Los riesgos de no educar a los hijos en la cultura del esfuerzo: adultos dependientes, insatisfechos y déspotas
Valorar las acciones y saber lo que cuesta conseguir las cosas fortalece la tenacidad de los menores, les enseña a ser resilientes, a asumir responsabilidades y a afrontar los problemas con realismo
Recuerdo las veces que mis padres nos repetían a mis hermanas y a mí lo importante que era que nos esforzásemos para poder conseguir todo aquello que nos proponíamos. Con grandes dosis de afecto y paciencia nos explicaban lo fundamental que era que tuviésemos una buena actitud e interés a la hora de trabajar por conseguir nuestros sueños. Ellos tenían un máster en esfuerzo y trabajo porque les tocó emigrar a una nueva ciudad en busca de un futuro mejor, con poca ayuda y mucha valentía. Ahora vivimos en el otro extremo, en una sociedad con poca cultura del esfuerzo donde parece que todos nuestros objetivos se pueden conseguir sin él.
La publicidad o las redes sociales son las responsables de que muchos crean que se puede aprender alemán en tan solo ocho semanas, perder peso sin hacer dieta o correr una maratón casi sin entrenar. Todo parece ser asequible, rápido, fácil de conseguir, inmediato. Se ha vendido un falso éxito que se consigue sin trabajo y donde el proceso no es valorado, únicamente lo es el resultado.
Si hay un regalo bueno para los niños y adolescentes es enseñarles a aprender a esforzarse por aquello que desean, a amar los desafíos y a saber disfrutar del camino, aunque esté repleto de baches y contratiempos. El esfuerzo es una actitud imprescindible para el aprendizaje, afrontar los retos y superar las dificultades, es una de las motivaciones innatas que hacen que los hijos e hijas aprendan a diario cosas nuevas.
El esfuerzo produce un sentimiento de satisfacción y orgullo y fortalece nuestra autoestima. Cuando los chavales se esfuerzan se sienten mucho más felices, más relajados y menos ansiosos. A través de él, aprenden a hacer frente a las adversidades con optimismo y crean un buen autoconcepto de ellos mismos. Las familias deben aprovechar todas las oportunidades que se presentan a diario para enseñar a los hijos a esforzarse: que se vistan o coman solos, se muestren responsables con sus tareas o mantengan ordenado su cuarto. El esfuerzo en niños y adolescentes debe ir dirigido a desarrollar y adquirir una autonomía personal en las actividades cotidianas para poder satisfacer las necesidades básicas e ir construyendo una personalidad fuerte.
Los niños que aprenden a esforzarse conseguirán una actitud activa ante la vida y serán capaces de valerse por sí mismos y asumir sus responsabilidades. Los padres no deben caer en la tentación de solucionarles los problemas, allanarles el camino o sobreprotegerles cuando vean que no consiguen lo que se proponen. Los niños que no se esfuerzan acaban convirtiéndose en adolescentes o adultos dependientes, insatisfechos y déspotas.
El esfuerzo en niños y adolescentes debe ir dirigido a desarrollar y adquirir una autonomía personal en las actividades cotidianas para poder satisfacer las necesidades básicas e ir construyendo una personalidad fuerte.
Los hijos e hijas necesitan que se les explique que el esfuerzo es el medio por el cual lograrán conseguir muchos de sus objetivos. Que se les aclare que no siempre van a lograr aquello que se propongan y que será esencial que no se rindan delante de las dificultades. Que padres y madres les ayuden a gestionar las emociones correctamente, a dominar la indecisión y hacer frente a la frustración. A no depender de la buena suerte para que las cosas salgan bien, sino del trabajo y el empeño.
La cultura del esfuerzo educa a los niños en la determinación de la voluntad y la perseverancia. Fortalece la tenacidad, les enseña a ser resilientes, a asumir responsabilidades y a afrontar los problemas con realismo.
Cómo educar a niños y adolescentes en la cultura del esfuerzo
- Los padres deben convertirse en el mejor ejemplo que niños y adolescentes puedan tener, transmitiéndoles el gusto por esforzarse haciendo las cosas con ganas e interés. Contagiándoles energía, optimismo y voluntad diaria por conseguir lo que desean. Mostrándose perseverantes ante los retos y eliminando las quejas de su lenguaje.
- Dándoles muchos motivos para esforzarse, planteándoles pequeños retos diarios que puedan ir superando. Ayudándoles a establecer nuevas metas y regalándoles el tiempo necesario que necesitan para aprender sin que sus expectativas les ahoguen.
- Hablándoles del error en términos positivos, explicándoles que las dificultades y los fracasos son grandes oportunidades para aprender y mejorar. Explicándoles que el éxito no está relacionado con el poseer, sino con la capacidad de conseguir aquello que quieres con trabajo e insistencia.
- Potenciándoles, desde muy pequeños, la autonomía, la toma de decisiones y la iniciativa personal. Enseñándoles a tratarse con respeto, valorando sus cualidades e identificando sus defectos sin la necesidad de tener que ser perfectos.
- Recordándoles a diario la importancia de estar orgullosos de sus esfuerzos, de sus pequeños logros, de todo aquello que consiguen cuando deciden no bajar los brazos. Enseñándoles a saber quiénes deben ser sus mejores aliados para recorrer el camino, a mostrarse agradecidos con todas las personas que les ayudan.
En definitiva, que los padres les expliquen la importancia de la perseverancia, diciéndoles que es la virtud por la cual las otras virtudes dan su fruto. Demostrémosles que no hay nada más reconfortante en esta vida que sentir la satisfacción de haber conseguido aquello que se deseaba gracias al trabajo y a las ganas que uno le ha puesto durante el proceso. Como decía el médico galés Martyn Lloyd-Jones: “Los hombres que intentan algo y fracasan son infinitamente mejores que aquellos que intentan no hacer nada y tienen éxito”.
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