¿Cómo motivar a nuestros hijos? Apoyo emocional y permitir fallos
Un entorno que fomente la curiosidad, ofrezca oportunidades para explorar, permita equivocarse y valide sus esfuerzos fomenta menores más motivados. Enseñarles enfrentarse a la vida con ganas hará que sean adultos más resilientes, seguros de sí mismos y capaces de asumir responsabilidades
“¡Nunca quieres hacer nada!”; “No me acompañas al parque”; “¿Eres un aburrido?” Estas frases pronunciadas entre amigos o hermanos muestran que siempre hay quien está disgustado porque su compañero de experiencias o juegos no hace propuestas interesantes, diferentes o incluso osadas. Son niños desmotivados que no muestran especial interés por las cosas. “Actitudes que están relacionadas con la falta de confianza en sí mismos, miedo al fracaso o un entorno que no valora ni refuerza sus logros. A veces esta respuesta se debe a una sobrecarga de exigencias, lo que les produce temor a enfrentarse a desafíos nuevos o a la ausencia de estímulos que despierten su interés”, apunta Amaya Prado, psicóloga educativa y vocal de la junta de gobierno del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid.
Frente a los menores que poseen ese carácter indiferente se encuentran aquellos otros que siempre están motivados hacia las cosas y que son curiosos, perseverantes, con una actitud positiva y disponibles para afrontar retos. “Tienen un buen autoconcepto de sí mismos, buena autoestima, confianza en sus habilidades y competencias y sienten que sus esfuerzos son reconocidos, al menos por ellos mismos”, sostiene Prado. Son chicos y chicas que tienden a ser más autónomos y buscar soluciones adecuadas ante las dificultades, “ya que han desarrollado capacidades para enfrentar y afrontar los desafíos”, agrega.
El ambiente es crucial en la forma en que los hijos se desenvuelven. “Un entorno que fomente la curiosidad, ofrezca oportunidades para explorar, permita equivocarse y valide sus esfuerzos fomenta niños más motivados y con ganas”, apunta Prado. La actitud de las personas que los acompañan es clave para desarrollar esas habilidades, sobre todo si quien lo hace es la familia: “Un ambiente positivo, donde se refuercen los intentos y la iniciativa más que los resultados, motiva a aprender y participar. Por el contrario, un entorno crítico e inflexible, que castigue los errores o ignore los logros, puede fomentar la apatía y miedo a tomar decisiones o plantear retos”, opina. Del mismo modo, una educación basada en la sobreprotección puede limitar las oportunidades del niño para enfrentarse a los desafíos, “lo que lo desmotiva y le resta confianza en sus capacidades, y produce temor a los niños”, manifiesta esta psicóloga.
Los padres pueden favorecer esta actitud activa siendo modelos de motivación y de toma de decisiones. Si los niños ven que sus padres se enfrentan a la vida con pasión, curiosidad y esfuerzo, es más probable que ellos imiten esos comportamientos. “Es importante ser apoyo emocional, reconocer los esfuerzos y mostrar interés por las cosas que apasionan al niño, ayudándole a explorar sus talentos y curiosidades y validar sus emociones y sus iniciativas”, asegura Prado. También es esencial permitir que los niños experimenten pequeñas dosis de frustración para aprender a superarla y a valorar el esfuerzo como parte del proceso. “Los padres deben evitar resolverles todos los problemas y, en cambio, guiarlos para que encuentren soluciones por sí mismos, reforzando la importancia de involucrarse activamente en su vida. Y ante los fallos, estar para aprender con ellos, sin señalizar los errores”, mantiene Prado.
Si se quiere incentivar a la población infantil a que se involucre en el entorno social es necesario que los padres prediquen con el ejemplo, se informen del tejido de asociaciones que existen en su mismo barrio o ver las zonas de juego infantiles que hay para llevar a los niños a que participen e interactúen con otros niños, propone Abel Domínguez, psicólogo infantojuvenil y director de Domínguez Psicólogos. Existen un gran número de actividades que se pueden realizar en familia, como, por ejemplo, “ofrecernos como voluntarios para un montón de tareas que se pueden hacer diariamente”, sostiene el experto. Si son pequeños y no pueden asistir con los adultos, “es importante que se lo contemos porque, cuando sean más mayores y puedan participar en este tipo de actividad, se animarán a hacerlo”, manifiesta este psicólogo.
La realización de actividades con los progenitores educa en valores: “Desde una reforestación de árboles a una carrera solidaria, cualquier evento del barrio que se haga, incluso una manifestación, ayuda a su educación, y explicarles lo que hacemos y los motivos por lo que lo hacemos les hará comprender el mundo que les rodea”, asegura Domínguez. Con este tipo de propuestas los niños amplían la conciencia del contexto en el que viven y les ayuda a reflexionar. “Hay que enseñarles que vivimos en sociedad y que si todo el mundo pasara de hacer cosas, sería aburrida”, dice este psicólogo.
Sin embargo, aunque el entorno familiar influye, la personalidad o incluso el progreso evolutivo de cada uno de los menores posee un peso significativo en el desarrollo del carácter. “Como la apatía generalizada no es un rasgo habitual en los niños, los progenitores deben pensar si ha habido algún evento que pueda explicarlo (la pérdida de un amigo, un cambio de colegio, una mudanza o problemas escolares); observar si está muy cansado quizá por un exceso de actividades; si duerme correctamente e incluso analizar el uso de pantallas (hay niños que desconectan de casi todo por estar mirando el móvil)”, añade Diana Sánchez, psicóloga sanitaria especializada en perinatal. Teniendo en cuenta estos factores, un ambiente propicio sería aquel en el que disfrutan sin que los tutores estén pendientes del resultado. “Dejándoles tiempo libre y sin pantallas para realizar actividades físicas o relacionadas con la música y el arte”, expone la experta.
Enseñar a los niños a enfrentarse a la vida con ganas hará que sean adultos más resilientes, seguros de sí mismos y capaces de asumir responsabilidades y tomar decisiones. “Habrán adquirido una mayor capacidad para superar los fracasos y adaptarse a los cambios, ya que han aprendido a valorar el esfuerzo y a disfrutar de los procesos, no solo de los resultados”, prosigue Padro, “serán adultos con una visión optimista de la vida y mayor motivación para perseguir metas personales y profesionales”.
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