió por primera vez la legalización del aborto. En ese entonces, la senadora Gladys González estaba embarazada de su cuarto hijo. “Lo deseo con todo mi corazón”, decía. González es católica practicante, pero, al mismo tiempo, había difundido su decisión de votar a favor de la propuesta. Recibió entonces cientos de mensajes amenazantes. “Vamos a rezar para que vayas al infierno”, le decían. “Dios te va a castigar”. Dos días después de votar, González perdió el embarazo.

“Creí que Dios me había castigado”, contó la senadora el martes pasado, al fundamentar por qué estaba a punto de votar otra vez a favor de la legalización. “Me refugié mucho en la oración. Luego entendí que tenía 45 años y que mis óvulos eran demasiado débiles para concebir. Pero entendí fundamentalmente que el Dios en el que creo no es un Dios que castiga, es un Dios que ama, que es amor, compasión, esperanza”.

A medida que avanzaba en su fundamentación, quedaba claro que Gladys estaba decidida a debatir no solo sobre las razones que justifican que el aborto sea legal, sino también sobre qué significa ser católica. “¿Ustedes realmente creen que es cristiano condenar a las mujeres que deciden interrumpir un embarazo? Yo no lo creo y no quiero hacerlo. Hoy quiero preguntarle a mi Iglesia: ¿No será hora de que hagamos una autocrítica, de que nos preguntemos por qué tardamos tanto en entender la necesidad y la importancia de la educación sexual? ¿No será hora de preguntarnos por qué nuestras mujeres católicas abortan, de mirarnos hacia adentro y preguntarnos qué estamos haciendo mal que el mundo se aleja cada vez más de nuestra fe y elige otras espiritualidades? ¿Por qué queremos imponer por ley algo que no pudimos hacer por nuestras propias enseñanzas religiosas? ¿Por qué queremos imponer castigo y criminalizar con la vara de nuestra religión, cuando no pudimos hacerlo con nuestra fe y nuestra oración para nuestros propios fieles?”.

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Gladys González fue a un colegio religioso. “Me bautizaron, tomé la comunión y la confirmación, viví en pensionados de religiosas y solía frecuentar un centro del Opus Dei. Crecí con el precepto de que debía llegar virgen al matrimonio y de que el sexo era fundamental para procrear”. Desde ese lugar, interpeló a la jerarquía de la Iglesia, y se atrevió a poner en cuestión cuál será el verdadero pensamiento de Dios sobre el asunto.

La Argentina es conocida en el mundo por Maradona, Messi, Evita, su economía fallida, y por el papa Francisco, que acaba de recibir un golpe muy grande. Nadie es profeta en su tierra: nunca tan bien dicho.

La legalización del aborto es el último punto de una línea impresionante que arrancó en 1983, con el regreso de la democracia. Por entonces, dos personas que se dejaban de querer, no se podían divorciar legalmente. Ahora, dos personas que se aman pueden casarse aun si son del mismo sexo.

En la Argentina de los ochenta, la madre no podía decidir nada sobre sus hijos: la patria potestad le pertenecía enteramente al padre. Desde aquí, parece un hecho prehistórico. En la Argentina actual una persona que nace con pene puede decidir que es mujer y elegir el nombre que llevará su documento, y lo mismo con una persona que nace con vagina y decide ser varón. Con la legalización del aborto, además, se coloca entre las democracias de avanzada del mundo y, junto con la vecina Uruguay, en el punto de partida de un debate que está destinado a sacudir a todo el continente. Si uno mira solo esto, la Argentina ha dado un salto impresionante. Claro, el drama social que lo acompaña refleja que además de estos éxitos, la democracia argentina tuvo fracasos dramáticos.

En todos estos años, la Iglesia de la que surgió el papa Francisco se opuso tenazmente a cada uno de los avances: antes de la legalización del aborto, al divorcio legal, a la patria potestad compartida y al matrimonio igualitario. Cuando se discutió esto último, Francisco, que por entonces se llamaba Jorge Bergoglio y era el arzobispo de Buenos Aires, difundió una carta donde lo definía como el plan del demonio. Años después, ya instalado en el Vaticano, empezó a girar y, como se sabe, respaldó la unión civil entre homosexuales, un paso previo al matrimonio, y varias veces sostuvo que no se debe juzgar las preferencias sexuales ajenas.

Durante la discusión sobre el aborto, el Papa varias veces se refirió como “sicarios” a los médicos que aceptaban participar de la interrupción de un embarazo. “No se puede resolver un problema contratando a sicarios para que maten a alguien”, decía. Pero quién sabe. Dios ha cambiado de opinión tantas veces –sobre si la tierra gira alrededor del sol o todo lo contrario, por ejemplo—que podría ser que el Papa, en algún momento, entienda que encerrar en una cárcel a una mujer que decidió interrumpir un embarazo no es un gesto precisamente muy sensible.

Gladys González, entre millones de mujeres católicas, se lo han empezado a reclamar.

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