La era de la farfolla: una guía
Hoy casi todo es lo contrario de lo que finge ser
Hoy casi todo es lo contrario de lo que finge ser, decía la columna Bagehot de The Economist. Escribía que quizá los historiadores, en un homenaje a Scrooge, llamen a nuestra época la era de las paparruchas o de la farfolla: cosa de mucha apariencia y poca entidad. Entre los ejemplos que citaba estaban las empresas que presumen de defender los derechos de los homosexuales, promover el multiculturalismo o unir el mundo en canciones Kumbayá, pero solo buscan maximizar los beneficios, o los directivos que dicen ser “líderes de equipo” mientras se llevan cantidades obscenas.
Es un fenómeno extendido que en cada país tiene sus adaptaciones particulares. En el nuestro, ha ocurrido con la supuesta nueva política, que ha reproducido los peores defectos de la vieja y ha sumado otros nuevos. Había un discurso regeneracionista, pero continúa la colonización sectaria de las instituciones: ahora con más partidos. La fragmentación y fragilidad de las mayorías justifica soluciones autoritarias. Se hablaba de transparencia: la gestión de la pandemia ha mostrado que solo era palabrería de marketing. El discurso de la inclusión es un mecanismo de exclusión. La reivindicación de la pluralidad española embellece la vocación de eliminar lo común: conjura un país o lo que surja, heterogéneo y compuesto por regiones homogéneas según el criterio que establezcan oligarquías nacionalistas. El partido que dice defender esencias españolas se alimenta de clichés recalentados de la ultraderecha estadounidense y la izquierda posmoderna reivindica a caudillos medievales. Progresismo es subir el sueldo a quienes están más resguardados de la crisis; compasión es oponerse a que un enfermo terminal pueda decidir sobre poner fin a su vida; la adulación a los jóvenes, expresada en un lenguaje que combina el tono de mayores enrollados a lo Verano azul y el discurso de MBA, convive con algo parecido al abandono. Administradora provisional única de RTVE significa administradora permanente. Muchos de los que defienden el federalismo son en realidad confederalistas. Decimos que se reabre el debate entre política y tecnocracia, pero tecnocracia solo es una palabra para cubrir decisiones electoralistas. Se atribuyen a la “ciencia” medidas motivadas por el beneficio político y la apelación a la responsabilidad individual es una manera que tienen las autoridades para no asumir los costes de tomar decisiones impopulares. @gascondaniel
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