Cuatro claves para ayudar a tu hijo a gestionar las emociones desagradables
Que un menor aprenda a lidiar con los sentimientos negativos implica crear unas relaciones familiares basadas en el respeto y la comprensión


La ira, la frustración, el asco, el enfado, el miedo o la desilusión pueden provocar que un niño pierda el control a la hora de expresar lo que siente, desea o necesita. Que se muestre agresivo, alce la voz, tire objetos y diga cosas que no siente. ¿Quién no ha visto a un niño en un parque infantil llorar desesperadamente o patalear en el suelo cuando llega la hora de irse a casa y no quiere marcharse? ¿O a un chaval en medio de un supermercado enfadado porque no quieren comprarle lo que desea? Una desilusión o un enfado que lleva al menor a actuar de forma desacertada porque las emociones se desbordan.
Las emociones desagradables están presentes en el día a día del niño. Son muy intensas e incómodas y provocan mucha insatisfacción y malestar. Son capaces de dominar su cuerpo y mente provocando un secuestro amigdalar que le desregula. Estas emociones le informan que algo no va bien o que no va a conseguir aquello que desea y le preparan para la acción de forma poco regulada, haciéndole tomar malas decisiones.
Una respuesta adaptativa neuropsicofisiológica que aparece ante un estímulo es necesaria para que el niño aprenda a identificar su malestar o desarrollar estrategias para hacerle frente. La ira, por ejemplo, informa al menor que lo que le ocurre es contrario a sus intereses personales; la tristeza puede aparecer ante la pérdida de alguien o algo valioso, y el miedo cuando cree que va a sufrir algún daño. Estas emociones pueden adoptar en el niño muchas manifestaciones conductuales: rabietas, malas contestaciones, agresividad, desobediencia, negativismo, rebeldía o intentar saltarse los límites. Incluso pueden provocar que pierda el apetito, se sienta cansado, no quiera o pueda dormir o necesite que el adulto esté siempre a su lado.
Al igual que los padres, el menor tiene derecho a sentir estas emociones desagradables. Pero sus mayores de referencia deben enseñarle que su malestar no justifica que se descontrole, pegue, insulte o culpe a los demás de su actuación. Que el niño aprenda a regular adecuadamente estas emociones y pueda hablar de ellas desde la calma será clave para que estas no le hagan daño y pueda establecer relaciones saludables con los demás. Para poderlo conseguir necesitará que sus progenitores le acompañen con grandes dosis de calma y empatía.
El adulto debe convertirse en el mejor modelo de regulación emocional que el menor pueda tener. Si el adulto dispone de herramientas para regular sus propias emociones, su hijo acabará integrándolas. La diferencia entre gestionar o no estas emociones puede suponer unas relaciones familiares basadas en el respeto y la comprensión o, por el contrario, establecer relaciones basadas en discusiones y enfados, amenazas o los gritos continuos.

Estrategias para acompañar al menor:
- El adulto debe aprender a aceptar de manera incondicional las emociones que sienta el menor siendo consciente de que no existen emociones buenas y malas sino agradables y desagradables, y que todas son necesarias para un buen desarrollo personal, social y emocional y que aparecen en todas las actividades que realizamos y condicionan nuestra conducta y toma de decisiones.
- El niño necesita apreciar que su padre o madre le acompaña y legitima todo aquello que experimenta, permitiéndole sentir y atendiendo su emoción con grandes dosis de serenidad y empatía. Si se siente juzgado o incomprendido por el adulto, empeorará su conducta y esconderá aquello que le incomoda o le preocupa. En casa debe existir un clima de confianza donde se pueda hablar de cualquier tema con libertad.
- Cuando el pequeño se sienta desbordado por alguna emoción desagradable, el adulto deberá respetar el tiempo y el espacio que necesite para calmarse y ayudarle a identificar las causas que le han provocado la emoción. Ponerle nombre y buscar soluciones conjuntas, buscando alternativas a su conducta, será clave para poder hacerle frente de una forma significativa. El adulto nunca deberá asumir los estallidos emocionales de su hijo como algo personal.
- Cuando el menor se sienta superado por una emoción desagradable, como el miedo o la ira, lo que más necesitará del adulto serán sus muestras de cariño. Recordarle que se le quiere de forma incondicional y ayudarle a conocerse y mejorar su autoestima será muy positivo para que vaya aumentando la confianza en sí mismo.
El desarrollo de la inteligencia emocional del niño será clave en su bienestar personal. Aprender a identificar, regular y gestionar correctamente las emociones le dará mucha seguridad y potenciará su autonomía. Si el pequeño siente que se le da respuesta a sus necesidades afectivas creará mucha conexión con sus padres.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
